Los inicios de la automatización de bibliotecas en México. Juan Voutssás Márquez

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Los inicios de la automatización de bibliotecas en México - Juan Voutssás Márquez

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de 1958, la División de Turbinas para Aviones de la empresa General Electric en Evendale, Ohio, también inició un sistema de indización Uniterm en una computadora IBM-704 que era similar a la aplicación del ejército. Éste fue una innovación porque ya podía imprimir la información del autor y título de un informe seleccionado, así como un resumen. Sin embargo, al igual que el primero, solo contaba con el operador de búsqueda booleana ‘and’[...] El famoso sistema Medlars que entró en servicio en 1964 fue el primero en contemplar de forma importante la búsqueda de citas en máquinas; en su versión original tenía dos productos principales: 1) composición del Index Medicus y 2) búsqueda mecanizada en un enorme archivo de citas de artículos de revistas para la producción de bibliografías bajo demanda [...] (Kilgour 1970, 220).

      Desde 1879, la Biblioteca Nacional de Medicina (NLM) de la unión americana había estado publicando el Index Medicus, la mayor guía mundial de miles de artículos médicos extraídos mensualmente de cientos de revistas. El gran volumen de fichas bibliográficas era compilado manualmente. En 1958, el personal de la NLM se preguntó si era factible la mecanización del índice basándose en las nuevas tecnologías computacionales, y comenzaron a desarrollar especificaciones al respecto. En 1961, se envió el cuaderno de especificaciones a 45 empresas para solicitar propuestas de solución. El ganador fue la empresa General Electric —que, como ya se mencionó, tenía buena experiencia al respecto— con un contrato de tres millones de dólares para desarrollar el sistema. El gran computador central, un mainframe Minneapolis-Honeywell-800 fue instalado en el nuevo edificio de la NLM en Maryland en 1963 y el sistema entró en servicio en enero de 1964. En sus inicios, fue el sistema de almacenamiento y recuperación bibliográfica más grande del mundo. En 1971, fue instalada una versión en línea del sistema denominada Medline por Medlars on line, que era accesible desde bibliotecas médicas remotas. En un inicio, podía dar servicio a veinticinco usuarios simultáneamente; para principios de los noventa, podía atender a varios miles a la vez (Miles 1982, 365-391).

      Kilgour (1970, 220) menciona además que en 1960, L. R. Bunnow preparó un informe para la empresa de aeronáutica Douglas en el que recomendó un sistema de recuperación informatizado como los descritos anteriormente pero con la diferencia de que este sistema también incluiría por primera vez la producción de tarjetas de catálogo. La propuesta de Bunnow fue quizá la primera en contener el concepto de elaboración de un único registro catalográfico legible por máquina del que se podrían obtener múltiples productos, tales como tarjetas de catálogo impresas y bibliografías producidas por la búsqueda automática. La producción de tarjetas de catálogo comenzó en mayo de 1961, aunque las tarjetas todavía tenían un formato poco convencional —no existía el formato MARC— y se imprimía todo en mayúsculas.

      En 1962, Roger Summit desarrolló un sistema de recuperación de información en línea para los documentos de la NASA e inició el sistema de recuperación “Dialog”. Debido a su éxito, poco después la oficina de educación de Estados Unidos puso las bases de datos educativas bajo el mismo sistema, principalmente la denominada ERIC. En 1972, se volvieron una subsidiaria de la agencia aeronáutica Lockheed y se convirtieron en una de las mayores agencias de bases de datos en línea del mundo con el nombre de Dialog Information Services. En 1988, se volvieron propiedad de la empresa Knight-Ridder, y en la actualidad son parte de ProQuest.

      Esas primigenias aplicaciones fueron preparando el terreno. A principios de la década de los sesenta, las grandes instituciones bibliotecarias se enfrentaban a dos grandes problemas que cada día eran mayores: Por un lado el problema de la fabricación de tarjetas catalográficas, y por el otro el problema de contender con los requerimientos de creación y demanda de información masiva especializada por parte de sus usuarios. La atención y los intentos de solución de estas dos problemáticas fueron los principales detonadores para la asociación de computadoras y bibliotecas.

      Notas

      8 En realidad el nombre original del centro en 1958 fue Centro Electrónico de Cálculo. Así está consignado en Gaceta UNAM y otros documentos en esos primeros años. A mediados de 1961, Sergio Beltrán lo cambió a Centro de Cálculo Electrónico, su nombre definitivo, como puede observarse en el folleto oficial del centro (Centro de Cálculo Electrónico 1961). [regresar]

      3.- La producción de tarjetas catalográficas

      Creo que hay un mercado mundial para, cuando más, unas cinco computadoras.

       Thomas Watson, director de IBM, 1948

      A fines de los cincuenta, prácticamente todos los catálogos de bibliotecas del mundo eran elaborados en las clásicas tarjetas de cartón de 7.5 × 12.5 cms. Cada título de un libro procesado requería además “desarrollar” el juego de tarjetas correspondiente, una tarjeta para cada entrada de los catálogos: autor, título, topográfico, diccionario, así como para cada una de las materias asignadas al libro. El promedio era casi seis tarjetas por obra. El proceso de elaboración de las tarjetas era muy detallado y consumía mucho tiempo: la tarjeta principal era mecanografiada en una máquina de escribir. Si no se tenían recursos reprográficos especializados, esta tarea debía repetirse en la máquina de escribir tantas veces como fuese necesario, una por cada tarjeta requerida. No podían obtenerse copias con papel carbón debido al grosor del cartón de las tarjetas, típicamente unas tres o cuatro veces más gruesas que una hoja de papel bond estándar.

Imagen 51
Tarjeta catalográfica mecanografiada, años setenta.
Imagen 52
Tarjeta catalográfica de la Biblioteca del Congreso EUA de los años sesenta y setenta, con diversas tipografías.

      La fotocopia no era una opción en ese entonces: fue hasta 1959 que se comercializó exitosamente una máquina xerográfica, el “modelo 914”, de la Compañía Haloid-Xerox, y hasta octubre de 1960 que una de ellas fue adquirida por primera vez por la Biblioteca de los Institutos de Salud (NIH) de Estados Unidos, con lo que inició la flamante nueva era tecnológica de la fotocopia en las bibliotecas (Martin y Ferguson 1964, 410). Tardó todavía el resto de la década en popularizarse en la mayoría de ellas.

      Desde marzo de 1961, comenzaron a verse cada vez con más frecuencia anuncios de la máquina 914 en las revistas para bibliotecas como el ALA Bulletin o el Library Journal El costo de la máquina era muy alto entonces: noventa y cinco dólares mensuales de renta en 1965 —equivalentes a poco más de setecientos dólares en la actualidad—, lo cual era la forma típica de adquirirla, o 27,500 dólares para comprarla —equivalentes a 212 mil dólares de hoy en día—. La renta incluía dos mil copias al mes; después de éstas había que sumarle los consumibles, lo cual hacía que el costo de obtención de cada copia fuese muy alto, además de que requería de un constante soporte técnico. Además, durante los primeros años de este modelo no era posible utilizar cartón para reproducir los textos lo cual cancelaba la posibilidad de su uso para la elaboración de tarjetas catalográficas. Esta deseable característica en esta copiadora fue introducida hasta 1965 (College & Research Libraries 1965, 464). Dado que la “plantilla” para copia consistía en cuatro tarjetas juntas, no era del todo práctica para el propósito de fabricación original de tarjetas partiendo de un original.

      En 1964, el Boletín de la American Library Association (ALA) reportó que ya existen en algunas bibliotecas

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