Historias tardías. Stephen Dixon
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Pago y me voy. Camino hasta la esquina de la calle 40 y Primera Avenida, que es donde ella desapareció, y la busco un poco más y luego formo una bocina con mis manos y grito: “Abby, soy Phil; vuelve al mismo lugar. Abby, soy Phil; vuelve al mismo lugar”.
Montones de personas me miran. Un hombre se detiene y dice: “¿Algún problema, jefe?”.
“Sí”, digo, “perdí a mi esposa. Estaba en su silla de ruedas”.
“Si se alejó de usted en la silla de ruedas y fue capaz de moverse por sí misma, entonces volverá”.
“Es por eso que la llamo a los gritos”, digo. “Hay demasiada gente en estas calles, y ella va sentada tan abajo en la silla que no podrá verme. Pero me oirá, y entonces volverá al lugar donde la perdí”. Pongo otra vez mis manos alrededor de mi boca y grito: “Abby, Abby, soy Phil. Vuelve al mismo lugar”.
Viene un policía y me dice: “No puede ponerse a gritar así, señor. ¿Hay algo en lo que pueda ayudarlo?”.
“Mi esposa, en su silla de ruedas, estaba aquí conmigo y desapareció”.
“¿Podría describirme a su esposa? Haré que una patrulla la busque”.
“No”, digo, “eso no va a funcionar. Es algo loco, ya lo sé, hacer lo que estoy haciendo, pero tenía que pasar por esto. Se lo agradezco. Ahora me iré a mi casa. Solo necesito creer que ella estará bien”.
Paro un taxi, lo digo que me lleve hasta Penn Station, allí tomo el siguiente tren de vuelta a mi ciudad. Será mejor que tenga cuidado, me digo. Podrían arrestarme. Llevarme preso. Retenerme toda una noche. Encerrarme no sé por cuánto tiempo en un loquero. No es precisamente lo que me anda haciendo falta.
UNA COSA LLEVA A LA OTRA
He estado escribiendo la misma historia durante semanas. No parece que logre pasar de la página cuatro. El nombre de la mujer fue Delia, Mona, Sonya, Emma, Patrice. El nombre del narrador fue Herman, Kenneth, Michael, Jacob, Jake. De ahora en adelante la voy a llamar “su esposa” y a él, “él”. La locación es un suburbio de Baltimore. Época actual. El título fue Liebesträume, Nada que leer, Listas, La lista, Una lista, La marcha nupcial, Marcha nupcial, El banco ante la iglesia, Tarareando. Siempre pongo el título cerca del margen superior de la primera página del manuscrito. Así que siempre necesito tener el título antes de empezar el último borrador de la primera página de la historia, cosa que con esta historia habré hecho un centenar de veces. Creo que sé lo que quiero decir con la historia y adónde quiero que vaya. Tal vez ambas cosas sean la misma. Con lo que tengo problemas es con cómo decirlo, y con evitar que la historia resulte aburrida, pesadamente escrita y demasiado explicativa. En otras palabras, una historia que yo no tendría ganas de leer. Hasta aquí, ha sido como un encuentro de lucha libre. La historia lucha conmigo y yo lucho con ella. A veces pienso que me tiene en sus manos y otras veces pienso que yo la tengo en las mías. Finalmente lo que quiero hacer es sujetarla contra la lona en lugar de que ella me sujete a mí. Ya me ha ocurrido antes pelear así con una historia, pero nunca por tanto tiempo, y siempre gané yo. Pero basta con esta analogía de lucha. En todo caso, probablemente la haya usado de modo incorrecto. Esto es lo que tengo hasta ahora: el comienzo. Quiero seguir con lo que viene después de lo que ya escribí.
Hay una iglesia episcopal cruzando la calle directamente en frente de su casa. (En algunas versiones es “…justo en frente de su casa…”, y en otras, “…en frente de su casa…”. Cuando copio una página, aun después de cincuenta veces, siempre cambio una palabra o dos, o incluso una línea. Pero ya no voy a frenar la historia hasta que llegue al lugar donde dejé).
