Buscando a Jake y otros relatos. China Miéville

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Buscando a Jake y otros relatos - China Miéville страница 4

Автор:
Серия:
Издательство:
Buscando a Jake y otros relatos - China Miéville

Скачать книгу

y contenedores, pero no lograba ver qué había a ras del suelo, nunca vi un solo humano caminar por aquellas calles. Y aquella panorámica sin vida la veía rebosante de energía potencial. Las carreteras podían estar atestadas, quizá había una fiesta callejera, un accidente de tráfico o un disturbio fuera de mi campo de visión. Era un vacío muy lleno el que aprendí a ver, la noche de Guy Fawkes, una desolación llena de energía.

      Esa energía ha cambiado la polaridad. La desolación permanece. Ahora no veo a nadie porque no hay nadie allí. Las carreteras no están atestadas, y no hay ni una sola fiesta callejera, ni podrá volver a haberla.

      A veces, claro, esas calles se vuelven nítidas de repente cuando alguien camina a zancadas por ellas, decidido y nervioso, como yo mismo camino por Kilburn High Road cuando salgo de casa. Y, por lo general, ese alguien tendrá suerte y llegará al supermercado desierto sin incidentes, encontrará comida, saldrá de allí y regresará a casa, como yo he tenido suerte.

      A veces, en cambio, caerán por una falla abierta en el pavimento y desaparecerán con un gemido de desesperación, y la calle quedará vacía. A veces les llegará un olor apetecible desde una casa de aspecto acogedor, entrarán tropezando del entusiasmo por la puerta principal, que estará abierta, y se irán. A veces pasarán entre los filamentos brillantes que cuelgan de los árboles sucios y quedarán atrapados en ellos.

      Imagino algunas de estas cosas. No sé cómo ha desaparecido la gente, en estos tiempos extraños, pero cientos de miles, millones, de almas se han evaporado. Las calles principales de Londres, como la carretera elevada que veo desde la parte delantera de mi casa, contienen solo algunos ansiosos individuos: un borracho, quizá, un policía con aire de estar perdido atento a los galimatías de su radio, alguien sentado desnudo en un umbral, todos evitando la mirada del otro.

      Las callejuelas están casi desiertas.

      ¿Cómo se está ahí dónde estás tú, Jake? ¿Sigues en Barnet? ¿Está lleno? ¿Se ha producido una avalancha hacia las zonas residenciales?

      Dudo que sea tan peligroso como Kilburn.

      No hay lugar más peligroso que Kilburn.

      He terminado viviendo en una tierra baldía.

      Aquí es donde está todo, es aquí donde está el centro. Solo unos pocos cretinos sin criterio como yo viven aquí ahora, y estamos desapareciendo uno a uno. Llevo días sin ver al tipo vestido de pana, y la airada joven que acampaba en la panadería ya no está allí.

      No deberíamos quedarnos aquí. Al fin y al cabo, ya nos lo han advertido.

      ¿Por qué me quedo? Podría abrirme paso hacia el sur con razonable seguridad, hacia el centro, ya lo he hecho antes, sé cómo hacerlo. Viajar a mediodía, con el mapa apretado contra mi pecho como si fuese un talismán. Juro que me protege. Se ha convertido en mi grimorio. Tardaría una hora o así en llegar hasta Marble Arch, y todo el trayecto es por la carretera principal. Puede salir bien.

      Lo he hecho antes, bajé por Maida Vale, por encima del canal, que estos días está lleno de detritus oscuro. Pasada la torre en Edgware Road con el exoesqueleto de vigas rojas que sobresalen hacia el cielo seis metros por encima de la azotea. He oído unas pisadas sordas y resoplidos en los confines de esa alta prisión, he vislumbrado el brillo de los músculos y el pelo grasiento de un animal sacudiendo el metal con nerviosismo.

      Creo que las cosas aleteantes de allá arriba tiran comida en la jaula.

