El ministerio médico. Elena G. de White

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El ministerio médico - Elena G. de White Biblioteca del hogar cristiano

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      Cristo está ante nosotros como el Hombre modelo, el gran Médico misionero: un ejemplo para todos los que quieran seguirlo. Su amor puro y santo bendecía a todos los que entraban en la esfera de su influencia. Su carácter fue absolutamente perfecto, libre de la más mínima sombra de pecado. Él vino como la expresión del perfecto amor de Dios, no para aplastar, no para juzgar y condenar, sino para sanar todo carácter débil y defectuoso, para salvar a los hombres y las mujeres del poder de Satanás.

      Él es el Creador, el Redentor y el Sustentador de la raza humana. Jesús hace a todos la invitación: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil y ligera mi carga” [Mat. 11:28-30].

       Tras las huellas

      ¿Cuál, pues, es el ejemplo que debemos dar al mundo? Debemos hacer la misma obra que el gran Médico misionero hizo a nuestro favor. Debemos seguir la senda de abnegación por la cual anduvo Cristo [Juan 4:34].

      Cuando veo a tantos que pretenden ser médicos misioneros, vienen a mi mente destellos de lo que Cristo fue en esta tierra. Al pensar en cuán por debajo de la norma que dan los obreros de hoy cuando se comparan con el Ejemplo divino, se agobia mi corazón con una pena que las palabras no pueden expresar. ¿Harán los hombres y mujeres alguna vez una obra que refleje los rasgos y el carácter del gran Médico misionero?...

      ¿No hay suficiente infortunio en esta tierra azotada y maldecida por el pecado, que nos induzca a consagrarnos a la obra de proclamar el mensaje que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna?” [Juan 3:16] El Hijo de Dios pisó esta tierra. Vino a traer luz y vida a los hombres, a liberarlos de la esclavitud del pecado. Y vendrá otra vez con poder y gran gloria [Mat. 24:30], para recibir a los que durante esta vida hayan seguido en sus huellas.

       Su nombre debe honrarse

      ¡Oh, cuánto deseo ver a los que afirman ser médicos misioneros honrar al Gran Ejemplo, demostrando en su vida lo que comprende la declaración de ser un médico misionero! Quisiera que estuvieran aprendiendo de la mansedumbre y la humildad del Salvador. Mi corazón se apena al pensar que Cristo es tan enormemente defraudado por sus seguidores. Ellos llevan un nombre cuya vida diaria no les da derecho a ostentar.

      Debemos ser santificados, alma y cuerpo [1 Tes. 5:23], por medio de la verdad; entonces honraremos el nombre de médico misionero. ¡Oh, este nombre significa tanto! Requiere una representación completamente distinta de la que han dado muchos que así se han autodenominado. Pronto comprenderán ellos cuánto se han apartado de los principios del cielo, y cuán grandemente han contristado el corazón de Cristo.–Carta 117, 1903.

       Se comprende a través de la práctica

      Cuando todos nuestros médicos misioneros vivan la vida renovada en Cristo Jesús, y tomen sus palabras con el significado de todo lo que Cristo quiso que significaran, habrá una comprensión mucho más clara y abarcadora de lo que constituye la obra médico misionera genuina. Y no obstante, esta línea de trabajo puede entenderse mejor cuando se la practica con sencillez. El desempeño de esta obra tendrá un significado más profundo para los que la llevan a cabo cuando obedezcan la santa ley grabada en las tablas de piedra por el dedo de Dios, incluyendo el mandamiento del sábado, en relación al cual Cristo mismo habló por medio de Moisés a los hijos de Israel... [Éxo. 32:15, 16; 20:8-11; 31:18].