Hay una iglesia episcopal justo en frente de su casa. Cada tarde entre las cinco y las seis, él da un paseo por su barrio y casi siempre termina sentado en un banco delante de la iglesia. Hay cuatro bancos ahí, distribuidos en diversos lugares frente a la iglesia, y cada uno mira en una dirección diferente. Se ha sentado al menos una vez en cada uno de ellos, y prefiere aquel que mira hacia la calle que corre paralela a la iglesia. No la calle donde está su casa, sino la perpendicular a ella. Le gusta más ese banco porque a la tarde recibe más sol, y porque hay mucho más para ver desde allí. Por lo general, a esos paseos, se lleva consigo un libro y lee durante una media hora sentado en el banco, si el tiempo lo permite. En fin, si llueve mucho, no sale de paseo. En cambio si está nevando, o si es solo una lluvia ligera, camina pero sin llevarse consigo un libro, y sin terminar por sentarse en uno de los bancos. Estarían demasiado mojados para sentarse. Cualquiera de los bancos. Ninguno de ellos está protegido por un árbol. Si sabe que para el momento en que llegue a sentarse en el banco no habrá suficiente luz para leer o si ya está oscuro en el momento en que sale, no se lleva consigo un libro, aunque aun así podría llegar a sentarse en el banco durante unos pocos minutos. Pero si está cansado de la caminata o le duele la zona de las lumbares, cosa que le ocurre mucho cuando va terminando su caminata, se sienta más tiempo y tan solo piensa en diversas cosas –un sueño de la noche anterior y lo que podría significar, un cuento en el que ha estado trabajando– o simplemente deja vagar su mente. Incluso ha cabeceado un poco, alguna que otra vez en el banco, pero solo cuando ya estaba oscuro.
Así que terminó su caminata y está sentado en el que ha comenzado a llamar, en su conversación telefónica diaria con sus hijas, su banco.
“¿Qué he hecho hoy?”, siempre habla con ellas de noche, más o menos una hora después de su caminata. “Escribí y fue a la YMCA, por supuesto, y di un paseo y me senté en mi banco a leer”. Estamos a comienzos de abril, alrededor de las seis y media, un poquito fresco. La hora de verano empezó hace una semana. Hay sol pero se está escondiendo. Los cerezos alrededor de la iglesia están en flor… un poco pronto, ¿pero qué puede saber él de eso? Ningún auto en el pequeño estacionamiento de la iglesia que también está en frente del banco, y nada de gente alrededor, como suele ocurrir a esta hora por aquí. Oye voces de niños, lejos en alguna parte, y de vez en cuando pasa un auto o una camioneta. Pero más o menos eso es todo, en materia de ruidos y distracciones. Ah, también pasaron un hombre haciendo jogging y una mujer que paseaba dos perros, pero eso es todo, o todo lo que vio. Así que: un sitio tranquilo donde sentarse y pensar o leer. Esta vez trajo consigo un libro: una breve biografía de Máximo Gorki, uno de los más o menos cien libros sobre literatura rusa que su esposa tenía en su estudio y que todavía están ahí. Pero ya no le interesa seguir leyéndolo, después de haber leído las primeras treinta páginas, anoche en la cama. ¿Entonces, por qué lo trajo a su paseo? Estaba sobre el secarropas junto a la puerta de la cocina que da al exterior, donde él lo dejó esta mañana; no había decidido qué libro iba a leer a continuación, así que simplemente lo agarró antes de salir de la casa. Lo apoya sobre el banco, junto a él. Cuando llegue a casa lo pondrá en la biblioteca de donde lo sacó. De modo que nada que leer, en realidad, y entonces cierra los ojos. Ve qué viene, se dice. No viene nada. Solo letras y números que rebotan alrededor de su cabeza, luego una línea vertical que se mueve de derecha a izquierda, de derecha a izquierda, después destellos, como relámpagos, pero no sabe qué son. Tal vez relámpagos. Abre los ojos y mira el cielo, y después las dos casas cruzando la calle, y se encuentra a sí mismo tarareando algo, una y otra vez, durante un par de minutos. El “Liebesträum” de Liszt. Solo el comienzo. No conoce el resto de la obra. ¿Por qué lo está tarareando, y por qué ahora? En fin, no tiene nada más que hacer. No, debe haber alguna razón mejor. No viene así de la nada. Seguro, es una hermosa pieza musical cuando es tocada en piano –no con los sonidos bucales que él estuvo haciendo– o incluso en chelo, es decir: él una vez la escuchó tocada en chelo en un concierto, pero hace mucho de eso. Antes de conocer a su esposa. ¿Ella la tocaba en el piano? No lo cree. O tal vez sí –conocía montones de obras para piano–, pero nunca la tocaba cuando él andaba por