El oficio del sociólogo en Uruguay en tiempos de cambio. Miguel Serna

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El oficio del sociólogo en Uruguay en tiempos de cambio - Miguel Serna

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en los que la fuerza del hombre estuvo al servicio de la circulación de mercaderías producidas lejos, muy lejos de esos barrios humildes de Montevideo, Fernando trabajó solo un año “en caja”, con aportes jubilatorios y protección social. El resto fue “en negro”, sin cobertura social, sin sindicalización, fuera de la ley, sin seguro, atrapado en la imposibilidad de actuar colectivamente.

      Como todos sus compañeros estaban “en caja” menos él, un día Fernando se tiró del camión de bananas para asustar a los patrones e intentar que lo blanquearan: “Y ahí fue que me llevaron al Banco de Seguros y me pusieron en caja”. Hizo como que se caía y se tiró con caja de bananas y todo para atrás del camión, se golpeó y recuerda aún hoy como le dolía “toda la espalda, el brazo, la pierna...”, pero logró que los de la empresa se asustaran y lo blanquearan.

      –¿Y cuánto pagan ahí?

      Fernando. –Tres o cuatro gambas (risas). Trescientos o cuatrocientos pesos uruguayos al día, lo que podría alcanzar entre 7.200 y 9.600 pesos en un mes de veinticuatro días de trabajo, con la condición de que el trabajo y la paga fuesen estables, lo que es muy poco probable. “Y ahí, mirá, nosotros descargábamos por día cinco o seis camiones, o a veces llenábamos cinco o seis cámaras [frigoríficas] también, entre tres o cuatro [trabajadores]”. Fernando explica que eran once empleados en total que se ocupaban de distintas cargas y descargas cada día, hasta el fin de semana. Pero luego, con la mejora del mercado de trabajo, “se fueron yendo, porque la plata no daba. Vos te matabas laburando y cuando ibas a cobrar agarrabas 1.500 pesos por semana o 2.000 pesos a veces. Cuando llegaba a los 3.000 pesos saltabas en una pata. Y si hacíamos treinta camiones a la semana, agarrabas 5.000 pesos y ahí tirabas cuetes pa’ arriba, porque te pagaban por camión [5.000 pesos representaban menos de 132 euros y de 172 dólares estadounidenses de 2018]”.

      Andrés (hermano de Fernando). –Algunas veces lo hacían ir a la siete de la mañana y si el camión venía a las diez se tenía que quedar esas tres horas ahí, esperando a que el camión viniera, pero esas horas no se las pagaban. Le pagaban solo el camión. Si tenía un camión ahora y otro a las cinco de la tarde, hasta que no termine el otro camión, vos te quedás toda la hora ahí... Por destajo.

      La no consideración del trabajo en la observación de la vida barrial está muy estrechamente ligada con la manera en que se evalúa la eficacia de las políticas sociales para combatir la pobreza. Cuando se pierde de vista que es este tipo de trabajo el que produce la pobreza, que estos barrios están masivamente habitados por personas que trabajan mucho pero que no logran vivir dignamente de su trabajo y resolver sus problemas esenciales con su esfuerzo, que la retribución del trabajo es pobrísima, también se pierde de vista que ese tipo de trabajo, aunque permita contar un trabajador más y un desempleado menos en la curva del desempleo, no es vector de integración social ni de salida de la pobreza, es pura explotación. Entonces se evalúa de mala manera a las políticas sociales. Es como si a ese agente del Mides que se acerca a una familia porque hay tres hijos pequeños y hay que acompañar a la familia y demás se le pidiera que actuara sobre las causas de una pobreza cuya producción se origina fuera de su campo de acción y del barrio, en un espacio que no es un espacio físico. Ellas están en la trama de relaciones sociales que estructuran la vida, cosa que la sociología sabe desde hace muchísimo tiempo. Pero la sociología también puede empobrecerse.

      Para terminar, quisiera restituir aquí un fragmento de mi propio diario de campo, escrito a la salida de una visita a otro barrio de la zona de Camino Maldonado. Veremos una serie de consideraciones sobre el tiempo y sobre la experiencia social del tiempo. Esas observaciones tienen su origen en que, antes de ir al barrio esa vez, en mayo de 2018, yo había leído notas de un diario de campo redactado en la década de 1990, cuando ya había estado en la zona observando la vida de las clases populares. El diario que sigue resulta, en buena parte, de la comparación de lo que observé en 2018 con lo que había escrito luego de una observación realizada más de veinte años antes, prácticamente en el mismo lugar.

