El oficio del sociólogo en Uruguay en tiempos de cambio. Miguel Serna

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El oficio del sociólogo en Uruguay en tiempos de cambio - Miguel Serna

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frecuente y de ricos resultados en la Argentina y Brasil, por ejemplo, por no citar el caso de la sociología francesa donde estos métodos son habituales desde los muy difundidos trabajos de Pierre Bourdieu sobre el campesinado kabil o sobre “el baile de los solteros” en el Bearne.

      3. Cf. Denis Merklen, “Du travailleur au pauvre”, Études rurales, Nº 165-166, 2003, pp. 171-196, y “Un pobre es un pobre: la sociabilidad en el barrio, entre las condiciones y las prácticas”, Sociedad, Nº 11, 1997, pp. 21-64.

      4. El monumental libro de Robert Castel, Las metamorfosis de la cuestión social: una crítica del salariado (1995 por su primera edición en francés) cumplió un papel fundamental en ese intento de retorno a la centralidad del trabajo.

      5. Verónica Filardo y Denis Merklen, “Las rupturas”, en Detrás de la línea de la pobreza, pp. 90-91.

      6. Verónica Filardo y Denis Merklen, “Las rupturas”, pp. 112-113.

      7. Verónica Filardo y Denis Merklen, “Las rupturas”, pp. 120-122.

      Itinerarios de la profesión del sociólogo en Uruguay

      Marcos Supervielle*

      Intento de una historia de la profesión del sociólogo

      Primera etapa: la etapa ensayística

      Como en toda América Latina, se desarrolla en Uruguay a partir de la segunda mitad del siglo XIX un “pensamiento social” particularmente orientado a dar cuenta de lo que en la época se denominaba la “cuestión social” y, quizá más modernamente, el “orden social”. Ello se realiza desde una perspectiva ensayística. El tono general de estas reflexiones es el de denuncia y/o el de proponer soluciones a los problemas que se perciben en la sociedad.

      Este encare ensayístico aparece hoy en día como una debilidad, pero, aun así, tenía la virtud de proponer un programa de construcción de una sociedad, en momento en que tenía un estado todavía incipiente. La denominación “sociología” se asociaba a la idea de dar cuenta de la sociedad existente y eventualmente de colaborar de alguna manera con la construcción de un nuevo orden social quizá más justo, y sobre todo más integrado.

      Es interesante que el tratamiento de estos temas generales se hacía articulado a la búsqueda de “soluciones” a grandes problemas y, por lo tanto, sin ningún ánimo especulativo de tipo filosófico sino impregnado de un estilo pragmático, con una vocación a ser profesionalizante. El encare de los Varela (José Pedro y Jacobo), orientados al desarrollo de la educación a través de la educación pública, y el de Ángel Floro Costa inscribiendo su mirada en un positivismo orientado a introducir la idea de desarrollo en la sociedad uruguaya son ejemplo de esta corriente de pensadores sociales del fin de siglo XIX, estilo que se prolongará algo así como cincuenta años más. En estos pensadores, el “soporte” de sus ideas es la riqueza de su retórica, y no la descripción empírica “objetivante” la que motivaba sus reflexiones. Es cierto que estos ensayos a veces se apoyaban en una sociología académica y libresca, con vocación erudita, que se dictaba en las cátedras de Sociología de la Universidad en estos años.

      Aun así, esas reflexiones apuntaban a resolver problemas existentes reales en la sociedad uruguaya. Y, como apunta Gerónimo de Sierra muy correctamente en un artículo, el desarrollo y la profesionalización fueron tardíos con respecto a otros ámbitos de América latina. A su vez, siguen la pauta lúcidamente sintetizada por Arturo Ardao: “Los logos podrán venir de Europa, pero los pathos y los ethos son bien nuestros”.

      Consideramos que las dos partes de esta reflexión final son muy ciertas: efectivamente, los logos venían de Europa y en menor grado, al acercarnos a la mitad del siglo XX, también de Estados Unidos. Pero, por el otro lado, “los pathos y los ethos eran bien nuestros”. La percepción de estos temas era que no eran importados, casi nunca.

      Creemos que de alguna manera una excepción importante a esta perspectiva surge justamente del debate muy fundado, que transcurre durante varios años al principio del siglo XX, sobre la ley de ocho horas de la jornada de trabajo. Debate liderado por Emilio Frugoni, quien fue político y académico. Esta situación es excepcional para la época por dos razones. En primera instancia porque la fundamentación de esa ley se basa en gran parte en información fehaciente sobre las duraciones reales de la jornada de trabajo en Uruguay, en las distintas ramas de actividad. Se logra demostrar que, en algunas de esas ramas, la jornada de ocho horas ya era un dato de la realidad. Para presentar un panorama general se requirió el soporte de una base de datos que ya existía en la época y estaba disponible. Información que utiliza también José E. Rodó, quien también la usó para justificar su posición de la necesidad de la jornada de nueve horas y no de ocho, como sostenían Frugoni y otros parlamentarios battlistas.

      Uno de los múltiples proyectos de ley de las jornadas de ocho horas impulsado por el gobierno battlista fue finalmente votado. Con ello Uruguay fue uno de los primeros países en el mundo en promulgar una ley de la jornada de ocho horas, muy avanzada incluso para los países desarrollados. Aunque en aquellos países ya era un reclamo de los sindicatos.

      Permítaseme una corta digresión. A algo de más de cien años de dicha ley, la pregunta que uno podría hacerse es por qué se votó esa ley de avanzada tan tempranamente en el concierto mundial. La explicación que se maneja es la de la necesidad del apoyo de los trabajadores a su gobierno. Esta explicación solamente puede ser parcial, y además colocaría a José Battle y Ordóñez casi en una posición populista, cosa que en muchísimas ocasiones demostró que no era su orientación política ni su estilo de gobierno.

      Dar respuesta a esta pregunta requiere articular una serie de elementos que operan a distinto nivel. Por ejemplo, para llegar a la ley de ocho horas se requería una aceptación generalizada del reloj como mecanismo de regulación del tiempo en las sociedades; antes aún de la generalización del reloj, de la ficción de que el día está dividido en veinticuatro horas. Antes de ello, las jornadas de trabajo eran de “sol a sol”, como dice el dicho popular. La generalización del reloj, de su utilización pública a través de las campanas de las iglesias y de las sirenas de las fábricas, no solamente pautaba el tiempo de trabajo sino también las tareas de la vida cotidiana. Aun así, esta generalización de la referencia a las horas del reloj no alcanza para explicar el porqué de la votación de la ley que reducía la jornada de trabajo. Si miramos con cuidado las estadísticas que manejaron Frugoni y Rodó entre otros, uno percibe que las jornadas de trabajo más reducidas son actividades productivas de bienes o de servicios que se realizan en el mundo urbano y que, en algunas actividades económicas, ya se había pactado con los patrones un horario de ocho horas, mientras que las actividades que se producen en el mundo rural tienen horarios mucho más extendidos, incluso con horarios de distinta duración en verano y en invierno. Ello muestra que el tiempo “solar” todavía tiene peso en la consideración de las horas de la jornada laboral en este medio. La argumentación de que la ley estaba regulando una situación que ya existía de hecho no es sostenible.

      Si leen los debates parlamentarios, encontrarán que entre algunos de los diputados que finalmente votaron la ley y permitieron su promulgación se percibe que fue el miedo el que generaba la posibilidad de que en nuestro país

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