Una vida. Simone Veil

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enviados a los países bálticos para desenterrar cadáveres y que nadie pudiese encontrarlos ni reconstituir los diferentes episodios. Hoy, de hecho, está comprobado que a los pocos supervivientes de ese convoy se les asignó esa tarea siniestra. En lugar de utilizar gente de los países bálticos, que hubiese podido divulgar las matanzas en masa, los nazis habían preferido hacer venir franceses, que luego también serían eliminados.

      Lo que sí se sabe con certeza es que mi padre y mi hermano fueron enviados juntos hacia Kaunas, porque sus nombres figuran en las listas. Se sabe también que algunos de estos hombres fueron enviados a Tallin, la capital de Estonia, para hacer tareas de reparación en el aeropuerto que había sido bombardeado. Se cree que todos fueron asesinados al llegar, o al menos fue así según los testimonios de la quincena de supervivientes que volvieron de ese infierno. ¿Cuál fue el destino de mi padre y de mi hermano? Nunca lo supimos. Ninguno de los supervivientes conocía a papá o a Jean. Una investigación posterior, llevada a cabo por una asociación de ex deportados, no dio resultados. De manera que nunca pudimos saber que ocurrió con nuestro padre y con nuestro hermano. Hoy conservo intacto el recuerdo de las últimas miradas y las últimas palabras que intercambiamos con Jean. Recuerdo los esfuerzos que hicimos las tres para convencerlo de que no nos siguiese, y una tristeza terrible me oprime al pensar que nuestros argumentos, lejos de salvarlo, quizá lo mandaron a la muerte. Jean tenía entonces dieciocho años.

      En cuanto a mi segunda hermana, Denise, cuando nosotros llegamos a Drancy ya hacía varios meses que se había unido a la resistencia. Fue arrestada a su vez en junio de 1944 y luego deportada a Ravensbrück, aunque logró disimular que era judía, lo que probablemente le salvó la vida. Milou y yo no supimos nada antes de nuestra vuelta a París. Durante todo el tiempo que duró la deportación, vivimos con la idea de que por lo menos ella había logrado escapar a la persecución. En un centro de repatriación en la frontera entre Alemania y Holanda, nos enteramos de lo que le había ocurrido; alguien allí nos trastornó cuando nos dijo que la había visto en Ravensbrück. Ese fue el destino de mi padre, de Jean y de Denise, que yo ignoré entre el momento en el que me fui de Niza, el 7 de abril de 1944, hasta mi vuelta a Francia, en mayo de 1945.

      A nosotras tres, el 13 de abril a las 5 de la mañana, nos llevaron en una nueva etapa de este interminable descenso al infierno. Unos autobuses nos condujeron a la estación de Bobigny, en donde nos hicieron subir a vagones para animales que formaban parte de un convoy que partía inmediatamente hacia el Este. Como no hacía ni demasiado frío ni demasiado calor, la pesadilla no desembocó en una tragedia, y en el vagón en el que estábamos nosotras, nadie murió de frío durante el viaje. Estábamos, sin embargo, horriblemente apretados; había unas sesenta personas: hombres, mujeres, personas mayores, pero ningún enfermo. Todo el mundo se empujaba para tener un poco más de espacio. Había que turnarse para poder sentarse o estirarse un poco. No había soldados arriba de los vagones. Los únicos que vigilaban el convoy eran los SS que estaban en cada estación donde paraba el tren. Recorrían cada lado de los vagones para advertirnos que, si alguien intentaba escapar, todos los ocupantes del vagón serían fusilados. Nuestra sumisión da una idea de nuestra ignorancia. Si hubiésemos podido imaginar lo que nos esperaba, les habríamos suplicado a los jóvenes que corrieran todos los riesgos posibles para saltar del tren. Cualquier cosa era mejor que lo que nos iba a ocurrir.

      El viaje duró dos días y medio, del 13 de abril al alba hasta el 15 a la noche, hasta que llegamos a Auschwitz-Birkenau. Es una de las fechas que jamás olvidaré, junto con la del 18 de enero de 1945, el día que dejamos Auschwitz, y la de la vuelta a Francia, el 23 de mayo de 1945. Son los puntos de referencia de mi vida. Podré olvidarme de muchas cosas, pero no de estas fechas. Quedarán para siempre ligadas a mi ser más profundo, como el tatuaje con el número 78651 sobre la piel de mi brazo izquierdo. Son, para siempre, las marcas indelebles de todo lo que tuve que atravesar.

