Una vida. Simone Veil

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SS no nos trataban con desprecio o violencia, y sólo dos de ellos se encargaban de la vigilancia, cada uno en un extremo del vagón. El 7 de abril viajamos hasta Drancy, donde convergían –nos enteramos después– todos los trenes de Francia. Cuando llegamos entendimos enseguida que descendíamos un escalón más en el camino hacia la miseria y la deshumanización.

      Las condiciones de vida en el campo eran terribles en el plano moral y material. Dormíamos y comíamos mal, aunque hay que relativizar porque en esa época se comía mal en toda Francia. En Drancy reinaba ante todo la angustia, si bien algunos se aferraban a la probabilidad de un desembarco próximo. Tenían tanta esperanza en una liberación rápida, que hacían todo lo posible para ganar tiempo y retrasar la partida. Para la mayoría, esta esperanza resultó ilusoria. Sólo algunas personas, muy pocas y en general las que fueron detenidas al principio, habían logrado volverse indispensables: médicos, empleados de los registros, miembros de lo que podríamos llamar la estructura administrativa, aunque son palabras demasiado importantes para una realidad tan pobre. Los responsables del campo eran de mármol. Bastaba cualquier incidente para que alguien que había logrado quedarse un año o más, de pronto disgustase a la Gestapo o a los SS y fuera también trasladado. Por otro lado, algunos individuos aislados, con cónyuges no judíos, lograban quedarse ahí y salvar sus vidas, porque en Drancy en esa época ya no se moría.

      Los detenidos podían quedarse postrados y mudos durante días. En cuanto a los responsables judíos, ignoro si sabían lo que nos esperaba. A mi entender, tenían más intuición que conocimiento real. Pero, si sabían algo, obviamente no se filtraba nada: si de verdad hubiesen tenido alguna sospecha o certeza sobre nuestro futuro destino igual no nos habrían dicho nada, porque el campo se habría vuelto insoportable y las represalias, atroces. Por lo tanto, nunca escuché hablar en Drancy de cámaras de gas, hornos crematorios o medidas de exterminio. Todo el mundo repetía que íbamos a ser llevados a Alemania para trabajar “mucho”. ¿Pero adónde? A falta de información, se hablaba de “Pitchipoï”, un término desconocido que designaba un destino imaginario. Las familias esperaban no ser separadas, y eso era todo.

      Después de la guerra se habló mucho sobre el conocimiento que los judíos podían haber tenido de la situación. En realidad, la información era mucho más escasa de lo que se cree. Los judíos extranjeros, los primeros en ser perseguidos, supieron antes que el resto qué era lo que se avecinaba. Había más información en la zona ocupada que en la zona libre. Es difícil, sin embargo, creer que François Mitterrand, que tras su evasión se recuperaba en la Costa Azul en casa de unos judíos de origen tunecino, haya podido ignorar las medidas que fueron tomadas contra ellos. Todas las familias de la colectividad eran perseguidas. El número de las que lograron llegar sin problemas hasta las puertas de la Liberación no debe haber sido muy alto.

      La tediosa negrura de Drancy era atravesada a veces por un rayo de sol. Recuerdo haberme reencontrado con los Reinach, madre y padre, nuestros amigos de la villa Kerylos. La señora Reinach, siempre enérgica, supervisaba los servicios de cocina del campo. Fui a verla y tuve la alegría de poder decirle: “La semana pasada recibí una carta de su hija Violaine. Toda su familia está muy bien y fuera de peligro.” Por supuesto, una noticia como ésta era un regalo para el señor y la señora Reinach, que habían sido arrestados poco tiempo antes e ignoraban completamente lo que les había ocurrido a sus cinco hijos. En cuanto a los padres, habían sido deportados muy tarde y directamente a Bergen-Belsen, como otras personas conocidas, quizá porque la señora Reinach era de origen italiano.

      Durante toda esa semana en Drancy, no supimos absolutamente nada sobre lo que había pasado con nuestro padre. Cuando volvimos, pudimos reconstituir los diferentes episodios. Él fue arrestado unos días después que nosotros y llegó al campo poco después de nuestra partida. Ahí se reencontró con Jean, que todavía estaba esperando el trabajo que le habían prometido. Por supuesto, todo eso no era más que una farsa: los responsables nunca habían pensado seriamente en emplear judíos en la Organización Todt. El tren en el que fueron embarcados, unos días más tarde junto con otro centenar de personas, partió en realidad hacia Kaunas, uno de los puertos más importantes de Lituania, entonces ocupada por los alemanes. ¿Por qué ese destino? Nunca nadie ha podido explicarlo. Quizá los nazis temían que hubiese motines fomentados por estos jóvenes en los trenes de deportados, o incluso fugas. Al eliminar a los hombres en la flor de la vida, minimizaban

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