Atrapada al atardecer. C. C. Hunter
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Читать онлайн книгу Atrapada al atardecer - C. C. Hunter страница 14
—¿Ya ha conseguido Burnett las imágenes de tus abuelos? —Lucas bajó la mirada en su dirección.
—No lo sé. —Lo miró fijamente a sus ojos azules. Durante un breve segundo, deseó no cuestionar lo que sentía. Deseó que él no fuera una incógnita más de su vida. Sería tan agradable dejarse llevar. Entonces, ¿por qué no lo hacía?
—¿Te encuentras bien? —Lucas articuló las palabras sin apenas pronunciarlas. Ella asintió con la cabeza, pero no estaba del todo segura de si era cierto.
—¡Entonces alguien las manipuló! —Burnett se paseó por la sala—. ¿Has conseguido ya los registros de tráfico de los Brighten? Quiero ver una copia de sus carnets de conducir para determinar si son quienes dicen ser. —Apretó la mandíbula y miró a Kylie. Sus ojos destellaron empatía, pero desapareció en menos de un segundo. Parecía que mostrar emociones, aunque solo fuese a través de una chispa en la mirada, era demasiado para él.
Todo en ese hombre parecía oscuro y duro, y él parecía estar contento de que fuese así. Tenía el cabello negro, la piel morena y un cuerpo musculado que mantenía a distancia a la mayoría de los hombres y que hacía que la mayoría de las mujeres de su edad quisieran que se acercase más a ellas. Kylie observó como Holiday estudiaba a Burnett y corrigió su último pensamiento. A pesar de la evidente atracción que había entre ellos, Holiday nunca dejaría que Burnett se le acercara.
—No entiendo qué les lleva tanto tiempo —espetó Burnett a su interlocutor—. Es tan sencillo como sacar los archivos del departamento de tráfico. Yo podría haberlo hecho ya. —Soltó un profundo suspiro de frustración—. Limítate a mandarlos en cuanto los tengas. —Colgó, se guardó el teléfono en el bolsillo de la camisa y miró a Holiday.
Entrecerró los ojos, frustrado.
—Alguien ha manipulado nuestras cámaras. Yo mismo las comprobé esta mañana, y funcionaban perfectamente. Dejaron de funcionar justo una hora antes de que los Brighten llegaran. Creo que está claro lo que eso significa.
Burnett dirigió una mirada a Kylie. Ella sabía que pensaba que los Brighten eran unos impostores, y quizá debería desear que tuviese razón. Eso significaría que no habían sido los padres de Daniel quienes habían desaparecido en la autovía. Pero Kylie quería pruebas.
Se presionó la frente con una mano, tratando de poner freno al dolor de cabeza que empezaba a sentir.
—¿Cuándo creen que conseguirán las imágenes de los Brighten?
—En cualquier momento, si saben lo que les conviene. —La voz profunda de Burnett sonó sincera.
Kylie rezaba para que los padres de Daniel estuvieran bien, para que no fueran la pareja que la había visitado antes. Pero incluso en ese caso, no estaba segura de estar emocionalmente a salvo. Impostores o no, no estaba segura de que la pareja de ancianos mereciera… Evitó que la palabra muerte se cristalizara en su cabeza. Desaparecer no tenía por qué ser un sinónimo de morir.
Lucas le rozó la espalda con el dorso de la mano. Supo que lo había hecho de forma deliberada y que buscaba consolarla. Y lo hizo.
El teléfono de Burnett sonó de nuevo. Lo sacó del bolsillo, pulsó un botón y se quedó mirando fijamente la pantalla. Levantó la vista y le mostró el teléfono a Holiday.
—¿Es esta la pareja que estuvo aquí?
Holiday miró primero a la pantalla y luego a Kylie.
—No. No son ellos.
No es que Kylie no la creyera, pero tenía que verlo con sus propios ojos. Tomó el teléfono de Burnett y se quedó mirando las dos imágenes que aparecían en la pantalla, una al lado de la otra. Un hombre mayor, parcialmente calvo, y una mujer también mayor con el cabello blanco y unos brillantes ojos verdes que le devolvían la mirada desde la pantalla del teléfono.
—¿Son estos los Brighten?
Burnett asintió y contestó:
—Sacadas de los registros del departamento de tráfico.
—Ni siquiera se parecen a ellos. —Kylie no habría podido negar el alivio que la invadió tras escuchar la noticia. Sin embargo, recordó el tacto de la mano de la anciana, el dolor que habían parecido compartir e incluso el brillo de las lágrimas en los ojos de la mujer. ¿Había sido todo una mera actuación? Kylie se giró hacia Holiday—. Si hasta tú has dicho que la mujer te había parecido sincera, ¿cómo han podido engañarnos?
Holiday frunció el ceño.
—Ya te he dicho que la lectura de las emociones nunca es fiable al cien por cien.
Kylie se tragó su decepción al darse cuenta de que una pareja de ancianos había jugado con sus emociones. Al menos, cuando Derek o Holiday la manipulaban, lo hacían para aliviarla o ayudarla. Pero aquello era distinto; la habían manipulado para engañarla. Y tal vez algo más.
Refrenó la irá que le subía por la garganta. Canalizar su ira hacia los ancianos todavía no le parecía correcto.
—Sigo sin entender lo que pretendían lograr haciéndose pasar por mis abuelos.
—Es evidente que no habían venido hasta aquí para acariciarte la mejilla y ofrecerte galletas —contestó Burnett—. Por suerte, Derek se enteró de todo y, sea lo que sea lo que trataban de hacer, se quedó en un intento frustrado.
La mirada de Kylie se encontró con la de Burnett.
—¿Está Mario detrás de todo esto?
—¿Quién más podría ser si no?
Kylie seguía tratando de comprenderlo.
—¿Pero por qué iba a enviar Mario a una pareja de ancianos a hacer esto, cuando podría haber conseguido a alguien mucho más poderoso?
—Porque creyó que así nos engañaría. Y casi lo ha hecho. —La cara de Burnett se ensombreció—. A partir de ahora tendremos que ser más cuidadosos. Te asignaré una sombra.
—¿Una qué? —Kylie supo que aquello no le iba a gustar.
—Una sombra —dijo Holiday—. Alguien que se quede a tu lado en todo momento.
Sí, en efecto. No le gustaba.
—Yo lo haré.
—No, yo lo haré —dijo una voz profunda desde el marco de la puerta abierta.
La voz de Derek se clavó en el pecho de Kylie como una lluvia de pequeñas y afiladas agujas. Levantó la vista y miró fijamente a esos ojos verdes, con motas marrones.
El corazón le dio una sacudida mientras se empapaba de su imagen. Llevaba su cabello castaño algo enmarañado, como si se hubiera pasado las manos por él demasiadas veces. Vestía una camiseta desteñida que se pegaba a su pecho ancho, y sus pantalones preferidos, que se le ajustaban a la cintura y a las piernas. Su mirada la llamó de nuevo; había tanta emoción contenida en esos ojos. No se había dado cuenta hasta entonces de lo mucho que lo había echado de menos.
Hasta