El ministerio médico. Elena G. de White

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El ministerio médico - Elena G. de White Biblioteca del hogar cristiano

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que son el pueblo leal de Dios y los herederos de la salvación.–SG 4:150, 151.

       La reforma precede a los milagros

      Estoy muy agradecida por la obra médico misionera realizada según los lineamientos del evangelio. Esta actividad debe enseñarse, debe llevarse a cabo; pues es la misma obra que Cristo realizó cuando estuvo en esta tierra. Él fue el más grande Misionero que el mundo vio jamás.

      Ustedes pueden decir: “¿Por qué entonces no adoptamos esa obra y sanamos a los enfermos como lo hizo Cristo?” Les respondo: No están listos. Algunos han creído; algunos han sido sanados; pero hay muchos que se enferman por su forma intemperante de comer o por complacer otros hábitos erróneos. Cuando enfermen, ¿oraremos por ellos para que se curen y sigan haciendo lo mismo? Debe haber una reforma en todas nuestras filas; el pueblo debe elevarse a una norma más alta antes que podamos esperar la manifestación del poder de Dios de una manera notoria en la curación de los enfermos...

      Si nos aferramos del Maestro, apropiándonos de todo el poder que él nos ha dado, entonces se revelará la salvación de Dios. Permítanme decirles que los enfermos se curarán cuando tengan fe para venir a Dios en la forma correcta. Le agradecemos a Dios por darnos la obra médico misionera. Doquiera llevemos el evangelio, debemos enseñar al pueblo cómo cuidar de sí mismos.–GCB 3/4/1901.

       Oración por el enfermo

      La oración por el enfermo es un asunto demasiado importante para que se maneje descuidadamente. Creo que debemos llevar todo al Señor, y darle a conocer todas nuestras debilidades y especificarle todas nuestras perplejidades. Cuando estemos acongojados, cuando estemos perplejos en cuanto a qué conducta seguir, que dos [Mat. 18:19] o tres que estén acostumbrados a orar se unan para rogar al Señor que su luz brille [Mat. 5:14] sobre ellos e imparta su gracia especial; y él respetará sus peticiones y contestará a sus oraciones. Si padecemos debilidades corporales, por supuesto que es consecuente confiar en el Señor, haciendo rogativas personales a nuestro Dios en nuestro propio caso, y si nos sentimos inclinados a solicitar a otros en quienes tenemos confianza que se unan a nosotros en oración a Jesús, quien es el poderoso Sanador, seguramente la recibiremos, si la solicitamos con fe. Creo que somos demasiado faltos de fe, demasiado fríos y tibios.

      Entiendo que el versículo de Santiago debe ponerse en práctica cuando una persona está enferma en su cama, si llama a los ancianos de la iglesia y ellos ponen en práctica las directrices que se dan allí, ungiendo al enfermo con aceite en el nombre del Señor y orando por él la oración de fe. Leemos: “Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados” [Sant. 5:15].

      Pero nuestro deber no consiste en llamar a los ancianos de la iglesia [Sant. 5:14] por cada pequeño malestar que sintamos, pues esto colocaría una carga sobre ellos. Si todos lo hicieran, su tiempo estaría completamente ocupado, y no podrían hacer nada más; pero el Señor nos da el privilegio de buscarlo en forma individual en oración ferviente, o de descargar el alma ante él, sin ocultar nada a aquel que nos ha invitado: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” [Mat. 11:28]. ¡Oh, cuán agradecidos debemos sentirnos de que Jesús esté dispuesto a llevar todas nuestras dolencias, y lo puede hacer, fortaleciéndonos y sanando todas nuestras enfermedades si ha de ser para nuestro bien y para su gloria!

      Algunos murieron en el tiempo de Cristo y en los días de los apóstoles porque el Señor sabía con exactitud qué era lo mejor para ellos.–Carta 35, 1890.

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       Para estudio adicional

       Dios, no el hombre, es la fuente de curación: CSS 343 [MC 186, 187].

       La iglesia fortalecida para curar: CSS 29, 30; 530.

       Los siervos de Cristo, canales de energía que dan vida: CSS 29-31 [DTG 762-764].

       El amor de Cristo como poder vitalizador: CSS 29 [MC 78].

       Cuando la educación es mejor que la curación milagrosa: CSS 467.

       La oración a favor de los enfermos: CSS 370-379; MC 221-231; TI 2:132-136; TI 4:558-563.

       No se preserva milagrosamente la salud de los que escogen ser ignorantes: CSS 504.

       Incidente: Un degenerado busca curación: CSS 620-623.

       La obediencia sigue a la curación: CSS 135, 138 [TI 9:131-133].

       Vida y oración correctas: CSS 244, 245 [TI 1:488, 489].

       Los milagros de curación serán falsificados por Satanás: CSS 457-459 [Ibíd., 646-648]; TI 1:272.

       Una advertencia contra los médicos espiritistas: CSS 451-457.

       La Majestad del Cielo como Médico misionero

      Este mundo ha sido visitado por la Majestad del Cielo [Heb. 1:3], el Hijo de Dios. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” [Juan 3:16]. Cristo vino a este mundo como la expresión del mismo corazón, mente, naturaleza y carácter de Dios. Él era el resplandor de la gloria del Padre para expresar la imagen de su persona. Pero él dejó a un lado su túnica y su corona reales y descendió de su exaltada posición para tomar el lugar de un siervo. Él era rico; pero se hizo pobre por amor a nosotros, para que pudiéramos tener riquezas eternas [2 Cor. 8:9]. Él hizo el mundo, mas se vació a sí mismo en forma tan completa que durante su ministerio declaró: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza” [Mat. 8:20].

      Él vino a este mundo y estuvo entre los seres que había creado como un varón de dolores, experimentado en quebrantos. Él fue “herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” [Isa. 53:3-5]. Él fue tentado en todo como nosotros; no obstante, no se halló pecado en él [Heb. 4:15].

       Un siervo de todos

      Cristo estuvo a la cabeza de toda la humanidad en forma de un ser humano. Su actitud fue tan llena de simpatía y amor que el más pobre no temía acudir a él. Era amable con todos y asequible, aun para el más indigno. Anduvo de casa en casa curando enfermos, alimentando hambrientos, animando a los que se quejaban, alentando a los afligidos y dirigiendo palabras de paz a los angustiados.

      El Señor tomó a los pequeñuelos en sus brazos y los bendijo [Mar. 10:13-16], y tuvo palabras de esperanza y aliento para las madres cansadas. Con un cariño y una gentileza constantes enfrentó toda forma de miseria y de aflicción humanas. Trabajó, no para sí mismo, sino para los demás. Estuvo dispuesto a humillarse y negarse a sí mismo. No buscó distinción. Fue el siervo de todos. Su objetivo máximo era ser alivio y consuelo para los demás, alegrar a los tristes y a los cargados con quienes

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