El fin del armario. Bruno Bimbi

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El fin del armario - Bruno Bimbi страница 8

El fin del armario - Bruno Bimbi Historia Urgente

Скачать книгу

pero eso fue más de tres años después. Ese día solamente salí del chat y me olvidé, o quise hacerlo. Quise olvidarme, sí, pero creo que no pude.

      Muchas veces me acerqué a esa foto para contemplar la imagen: el bote, el mar. Mis deseos se subieron y navegaron enfrentando una tormenta peligrosa, fuerte, difícil de atravesar. No pude; no quise. Sí quise; no pude. No sabía si quería o podía.

      Cuando nos vimos, después de casi un año, me pareció increíble. ¿Era o no era? Sí, no cabía duda, era: esa imagen, durante tanto tiempo pasando por mi cabeza como una brisa fría por la espalda, de esas que se van y no sabés bien qué fue. No podía. Más de una vez empecé a discar el número, llegué hasta los cinco dígitos y corté. Después me olvidaba. Hasta los seis. Volvía a olvidarme. Una vez los marqué todos y me atendió el contestador automático. En portugués, claro. Colgué, agarré la foto y la guardé en el armario con el resto de mis cosas; y me fui, lejos, donde la brisa fría no pudiera alcanzarme. Mi mundo no podía resistir esos vientos.

      Tiempo después vino todo lo que vino. Pasó lo que tenía que pasar, más temprano que tarde. Y la imagen, el bote, el mar y el puerto permanecieron guardados. Nadie les avisó, o quizá fue la inercia: el acostumbramiento, un cierto orden de las cosas que llevaba mucho tiempo funcionando y disponía que esa foto permaneciera ahí. No me había dado cuenta: la prohibición seguía vigente como esas leyes derogadas por la costumbre que nadie se acuerda de borrar del cuerpo jurídico.

      La señora fortuna me dio una mano. Esa noche había ido allí de casualidad; no lo tenía pensado. Era un sitio raro, bizarro, divertido pero un poco chocante. Ya estaba harto de aquella música mecánica, artificial, compuesta para ser escuchada por computadoras: el cambio de ambiente me aliviaba un poco los oídos. Esos ritmos venían bien; me estaba divirtiendo, pero aun así no terminaba de adaptarme a un sitio que me trataba como sapo de otro pozo. La casualidad –o no– me había llevado hasta allí.

      Había ya dejado atrás la idea de que esa noche pudiera sorprenderme, cuando la imagen se me apareció de carne y hueso, y me acordé del bote, el mar, el puerto. No era posible, pero sí: era, no cabía duda. “Le hablo o no le hablo? Ya pasó casi un año y nunca llegamos a vernos ¿se acordará? No, qué se va a acordar… fueron dos horas en un chat, un día cualquiera, y ahí quedó todo”, pensé.

      No perdía nada intentándolo.

      –Hola –le dije con una timidez que ya había olvidado.

      –…

      –No sé si te acordarás, pero… –Y le expliqué: le hablé del bote, del chat, de ese día cualquiera, de lo que no podía, de lo que ahora puedo. Por alguna razón nos habíamos vuelto a ver. No: nos habíamos visto por primera vez en persona. Ahora tendríamos que averiguar por qué, para que la historia tuviese sentido.

      Dudó un instante. Empezó a decirme que se tenía que ir, que un gusto, nos vemos un día de estos, chau chau, y de repente se quedó como con una duda y me dijo:

      –Vení, vamos a tomar algo.

      Y yo, que ya estaba preparándome para el golpe, recuperé el aliento a la velocidad de la luz y fuimos, y tomamos algo, y hablamos, y nos conocimos otra vez, y me dijo que nunca había hablado de esa forma, tanto tiempo, con un desconocido por un chat, y por qué no me llamaste…

      El boliche cerró y nos fuimos caminando. Era la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil; el consulado abría a las ocho y fuimos juntos. Votó por el candidato que yo quería y llegamos a la parada del colectivo. No me invitó a su casa en ese momento, como yo hubiese querido, pero dejó una puerta abierta:

      –Me liga, hein!

      Unos días después nos volvimos a ver. Había tenido sexo muchas veces en mi vida: ya había llegado al punto en que no tenés idea de cuántas. Parece una tontería, pero unos años atrás llevaba la cuenta, ¿lo harán todos al principio? Pero esa noche hice el amor por primera vez. Y cuando estábamos en la cama me cantó una canción de Caetano Veloso que todavía me eriza un poco la piel cuando la escucho, y lo hicimos varias veces más, en varias partes de la casa, y cuando le dije que era la cosa más linda que había visto en mi vida me dijo:

      –Quem, você?

      Y me enamoré en portugués, por primera vez.

      Lo que vino después no es parte de esta historia. Tuvo momentos muy lindos y otros muy tristes. Momentos que nunca olvidaré y otros que prefiero no recordar. Después del amor y el desamor, nos quedó una amistad que hasta el día de hoy sigue siendo muy fuerte. Y empecé a escuchar más canciones de Caetano, y de otros. Y un tiempo después fuimos juntos a su pueblo, ya como amigos, y pude tocar ese bote con mis manos, y estaba igual que en la foto: el mar, el puerto, nosotros bajo el sol de ese hermoso país, tomando coco helado y caminando con los pies descalzos.

      Volvimos a Buenos Aires y, poco tiempo después, empecé a estudiar portugués. Ahora sé que jamás podría explicar en español quanta saudade tenho desses dias.

      En mi curso de portugués de la Casa do Brasil había cuatro mujeres y tres varones, y enseguida me di cuenta de que uno de ellos era gay. Fui el único que lo notó. Debe ser un sexto sentido, no sé. “Gaydar”, le dicen, como aquella página de contactos que perdió terreno frente a las aplicaciones para celulares.

      Era una de las primeras clases y estábamos aprendiendo cómo saludar, presentarse y hacer las preguntas más simples: cómo te llamás, de dónde sos, de qué trabajás, qué estudiás, dónde vivís, casado o soltero, hijos, novi… Y ahí vino la parte confusa, graciosa.

      Muito engraçada.

      Ni se le iba a ocurrir que en su clase había uno. O dos.

      El profesor le preguntó a mi compañero:

      –Daniel, você tem namorada?

      El chico no notó el detalle: esa a final.

      –Sim, eu tenho namorado.

      Si no fuera porque en los cursos de idiomas se insiste con esa forma mecánica de repetir frases que nadie usa en la vida real, no habría pasado nada. Nadie respondería, en español: “Sí, yo tengo novio/a”, usando la oración completa. En una situación normal, el chico habría respondido apenas “sí”, o, en portugués, tenho. Todos se rieron, pensaron que era un problema fonético. Todos menos Daniel. Era una de las primeras clases y aún no nos acostumbrábamos a que la letra o al final de una palabra se pronunciara como u, y cosas así. La mayoría creyó que Daniel había pronunciado mal.

      El profesor, sin dejar de reírse, insistió:

      –Olha só… Daniel, presta atenção: você tem namorada?

      –Sim, eu tenho namorado.

      Daniel seguía sin entender en qué se había equivocado. Él también pensó que habría fallado

Скачать книгу