Dublineses. Джеймс Джойс
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Dublineses - Джеймс Джойс страница 26
—¡Eveline! ¡Evvy!
Él pasó apresuradamente más allá de la barrera y la llamó para que le siguiera. Le gritaron que avanzara y él seguía llamándola. Ella le presentó su blanco rostro, pasivo, como un animal desvalido. Los ojos de ella no le dieron señal alguna de amor, de despedida, o de agradecimiento.
[1] con su bastón de endrino. El bastón de endrino parece ser o haber sido el arma de la imagen tópica del irlandés. El endrino es el árbol de la magia negra en la mitología celta, y en el folclor irlandés se consideraba un árbol de la mala suerte. Con su madera se fabricaban las porras de los policías. También son sus ramas las que se utilizaron para tejer la corona de espinas de Jesucristo.
[2] la beata Margaret Mary Alacoque. Margarite Marie Alacoque fue una monja francesa que dijo haber tenido una serie de revelaciones en las que Jesucristo le había instruido sobre la devoción a su sagrado corazón, el cual no sólo le había mostrado, sino que incluso en una ocasión, había permitido que la monja posara su mano sobre el propio órgano. Tras iniciales reticencias, la Iglesia de Roma la beatificó en 1864 (posteriormente la canonizó). La devoción católica del Sagrado Corazón es una de las más extendidas, y toma el corazón físico de Jesucristo como representación de su amor por la humanidad. Consiste en una serie de ritos a cambio de los cuales quien los practique recibirá doce bendiciones, entre las que se incluyen: paz para su familia, consuelo en sus tribulaciones, bendiciones para sus empeños, y «la fuente e infinito océano de la piedad» para los pecadores.
[3] se dedicaba al negocio de la decoración de iglesias. Por extraño que pueda parecer, en la época era un negocio próspero, lo mismo que la propia construcción de los templos.
[4] La llevó a ver La chica bohemia. Una ópera ligera estrenada en 1843 con libreto de Alfred Bunn (1796-1860) y música de uno de los compositores favoritos de Joyce, Michael Balfe (1808-1870), nativo de Dublín. El argumento narra las aventuras de una niña noble raptada por gitanos, que finalmente vuelve a la vida aristocrática. En Barro se cita la canción más famosa de esta ópera y se menciona al compositor.
[5] cuando él cantaba sobre la joven que se enamora de un marinero. Se trata de una canción de principios del siglo XIX así titulada –The lass that loves a sailor– compuesta por Charles Dibdin: «En el océano la luna fue perturbada por una onda / regalando un quebrado deleite. / Los alegres marineros pasaron la voz para un trago / y un brindis, pues era la noche del sábado. / A alguna novia o esposa que amaban como a su vida, / cada uno brindó y poder llamar deseó; / pero el brindis que más gustó, / fue «El viento que sopla, / el barco que surca, / y la joven que se enamora de un marinero.» [«The moon on the ocean was dimmed by a ripple, / Affording a chequered delight, / The gay jolly tars passed the word for a tipple, / And the toast, for ‘twas Saturday night. / Some sweetheart or wife he loved as his life, / Each drank and wished he could hail her; / But the standing toast that pleased the most / Was ‘The wind that blows, / The ship that goes, / And the lass that loves a sailor’».]
[6] Solía llamarla Poppens. Es diminutivo de popped, un apodo familiar ya obsoleto en la época, aplicado cariñosamente a personas pequeñas.
[7] los terribles patagonios. El mito de una raza de gigantes que habitaba la región del Estrecho de Magallanes se originó con Description d’un voyage autour du monde (1771), las influyentes crónicas del viaje de circunnavegación de Louis-Antoine de Bougainville (1729-1811). En el momento en que sucede la acción cualquier persona medianamente instruida conocía la falsedad del mito.
[8] la colina de Howth. Es un promontorio situado en la peninsula de Howth, al norte de Dublín, popular lugar para excursiones campestres.
[9] ¡Malditos italianos! ¡Venir aquí! No existía en Irlanda una significativa inmigración italiana en la época, lo que ha llevado a sugerir la idea de una alusión al papel de la Iglesia católica en la sociedad irlandesa.
[10] ¡Deveraun Seraun! No se sabe qué significan estas palabras, que se han convertido en una especie de acertijo o código secreto entre los aficionados a Joyce. Entre las distintas interpretaciones, las más sensatas parecen ser las que ven en ellas palabras del gaélico mal pronunciadas, aunque las interpretaciones son enormemente diversas: desde «la muerte está muy cerca» o «el final del placer es el dolor», o «pequeña mía, coge mi mano», hasta «el único final son los gusanos» o incluso «había una onza de pan».
[11] North Wall. El punto de embarque del barco de Dublín a Liverpool, desde donde partían los barcos transatlánticos de la Allan Line en la que Frank había trabajado.
[12] soldados con petates marrones. El tráfico marítimo con Inglaterra estaba siempre plagado de soldados ingleses destinados a Irlanda.
DESPUÉS DE LA CARRERA
Los coches venían raudos hacia Dublín, corriendo parejos como bolitas por el surco de la carretera de Naas[1]. En la cima de la colina de Inchicore se habían reunido grupos de espectadores para ver cómo los coches pasaban a toda velocidad hacia su destino[2], y a lo largo de este canal de pobreza e inactividad promovía el continente su riqueza y su industria. De cuando en cuando los grupos de gentes alzaban los vítores propios de los agradecidamente oprimidos. Sus simpatías, no obstante, eran para los coches azules... los coches de sus amigos, los franceses[3].
Los franceses eran además vencedores de hecho. Su equipo había terminado sólidamente; se habían situado en segundo y tercer lugar, y se decía que el conductor del coche alemán ganador era belga. Cada uno de los coches azules recibía por tanto una doble ración de aplausos al llegar a lo alto de la colina, y los que iban en el coche agradecían cada vítor de bienvenida mediante sonrisas y gestos de asentimiento. En uno de estos coches de estilizado diseño había un grupo de cuatro jóvenes cuyo ánimo parecía estar de momento muy por encima del nivel de triunfante galicismo: de hecho, estos cuatro jóvenes casi reventaban a reír. Eran Charles Ségouin, el dueño del coche; André Rivière, un joven electricista, canadiense de nacimiento; un enorme húngaro llamado Villona, y un finamente acicalado joven llamado Doyle. Ségouin estaba de buen humor porque había recibido inesperadamente algunos pedidos anticipados (iba a inaugurar un establecimiento de vehículos de motor en París) y Rivière estaba de buen humor porque le iban a nombrar gerente del establecimiento; estos dos jóvenes (que eran primos) también estaban de buen humor por el éxito de los coches franceses. Villona estaba de buen humor porque había almorzado muy satisfactoriamente; y además porque era optimista por naturaleza. El cuarto miembro del grupo, sin embargo, estaba demasiado entusiasmado para ser verdaderamente feliz.
Tenía casi veintiséis años de edad, un dócil bigote marrón claro y ojos grises de mirada inocente. Su padre, que al principio de su vida inicialmente había sido