       Sigan al Maestro

      Los siervos de Dios que están haciendo la genuina obra médico misionera tienen sobre ellos la responsabilidad de lo más solemne y sagrada de reflejar la vida de Cristo al realizar un servicio desinteresado. Deben apartar los ojos de todo lo demás y mirar sólo a Jesús, el autor y consumador de su fe [Heb. 12:2]. Él es el origen de toda luz, la fuente de toda bendición celestial. A todo obrero médico misionero se me ha instruido a decir: Sigan a vuestro Líder. Él es el camino, la verdad, la luz y la vida; su ejemplo es el que debemos seguir como verdaderos médicos misioneros.

      En esta época de piedad enfermiza y de principios pervertidos, los que están convertidos en vida y práctica revelarán una espiritualidad saludable e influyente. Los que tengan un conocimiento de la verdad como está revelada en la Palabra de Dios deben pasar al frente. Mis hermanos, Dios requiere esto de ustedes. Toda pizca de vuestra influencia deben usar ahora en la causa correcta. Todos debemos aprender ahora cómo permanecer en defensa de la verdad que es digna de aceptación. Los que se esfuerzan por vivir la vida de Cristo deben llamar las cosas por su verdadero nombre y levantarse en defensa de la verdad como es en Jesús.

       Tiempo para avanzar

      A toda alma cuya vida esté escondida con Cristo en Dios le corresponde pasar al frente ahora. Algo debe hacerse. Necesitamos contender más ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos [Jud. 3]. El espíritu con el cual se defiende la verdad para que el reino de Dios avance debe ser como sería si Cristo estuviera personalmente en esta tierra. Si él estuviera aquí, hablaría para dar una solemne reprensión a muchos que dicen ser médicos misioneros, pero que han escogido no seguir el mandato que él les ha dado: que aprendan de él su humildad y mansedumbre de corazón. Se ha exaltado el yo en la vida de algunos de los que ocupan las posiciones más altas. Hasta que los tales desechen todo deseo de exaltarse, no pueden discernir claramente el carácter y la gloria del gran Médico misionero...

      Debemos unirnos ahora, y por medio de la verdadera obra médico misionera preparar el camino para la venida de nuestro Rey. Incrementemos el conocimiento de la verdad y rindamos toda excelencia y gloria debida a aquel que es uno con el Padre. Busquemos más fervientemente la unción celestial, el Espíritu Santo.–Manuscrito 83, 1903.

       Propósito de la humildad de Cristo

      Hay demasiado del yo y muy poco de Jesús en el ministerio de todas las denominaciones. El Señor utiliza a hombres humildes para proclamar sus mensajes. Si Cristo hubiera venido en la majestad de un rey, con la pompa que acompaña a los grandes hombres de la tierra, muchos lo habrían aceptado; pero Jesús de Nazaret no deslumbró los sentidos de la gente con una exhibición de gloria externa, ni la convirtió en la razón fundamental para ser reverenciado por ellos. Vino como un humilde hombre [Fil. 2:7] para ser Maestro y Ejemplo, como también el Redentor de la humanidad. Si él hubiera dado lugar a la pompa, si hubiera venido acompañado del séquito de insignes hombres de la tierra, ¿cómo habría podido enseñar la humildad? ¿Cómo habría podido presentar verdades ardientes como las de su Sermón del Monte? El ejemplo que nos dio era el que anhelaba que imitaran sus seguidores. ¿Qué hubiera sido de la esperanza de los de vida humilde si él hubiera venido con altivez y vivido como un monarca sobre la tierra? Jesús conocía las necesidades del mundo mejor que ellos mismos. No vino como ángel, vestido con la armadura celeste, sino como hombre. Sin embargo, en combinación con su humildad había un poder y una grandeza inherentes que los hombres admiraban a la vez que lo amaban. Aunque poseía tanto atractivo a la vez que una apariencia tan modesta, caminaba entre los hombres con la dignidad y autoridad de un rey nacido del cielo.–TI 5:233, 234.

       Los discípulos de Cristo deben representar su carácter

      El Salvador vivió en esta tierra una vida que el amor por Dios de cada verdadero creyente en Cristo lo constreñirá a vivir. Siguiendo

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