Verdad y perdón a destiempo. Rolly Haacht
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Читать онлайн книгу Verdad y perdón a destiempo - Rolly Haacht страница 24
—¿Aparte de que me rechazaron sin miramientos cuando me vieron las heridas de bala?
—Bueno, podrías haberte ido a otro país a empezar de cero. Sin embargo, regresaste.
—Helen Brooks fue la que me convenció de que ya era hora de volver.
Otra sorpresa más. Helen Brooks.
—¿Tuviste contacto con ella?
—Mucho. Recuerda que lo primero que hice fue ir a Philadelphia.
—Pero...
—No me preguntes por qué, pero así fue. De hecho, fue la primera persona con la que tuve contacto meses después de que me fuera. Yo la busqué.
Zane no podía salir de su asombro. Jake se había marchado y había buscado consuelo en una de sus profesoras de la infancia. Aquello era todo un descubrimiento.
—Bueno y, ya que la mencionas, ¿qué fue de ella? ¿Cómo está?
—Falleció hace tres meses.
Volvió a llevarse las manos a la boca. Su asombro continuaba en aumento.
—Llevaba mucho tiempo enferma —le aclaró su hermano—. Ya lo estaba cuando nosotros la vimos en la ciudad por primera vez. Solo era cuestión de tiempo, en realidad.
—¿Cómo te enteraste?
—Ella me lo dijo.
—¿Y qué hiciste?
—La cuidé. ¿Qué si no, Zane?
Trató de asimilar toda la información que su hermano acababa de transmitirle. Sin quererlo, le había contado mucho más que a cualquiera de los demás. Se sintió afortunada de saber al fin qué era lo que había estado haciendo durante todo ese tiempo, o al menos una parte. ¿De verdad había estado cuidando de la señora Brooks hasta el final de sus días? Jake estaba siendo una gran caja de sorpresas. Alistarse en el ejército, cuidar de una anciana... ¡Qué de cosas!
Entonces él se levantó y se paseó por la estancia para estirar las piernas y también para dar por concluida la conversación.
—Supongo que ha sido demasiado para mí por hoy —le dijo.
Ella lo miró sin decir nada, comprendiendo. Sabía de sobra lo mucho que a su hermano le costaba hablar de las cosas, y acababa de contarle muchas más de las que sin duda tenía pensado.
—¿Estás bien?
Jake se volvió enseguida hacia ella con una media sonrisa.
—Sí.
—Gracias por confiar en mí —le dijo para que se sintiera un poco mejor.
—Tú también. —Jake le guiñó un ojo tras la frase.
—¿Hablarás con él?
—Sí, ya te lo he dicho.
—¿Cuándo?
—¿Cómo que cuándo? No sé. Uno no queda específicamente con alguien para eso.
—Pues yo necesito que lo hagas. No sé nada de él desde el miércoles, y lo quiero mucho.
Sin querer que se notara lo triste que estaba, unas pequeñas lágrimas asomaron en sus ojos. Pitt era muy especial para ella.
—Está bien. Lo llamaré. Dame su teléfono.
Zane se levantó de un salto y arrancó un trozo de hoja del cuaderno que tenía más a mano, lo apuntó a corre prisas y se lo entregó.
—Pronto.
—Sí, pronto.
—Gracias, Jake.
De repente, se escuchó algo de alboroto fuera de la habitación.
—Significa que Derek ya ha regresado —le aclaró Zane mientras se secaba los ojos, consciente de que sus dos sobrinos siempre recibían a su padre con la misma emoción—. ¿Vas a quedarte a cenar?
Se dio cuenta de que si le daba la opción iba a decir que no, así que se adelantó y respondió por él:
—Oh, sí, te quedas a cenar.
Y, antes de que su hermano pudiese negarse, salió corriendo de la habitación para decírselo a Emily.
Domingo
15 DE DICIEMBRE 1991
E
l teléfono inalámbrico de Louis lo despertó a las nueve y media de la mañana.
Nadie hubiera dicho lo acostumbrado que Jake estaba a despertarse temprano cuando lo hizo aquella mañana, pero es que la incomodidad de la casa de Louis hacía que descansase muy poco, y Robert siempre lo despertaba a las tantas de la madrugada cuando aparecía dando algún portazo o abriendo la nevera para comer alguna cosa. Cogió el aparato con la intención de colgar, pero entonces vio que en la pantalla ponía Derek Casa.
—¿Diga?
—¿Jake?
Reconoció enseguida la voz de su hermana.
—Sí, soy yo, ¿qué ocurre?
—Hoy es domingo.
—¿Y...?
—Y me preguntaba si habías hablado con Pitt.
Mierda. Pitt.
—¿Has hablado tú con él?
—No...
—Perdona, Zane, ayer estuve en Prinss empezando a organizar la casa y la verdad es que se me pasó por completo. Voy a llamarlo ahora, ¿de acuerdo?
—Es que no sé ni siquiera si tiene pensado venir a casa. Viene todos los domingos, pero...
—Le pediré que vaya y así podremos hablar después de comer.
—¿Y si no quiere venir?
—Te prometo que irá, y Louis también. Iremos los tres.
—Vale.
—Nos vemos luego, Zane.
Nada más colgar empezó a mirar a su alrededor en busca de sus pantalones. En el interior había dejado la nota con el número, estaba seguro, pero no los veía por ninguna parte. Buscó incluso debajo del relleno del sofá de mimbre donde dormía. Entonces miró también en su bolsa, por si estaban allí, pero era imposible porque se los había quitado la noche anterior y recordaba haberlos dejado fuera para usarlos hoy.
No era que no tuviese