Lost in Music. Giles Smith

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Lost in Music - Giles  Smith

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No obstante, debería decir que en mi caso mi carrera como comprador de discos se ha visto marcada por extraños vínculos prolongados con grupos cuya fecha de caducidad había pasado hacía tiempo y por episodios que solo puedo describir como de compra por lealtad.

      Tomemos el ejemplo de 10cc. En su tercer año en la escuela normal de Londres, mi hermano Jeremy fue nombrado secretario de asuntos sociales y su mayor triunfo fue contratar a 10cc para la fiesta de final de trimestre. Era junio de 1974, cuando «Wall Street Shuffle» estaba en las listas de los más vendidos y justo antes de que la fama del grupo se disparara. Fue la última escuela en la que tocaron. Yo tenía doce años y mis padres no me dejaron ir, pero una de las novias de mis hermanos se aseguró de conseguirme sus autógrafos: los de Lol Creme, Graham Gouldman, Kevin Godley y Paul Burgess (el batería sustituto), pero no el de Eric Stewart, que era el que realmente quería.

      Como compensación, cuando en 1975 10cc vinieron al Ipswich Gaumont, mis hermanos me llevaron a verlos. Fue el primer concierto de rock de mi vida. (El primero al que fui sin carabina fue el de la Tom Robinson Band en la Universidad de Essex en 1978, con Stiff Little Fingers como teloneros.) Recuerdo cómo Eric Stewart salió de entre bastidores con su guitarra muy lentamente, mientras el resto del grupo ya estaban colocados en su sitio, lo cual me pareció una pasada. Abrieron con «Silly Love» y cerraron con «I’m Not in Love» y mis oídos me pitaron durante todo el día siguiente.

      En cierto sentido, ahí debió de ser cuando me convertí en seguidor de 10cc. Poco después celebraron en el colegio una aburrida exhibición de natación y los que no participaban se suponía que debían quedarse mirando. Sin embargo, yo me escondí con algunos amigos detrás de los vestidores, escuchando la lista de los más vendidos del martes al mediodía en Radio 1. Cuando quedó claro que «I’m Not in Love» de 10cc había llegado al número uno, agité el puño al aire en señal de victoria.

      —¡Sí, sí, sí!

      El tema es que no había ninguna razón para ir más allá con 10cc. Los primeros dos álbumes fueron divertidos —irritantes de vez en cuando y un poco cargantes, pero qué demonios—, los dos siguientes fueron irregulares y, cuando Godley y Creme se marcharon, el grupo perdió todo el encanto que había tenido en su momento. Pero, por alguna horrible razón, yo estaba atrapado. Seguía comprando los álbumes: Deceptive Bends, Bloody Tourists, Live and Let Live (el álbum doble en directo)…

      Recuerdo un artículo de Julie Burchill en NME, muy al final de la carrera de 10cc, más o menos sobre el año 1979, en el que decía sin venir a cuento que le gustaba bastante la voz de Eric Stewart. Sentí un gran alivio y gratitud hacia ella por haber sido capaz de dar la cara y admitirlo. (También es posible que se estuviera burlando, claro.) No obstante, decidí guardarme su halago, listo para sacarlo y usarlo como arma arrojadiza en caso de ataque: «Bueno, pues Burchill opina lo mismo que yo…».

      Nunca tuve que usarlo porque al final dejé incluso de fingir que mi relación con 10cc era defendible en términos de méritos. ¿Para qué molestarse? Volviendo a la escuela tras la hora de la comida con un ejemplar del álbum Look Hear? (¡1980!), me vi por desgracia obligado a sacarlo de la bolsa porque alguien quería ver la portada. Fue horrible, y también el disco lo era —no había ni una sola canción decente—, pero yo estaba hundido en aguas demasiado profundas. Un año después compré Ten Out Of 10 (su décimo álbum y el mío también), aunque estoy bastante seguro de que nunca llegué a escuchar la cara B.

      Me cuesta explicarlo. Solo puedo decir que 10cc fue el primer grupo que vi en directo y supongo que nunca olvidas las primeras veces. O tal vez solo sea el ejemplo más claro entre muchos otros de que mis compras de discos no tienen nada que ver con la música o, en cualquier caso, la música es solo una parte lejana y casi olvidada de lo que las motivó.

      PONY

      Cuando Jeremy volvió de la escuela normal, Relic estaba acabado. No obstante, de las cenizas de Relic emergió Pony.

