.
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу - страница 21
[11] ¡Pañaleros! ¡Pañaleros! Término despectivo para designar a los protestantes en general, y a los metodistas en particular, basado en el apodo dado a John Cennick, uno de los fundadores de esa secta, tras su vehemente afirmación: «Blasfemo y maldigo a todos los dioses del cielo salvo al niño que reposa en el seno de María, el niño que reposa en pañales...».
[12] moreno de tez. Hay al menos otra asociación en el libro entre la complexión oscura y el protestantismo, la del señor Browne en Los muertos. Nadie que yo sepa ha explicado la razón.
[13] la insignia de plata de un club de cricket. El cricket era en esta época en Irlanda un deporte protestante, propio de los colegios de categoría social más elevada.
[14] Al llegar al Smoothing Iron. Literalmente «la plancha». Una zona para el baño así llamada por la forma de una roca usada como con trampolín, construida alrededor de 1800 y hace mucho derruida.
[15] dos currant buns. Literalmente «panecillos de pasas». Un bollo de leche y mantequilla con pasas.
[16] más allá de Ringsend. El lugar de embarque del puerto de Dublín. Su nombre evoca a la vez circularidad y destino.
[17] para ver si alguno de ellos tenía los ojos verdes. Los ojos verdes son considerados, entre otras cosas, característicos del joven aventurero. Según la tradición medieval, Ulises los tenía de ese color.
[18] No pudimos encontrar una lechería. En Dublín, como en todas las ciudades europeas en aquella época, había múltiples lecherías o vaquerías, en las que se despachaba leche y otros productos lácteos obtenidos de las vacas que se mantenían en el propio local. Aunque los colegiales no logran encontrarla, se sabe que en el barrio había más de una.
[19] podíamos ver el Dodder. Un río que desemboca en el Liffey muy cerca de la desembocadura de este, al oeste de Ringsend.
[20] a casa en tren. Indica que los colegiales están cerca de la estación de Lansdowne Road. Se han ido por tanto alejando de los muelles de Ringsend y se han internado en el humilde barrio de Irishtown, que el lector recordará era el lugar de origen de la familia Flynn de «Las hermanas».
[21] uno de esos tallos verdes con los que las chicas dicen la fortuna. Hace alusión a la común adivinanza sobre el futuro marido mediante una espiga de centeno silvestre, a la que las chicas iban quitando los granos a la vez que recitaban: tinker, taylor, soldier, sailor, rich man, poor man, thief (buhonero, sastre, soldado, marinero, rico, pobre, ladrón).
[22] un sombrero jerry de copa alta. Sombrero redondo y rígido muy popular a mediados del siglo XIX. Su denominación completa era Tom and Jerry Hat, y la tomaba de los personajes de la exitosa comedia Life in London (1821) de Pierce Egan. Curiosamente, los personajes de los conocidos dibujos animados, ni siquiera en sus nombres, parecen derivarse de esta.
[23] la poesía de Thomas Moore o las obras de sir Walter Scott y lord Lytton. Moore (1779-1852) fue un poeta irlandés enormemente popular, conocido sobre todo por la publicación de Melodías irlandesas, una larga serie de melancólicos poemas adaptados a canciones tradicionales, cuyos volúmenes se podían encontrar en casi todos los hogares de Irlanda. También es recordado por la desgraciada decisión de quemar unas memorias de lord Byron, que este le había entregado en Venecia para que conservara y publicara a su muerte. Walter Scott (1771-1832) era en aquella época aún más popular que en la actualidad como escritor de aventuras, y es de señalar que Joyce, según señala su hermano Stanislaus, «no podía soportarlo». Edward Bulwer-Lytton (1803-1873) fue en la época un novelista tan famoso y prolífico como Scott o Dickens, su obra es extraordinariamente diversa, y algunos de sus libros, como Los últimos días de Pompeya o Eugene Aram (que trata sobre un supervisor de un colegio que comete un asesinato), no eran considerados apropiados para jóvenes.
[24] él tenía tres ninfas. El término empleado por Joyce, tottie, es jerga de la época y los diccionarios lo definen como término cariñoso para una «prostituta de clase alta».
[25] noté que tenía buen acento. En el Dublín de la época los acentos eran importantes como signo de distinción social, y como tales se mencionan en otras de las historias del libro.
[26] ¡Es un viejo lila! En el original: «He’s a queer old josser». Por raro que pueda parecer, dado el contexto, queer no tenía en la época la acepción de «homosexual» que tiene en nuestros días, y sólo significaba «extraño». Josser es argot popular y designa una persona de escasas luces.
ARABIA
Al carecer de salida, North Richmond Street era una calle tranquila, salvo a la hora en la que dejaban salir a los niños de la Christian Brothers’ School[1]. Al fondo, en una parcela cuadrada separada de sus vecinas, había una casa deshabitada de dos pisos. Las otras casas de la calle, conscientes de las vidas decentes en su interior, se miraban unas a otras con imperturbables rostros marrones[2].
El anterior inquilino de nuestra casa, un sacerdote, había fallecido en el salón interior. En todas las habitaciones, el aire, de tanto tiempo encerrado, estaba enrarecido, y la despensa de detrás de la cocina estaba llena de viejos periódicos que no servían para nada. Entre ellos encontré unos pocos libros en rústica cuyas páginas estaban húmedas y alabeadas: El abad de Walter Scott, El devoto comulgante y Las memorias de Vidocq[3]. Me gustaba el último porque sus páginas eran amarillas. El agreste jardín de la parte trasera tenía un manzano central y algunas matas desordenadas bajo una de las cuales encontré la oxidada bomba de bicicleta del anterior inquilino[4]. Había sido un sacerdote muy caritativo; en su testamento había dejado todo su dinero a instituciones y los muebles de su casa a su hermana.
Al llegar los cortos días del invierno la tarde caía bastante antes de que hubiéramos cenado. Cuando nos reuníamos en la calle las casas se habían ensombrecido. El trozo de cielo sobre nosotros tenía un siempre fluctuante color violeta y las farolas de la calle alzaban hacia él sus débiles lámparas. El aire frío nos escocía y jugábamos hasta que nuestros cuerpos se ponían al rojo vivo. Nuestros gritos resonaban en la silenciosa calle. El curso de nuestro juego nos llevaba a través de los oscuros callejones embarrados de detrás de las viviendas, en donde sufríamos el acoso de las pandillas de las casas bajas[5], hasta las puertas traseras de los oscuros y encharcados jardines, donde subían los efluvios de las cenizas, hasta los olorosos establos, donde un cochero cepillaba y peinaba el caballo o hacía tintinear música con las hebillas del