      Pero si paso todo eso estoy a salvo, en la calle Oxford, donde vive ahora la mayor parte de Londres. La última vez que estuve allí fue el mes pasado, y habían hecho un trabajo decente. Hay algunas tiendas en funcionamiento que aceptan los absurdos billetes garabateados a mano que hacen las veces de moneda, y que venden los objetos que pueden rescatar, o fabricar, o que les son inexplicablemente entregados por la mañana.

      Está claro que no pueden escapar de lo que está ocurriendo en la ciudad. Sobran las señales.

      Con tanta gente desaparecida la ciudad está generando su propia basura. En las grietas de los edificios y los espacios oscuros bajo los coches abandonados, los nuditos de materia se organizan formando envoltorios de patatas fritas, juguetes rotos y cajetillas de tabaco antes de romper el diminuto cordón umbilical que los ancla al suelo y alejarse flotando por las calles. Incluso en la calle Oxford se ve cada mañana un nuevo cultivo de basura, cada asquerosa pieza recién nacida tenía la marca de un minúsculo ombligo fruncido.

      Incluso en la calle Oxford aparecen todos los días, sin falta, los fardos frente a los quioscos: el y el . Los únicos periódicos que han sobrevivido al silencioso cataclismo. Se generan a diario, escritos, publicados y repartidos por una persona, personas o fuerzas invisibles.

      Hoy ya he bajado con sigilo por las escaleras, Jake, para coger mi copia del en el otro lado de la calle. El titular es «Masas autoctónicas, aullantes y con la boca húmeda». El subtítulo: «Nácar, heces, máquinas rotas».

      Pero incluso a pesar de esos avisos, la calle Oxford es un lugar tranquilizador. Aquí la gente se levanta y va al trabajo, se viste con ropa que reconoceríamos de hace nueve meses, toma café por la mañana y se aferra con fuerza a ignorar la imposibilidad de lo que están haciendo. Así que ¿por qué no me quedo allí?

      Creo que es la invitación del Gaumont State lo que me mantiene aquí, Jake.

      No puedo marcharme de Kilburn. Aún me quedan secretos por descubrir. Kilburn es el centro de la nueva ciudad, y el Gaumont State es el centro de Kilburn.

      El Gaumont está inspirado, con toda su absurdidad, en el Empire State de Nueva York. A escala de miniatura quizá, pero sus rectas y curvas se muestran dignas e imperturbables, ignoran con facilidad el barato camuflaje de ladrillos y suciedad de su entorno. Todavía era un cine cuando yo era un niño y recuerdo la curvatura simétrica de las dos escaleras también simétricas del interior, la opulencia de la lámpara de araña, la alfombra y las réplicas de mármol.

      Los multicines, con sus endiosadas pantallas de vídeo y su chabacana decoración, se muestran indiferentes a los cines. El Gaumont pertenece a una época de cuando el cine era aún un milagro. Era una catedral.

      Cerró y se volvió una ruina. Luego volvió a abrir, al son de los acordes electrónicos de las máquinas tragaperras del vestíbulo. Fuera, dos letreros de neón enormes explicaban el nuevo propósito del Gaumont en letras verticales, leídas hacia abajo: BINGO.

      Fuiste el primero en acudir a mis pensamientos, tan pronto como supe que había ocurrido algo. No recuerdo despertarme cuando el tren estacionó en Londres. Mi primer recuerdo es bajarme del vagón, adentrarme en el frío del atardecer y tener miedo.

      No fue percepción extrasensorial, tampoco fue el sexto sentido lo que me dijo que algo iba mal. Fueron mis ojos.

      El andén estaba lleno, como cabría esperar, pero la multitud se desplazaba de una manera que no había visto antes. No había flujos ni mareas de gente yendo y viniendo hacia el monitor de salidas y llegadas. No se distinguía ningún patrón fractal en aquella masa. El aleteo de una mariposa en una esquina de la estación no provocaría huracanes, ni tormentas, ni tan siquiera un soplo de viento en otros lugares. El complejo orden del caos se había roto.

      Tenía el aspecto de como me imagino el purgatorio. Una habitación enorme llena de almas huecas arremolinándose atomizadas e inservibles, cada una encerrada en su íntima desesperación.

      Vi un guardia, que

Скачать книгу