      Pony eran Jeremy como vocalista y a la guitarra, Simon a la batería y Jeremy «Fitch» Mead al bajo. Y, más adelante, yo al teclado. Habían elegido el nombre en un pub. Mientras miraban desesperados al otro lado de la barra, uno de ellos había divisado una botella de Pony, una crema de jerez dulce. Supongo que podría haber sido peor; podríamos habernos llamado Babycham. O Gents.

      No obstante, Babycham o Gents no habrían tenido el desafortunado parecido con otra palabra usada en la jerga rimada Cockney. No hay mucha gente que use la jerga rimada Cockney en Colchester, así que no supe del otro significado alternativo de la palabra «pony» hasta unos seis años más tarde durante un ingreso hospitalario. Estaba a dos camas de distancia de un londinense cachondo de mediana edad que una noche se puso en pie, se frotó las manos como si tuviera un negocio entre manos y anunció, mientras se dirigía al baño: «El tiempo justo para un poni antes de Los profesionales». A mí me costó un par de minutos pillarlo. Y es que «poni» es sinónimo de «jaca», que rima con «caca». Este pequeño detalle semántico puede explicar por qué, en la cumbre de nuestra carrera, aunque podíamos conseguir contratos para tocar en sitios del Este tan alejados como Chelmsford, Pony nunca fue capaz de abrirse paso en el área metropolitana.

      Cuando me uní al grupo a los quince años para un concierto el día de la celebración del Jubileo de Plata en 1977, el grupo se acercó bastante a convertirse en un asunto de familia, como los Osmond, digamos, o los Jackson. Jeremy solía insistirle a Nick para que se uniera al grupo y completar así el conjunto familiar. Al fin y al cabo, era guitarrista y tan capacitado como músico como cualquiera de nosotros. Sin embargo, a Nick nunca le interesó tocar en público y, en cualquier caso, estaba a punto de casarse. Mantenía las distancias. «Podríais llamaros los Smiths», sugirió mi madre un día durante la comida. Nos pusimos a reír y nos burlamos de ella. Como si alguien fuera alguna vez a tener éxito con un nombre tan estúpido como los Smiths.

      El concierto del día del Jubileo de Plata se celebró en la High Street de Boxford. Tocamos desde el remolque de un camión, cubierto con una lona y aparcado delante del pub. El grupo pagó para alquilarme un piano eléctrico cutre en una tienda de Colchester. No sonaba mucho como un piano; sonaba más bien como una caja de música o como un espantoso reloj austriaco. No me había aprendido todavía muchas de las canciones, así que se me presentó el dilema de qué hacer durante las canciones en las que no tocaba. Se me ocurrió que podía dar palmas y saltar con entusiasmo apoyándome alternativamente en un pie y luego en el otro, animando, haciendo gestos con la mano y guiñando el ojo al público para que bailara. No tuve el valor de hacerlo. También podía dejarme llevar por la música y bailar con los ojos cerrados, sacudiendo la cabeza. Tampoco tuve el valor de hacerlo. Así pues, opté por sentarme en el escenario, justo detrás del teclado, alejado de la vista del público. Luego me levantaba cuando llegaba el momento de tocar. Visto desde la calle, debía de parecer que estaba de pie sobre una plataforma hidráulica. Tocamos «Caroline» y «I Knew the Bride (When She Used to Rock’n’Roll)» y «Let’s Stick Together». El día del Jubileo de Plata fue cuando el movimiento punk perpetró su simbólico acto anti-institucional: mientras la Reina se paseaba en su carroza por las calles de Londres, los Sex Pistols navegaban Támesis abajo tocando su polémica «God Save the Queen». Yo me pasé el día en el remolque de un camión en un pueblo tocando «Hi Ho Silver Lining».

      Jeremy decidió que debíamos ser más comerciales. Podía ganarse dinero tocando en cenas de gala y eventos sociales, y no se pagaba nada por tocar versiones anárquicas de «Paranoid» en salas desérticas. Ensayamos una serie de canciones bailables para todas las edades: «Jailhouse Rock», «One of These Nights» y «Annie’s Song», entre otras.

      Un amigo nos sacó una fotografía alineados a lo largo de un lateral de la furgoneta Transit de Jeremy y la envió a Walkerprint, quienes se dedicaban a la fotografía publicitaria, que imprimió copias con un reborde blanco y la

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