      8. NdelE: Guerra relámpago.

      9. NdelE: Vichy fue la capital de Francia bajo el régimen colaboracionista del mariscal Pétain.

      10. NdelE: La mayor redada llevada a cabo en territorio francés y en la que fueron detenidos más de 13.000 judíos.

      11. NdelE: Polémico documental de Marcel Ophüls, sobre el régimen de Vichy, estrenado en 1969 con gran éxito comercial.

      12. NdelE: Servicio ecuménico creado para la protección de inmigrantes extranjeros.

      13. NdelE: Bautizada con el nombre de su jefe, Fritz Todt, era un grupo de construcción e ingeniería civil y militar de fuerte presencia en Alemania y los territorios ocupados.

      El convoy se detuvo en plena noche. Ya antes de que se abrieran las puertas, fuimos acosados por los gritos de los SS y los ladridos de los perros. Luego les siguieron los reflectores enceguecedores, la rampa de llegada. Toda la escena parecía irreal. Nos arrancaban del horror del viaje para arrojarnos de lleno en una pesadilla absoluta. Estábamos al final del periplo, en el campo de Auschwitz-Birkenau.

      Los nazis no dejaban nada librado al azar. Fuimos recibidos por presidiarios que identificamos inmediatamente como deportados franceses. Estaban parados en el andén y repetían: “Dejen su equipaje dentro de los vagones, hagan una fila, avancen.”

      Después de unos segundos de vacilación, todo el mundo reaccionaba. Algunas mujeres se quedaron con su cartera sin que nadie se opusiera. Rápido, rápido, había que hacer todo rápido. De repente, una voz desconocida me dijo al oído: “¿Cuántos años tienes?” A mi respuesta, dieciséis y medio, le siguió una consigna: “Sobre todo, tienes que decir que tienes dieciocho.” Luego, al preguntarles a varias compañeras tan jóvenes como yo, me enteré de que se habían salvado por haber seguido el mismo consejo murmurado en su oído: “Di que tienes dieciocho años”. La fila había llegado hasta donde estaban los SS, que hacían la selección con la misma rapidez. Algunos decían: “Si están cansados, si no tienen ganas de caminar, súbanse a los camiones.” Les respondimos: “No, preferimos mover un poco las piernas.” Muchas personas aceptaron lo que creyeron un signo de amabilidad, sobre todo las mujeres con niños pequeños. Los camiones arrancaban cuando se llenaban. Cuando un SS me preguntó mi edad le respondí espontáneamente: “Dieciocho años.” Así, las tres evitamos ser separadas y nos quedamos juntas en la fila de mujeres. Aunque había sido operada poco tiempo antes de la vesícula biliar y tenía secuelas de esa intervención, mamá, por entonces de cuarenta y cuatro años, conservaba un aspecto joven. Era bella y poseía una gran dignidad. Milou tenía veintiuno.

      Caminamos con las otras mujeres, las de la “buena fila”, hasta una construcción alejada, de hormigón, donde había una sola ventana, y donde nos esperaban las “kapos” (14), unas bestias, aunque se trataba de deportadas como nosotras y no de SS. Gritaban las órdenes con tanta agresividad, que inmediatamente nos preguntamos: “¿Qué es lo que ocurre aquí?” Nos apuraban sin ninguna consideración: “Entreguen todo lo que tienen porque de todas maneras no van a poder conservar nada.” Dimos todo: joyas, relojes, alianzas. Con nosotras se encontraba una amiga de Niza, detenida el mismo día que yo. Ella había guardado un frasco de perfume Lanvin. Me dijo: “Nos lo van a sacar. Yo, mi perfume, no lo quiero dar”. Entonces, tres o cuatro chicas nos rociamos de perfume; nuestro último gesto de adolescentes coquetas.

      Después de esto: nada, durante horas, ni una sola palabra, ni un solo movimiento hasta el final de la noche, todas amontonadas en el edificio. Las que habían sido separadas de los suyos empezaban a preocuparse y se preguntaban

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