      La esquina de Punta de Rieles ha sido renovada. Hasta tal punto que resulta irreconocible para quien no haya estado por allí en los últimos quince años. Es ahora el punto más colorido que puede verse desde que nace la avenida 8 de Octubre hasta que la ruta 8 termina de salir del departamento para entrar a Canelones. Es hoy un centro de transporte y de comercio que irriga una de las zonas más pobres de la ciudad. Sobre el costado sur de la esquina con Camino Maldonado se recuesta un conjunto de instituciones culturales. La escuela, un jardín de infantes, una biblioteca popular y un centro cultural. Murales y agentes culturales sembrando vida junto a la severa presencia del Guayubá [principal –y única– empresa estatal de refinería de petróleo y afines] en bronce de Blanes que vigila el conjunto. También una importante estación de servicio ANCAP [Administración Nacional de Combustibles, Alcohol y Portland], un bar, varios comercios. ¡Uruguay y Montevideo se han transformado tanto en estos últimos años! Y no solo sobre la costa, y no solo como efecto de la inversión inmobiliaria que privilegia las torres de cristal con vista al río.

      Quienes pueblan la zona de Punta de Rieles no son quienes miran ahogarse en el mar al sol desde las ventanas y los balcones de sus apartamentos. Sin embargo, unos y otros viven engarzados por múltiples relaciones sociales. Algunos cuantos albañiles de estos barrios han levantado las torres de aquellos y otros cuantos vecinos de aquí van a trabajar cuarenta horas semanales allí. Fredi es portero en uno de esos edificios de Pocitos. Vive en La Chancha, el nombre que en la zona de Punta de Rieles se le da a una parte del asentamiento Nueva España –aunque algunos los consideren dos barrios distintos, si bien contiguos–. En un día soleado de mayo de 2018 nos dio cita, al mediodía, en la puerta de la escuela, cuando venía a buscar a uno de sus hijos, a un nieto y al hijo de unos vecinos.

      Desde la escuela en Punta de Rieles lo acompañamos hasta el local de la junta vecinal del barrio, cerquita de su casa. En el camino nos encontramos con María, la mayor de sus hijas, que se llevó a su hijo, el nieto de Fredi que venía con nosotros. El sociólogo quiere aprender. Observa la vida y toma notas de las relaciones sociales. Relaciones de vecinazgo, lazos de parentesco.

      Fredi llegó a Nueva España en 1995, poco después de la ocupación que le había dado origen al barrio dos años antes. Corrían los duros años del neoliberalismo en el que tantos obreros fueron desclasados y desplazados por la pobreza. Empujado por ese vendaval llegó Fredi desde Paysandú, obrero de la construcción, cuando allá no había más trabajo y él todavía no tenía treinta años. En Nueva España ha crecido junto con él y su compañera una familia de cinco hijos y tres nietos, once personas y tres generaciones sólidamente ligadas en la trama de relaciones locales que estructura el espacio social del barrio. Pero otras relaciones sociales modelan la vida de quienes viven allí. Fredi es hoy portero de un edificio en Pocitos, recordemos. Cotidianamente se ocupa de volver más limpia, más segura, más presentable la vida de aquellos otros que no son sus vecinos sino sus patrones. Gracias a este otro lazo social, el del trabajo, Fredi está mucho mejor que la mayoría de sus vecinos de Nueva España. Él tiene un empleo estable, formal, con protecciones sociales y un ingreso regular, con un tiempo de trabajo limitado por la ley que le deja resto para participar en la junta vecinal y llevar y traer a los gurises de la escuela. Realiza una tarea importante en la vida cotidiana de aquellos niños que no crecen así tan solos como otros del barrio. Pero más de treinta años de trabajo y un empleo estable condenan todavía a Fredi y a las dos generaciones que lo siguen a batallar la vida en un asentamiento irregular, a un kilómetro y medio de tierra de la linda esquina de Punta de Rieles. A 1.500 metros del transporte, de la escuela, de los colores de la cultura. Mucho le queda por progresar al asalariado en Uruguay. Mucho para que el trabajo, todos los trabajos, vuelvan a ser garantía de integración social y de dignidad ciudadana (a la igualdad ciudadana mantengámosla

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