Dublineses. Джеймс Джойс
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[9] mi cuerpo era como un harpa. El harpa es un ancestral símbolo de Irlanda (la cerveza Guinness lo había adoptado como suyo en 1862).
[10] un bazar espléndido, dijo. Del 14 al 19 de mayo de 1894 se celebró en Dublín un mercado o bazar de caridad bajo el nombre de Araby, en favor del Hospital de las Hermanas de la Caridad de Jarvis Street.
[11] un retiro en su colegio. Los retiros o ejercicios espirituales eran frecuentes en el Dublín de la época y juegan un importante papel en la sociedad católica irlandesa. Véase nota 21 de «Gracia».
[12] confió en que no se tratara de un asunto de masones. El catolicismo considera a los masones enemigos acérrimos de la Iglesia de Roma, y consecuentemente en Irlanda la masonería siempre estuvo asociada a la sociedad protestante. La tía del narrador ignora que se trata de un evento caritativo en favor de un hospital católico y seguramente recuerda otro bazar celebrado en Dublín dos años antes: la Exposición y Bazar del Centenario Masónico en Auxilio de la Escuela Femenina de Huérfanas Masónicas, al que el arzobispo católico de Dublín prohibió asistir bajo pena de excomunión.
[13] El adiós del árabe a su corcel. Se trata de un popular poema de Caroline Norton (1808-1877), una autora inglesa hoy no muy recordada que militó en los inicios del movimiento feminista, logrando que se aprobaran significativos cambios legales en favor de las mujeres. Del poema citado el lector se puede hacer una idea mediante la primera y última de las trece estrofas de que se compone: «¡Mi hermoso, mi hermoso!, que dócilmente esperáis / con vuestro lustroso cuello orgullosamente arqueado y vuestros ardientes, oscuros ojos. / No temáis ya surcar el desierto con la máxima alada celeridad que poseéis. / ¡No os volveré a montar! ¡Habéis sido vendido, corcel árabe mío! / ... // ¿Quién dijo que había renunciado a vos? ¿Quién dijo que habíais sido vendido? / ¡Es falso, es falso, corcel árabe mío! ¡Les devuelvo y les arrojo su oro! / ¡Así... así salto a vuestro lomo, y doy una batida por las distantes llanuras! / ¡Lejos! El que nos adelante ahora, te responsabilizará de sus sufrimientos». [«My beautiful! My beautiful! that standeth meekly by, / With thy proudly-arched and glossy neck, and dark and fiery eye! / Fret not to roam the desert now with all thy winged speed; / I may not mount thee again! thou’rt sold, my Arab steed! / ... // Who said that I had given you up? Who said that thou wert sold? / ‘T is false! ‘t is false! my Arab steed! I fling them back their gold! / Thus–thus, I leap upon thy back, and scour the distant plains! / Away! who overtakes us now shall claim thee for his pains».]
[14] Sujetaba el florín. Un florín es una moneda de dos chelines, es decir, la décima parte de una libra. En la época, la cantidad normal que se entregaba a un niño cuando pedía dinero para salir era de entre tres y seis peniques, es decir, como mucho la cuarta parte de lo que su tío da al narrador.
[15] un vagón de tercera clase de un tren desierto. Se trata de un tren especial que lleva a las instalaciones de la Royal Dublín Society de Ballsbridge, al sur del río Liffey: un pabellón ferial en el que además de distintos «bazares», se celebraban otros eventos, como por ejemplo, la feria anual del caballo de Dublín. El recorrido sigue la línea que une la actual estación Connolly, que da servicio a las líneas de ferrocarril del norte, a la actual estación Pearse –antes Westland Road, donde no se detiene–, que da servicio a las líneas del sur. El trayecto duraba unos diez minutos.
[16] Café Chantant. En el catálogo del bazar este café-cantante anunciaba canciones francesas, alemanas, italianas, españolas, inglesas e irlandesas, solos de violín y piano, y «cánticos de Orfeo».
[17] examiné vasos de porcelana y floridos juegos de té. Cerámica típicamente inglesa. Nada del exotismo prometido.
[18] Me fijé en su acento inglés. No necesariamente acento de Inglaterra, sino más probablemente acento dublinés protestante.
[19] dejaba caer los dos peniques sobre la moneda de seis peniques. De los dos chelines –veinticuatro peniques– iniciales sólo le quedan ocho peniques. Se ha gastado un chelín en la entrada y cuatro peniques en el viaje.
EVELINE
Estaba sentada a la ventana viendo cómo la tarde invadía la avenida. Había reclinado la cabeza contra las cortinas y a la nariz le llegaba olor a cretona polvorienta. Estaba cansada.
Pasaba poca gente. El vecino de la última casa pasó camino hacia ella; escuchó taconear sus pasos en el pavimento de cemento y luego crujir sobre el sendero de escoria ante las nuevas casas rojas. En otra época había habido allí un descampado al que todas las tardes iban a jugar con los niños de otras familias. Luego un tipo de Belfast compró el terreno y construyó casas; no como sus pequeñas casas marrones, sino casas grandes de ladrillo con relucientes tejados. Los niños de la avenida solían jugar juntos en aquel campo; los Devine, los Water, los Dunn, el pequeño Keogh el Tullido, ella misma y sus hermanos y sus hermanas. Ernest, sin embargo, nunca jugaba; era demasiado mayor. A menudo su padre les echaba del descampando con su bastón de endrino[1]. Pero generalmente el pequeño Keogh se quedaba de vigía y avisaba en cuanto veía venir a su padre. Aun así entonces parecían haber sido bastante felices. Su padre no era tan malo entonces; y además, su madre estaba viva. De aquello hacía mucho tiempo; ella y sus hermanos y sus hermanas se habían hecho adultos; su madre estaba muerta. Tizzie Dunn también estaba muerta, y los Water habían regresado a Inglaterra. Todo cambia. Ahora ella se iba a marchar como los demás, se iba a marchar de su hogar.
¡El hogar! Miró alrededor de la habitación, volviendo a ver todos los objetos familiares cuyo polvo había limpiado una vez por semana durante tantos años, preguntándose de dónde demonios venía todo ese polvo. Puede que nunca volviera a ver esos objetos familiares de los que jamás se le había pasado por la imaginación separarse. Y aun así durante todos esos años nunca había averiguado el nombre del sacerdote cuya amarillenta fotografía colgaba de la pared sobre el averiado armonio, junto a la estampa coloreada de las promesas hechas a la beata Margaret Mary Alacoque[2]. Había sido un amigo de colegio de su padre. Siempre que mostraba la foto a una visita solía comentar de pasada:
—Ahora vive en Melbourne.