Dublineses. Джеймс Джойс

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Dublineses - Джеймс Джойс Vía Láctea

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¡No! ¡No! Era imposible. Sus manos aferraron el hierro frenéticamente. ¡Entre los mares ella lanzó un grito de angustia!

      —¡Eveline! ¡Evvy!

      Él pasó apresuradamente más allá de la barrera y la llamó para que le siguiera. Le gritaron que avanzara y él seguía llamándola. Ella le presentó su blanco rostro, pasivo, como un animal desvalido. Los ojos de ella no le dieron señal alguna de amor, de despedida, o de agradecimiento.

      DESPUÉS DE LA CARRERA

      Los franceses eran además vencedores de hecho. Su equipo había terminado sólidamente; se habían situado en segundo y tercer lugar, y se decía que el conductor del coche alemán ganador era belga. Cada uno de los coches azules recibía por tanto una doble ración de aplausos al llegar a lo alto de la colina, y los que iban en el coche agradecían cada vítor de bienvenida mediante sonrisas y gestos de asentimiento. En uno de estos coches de estilizado diseño había un grupo de cuatro jóvenes cuyo ánimo parecía estar de momento muy por encima del nivel de triunfante galicismo: de hecho, estos cuatro jóvenes casi reventaban a reír. Eran Charles Ségouin, el dueño del coche; André Rivière, un joven electricista, canadiense de nacimiento; un enorme húngaro llamado Villona, y un finamente acicalado joven llamado Doyle. Ségouin estaba de buen humor porque había recibido inesperadamente algunos pedidos anticipados (iba a inaugurar un establecimiento de vehículos de motor en París) y Rivière estaba de buen humor porque le iban a nombrar gerente del establecimiento; estos dos jóvenes (que eran primos) también estaban de buen humor por el éxito de los coches franceses. Villona estaba de buen humor porque había almorzado muy satisfactoriamente; y además porque era optimista por naturaleza. El cuarto miembro del grupo, sin embargo, estaba demasiado entusiasmado para ser verdaderamente feliz.

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