Lost in Music. Giles Smith

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Lost in Music - Giles  Smith

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de forma obsesiva en algo es como enterrarse en vida, lo cual queda todavía más patente si el objeto de la obsesión se encuentra ya enterrado. No obstante, me sorprendió que la solemnidad junto al árbol de Bolan se debiera más al mal tiempo y que algo alegre estaba teniendo lugar bajo esas ramas goteantes: algunas personas estaban recordando a Bolan y esos discos que les habían marcado y que les seguían marcando. Además, mientras que el anuncio de Levi’s no era fiel al espíritu de Bolan, esa reunión sí que lo era.

      Se habló de revivir el espíritu verdadero de Bolan acudiendo directamente a su espíritu. Un tipo mencionó que conocía a alguien que después de un accidente casi mortal durante el que sonaba una cinta de T. Rex en el equipo de música afirmaba haberse comunicado con Bolan en una sesión de ouija. Alguien lanzó una objeción.

      —Te han engañado, tío.

      —¿Quién? —pregunté—. ¿Los médiums?

      —No, los espíritus. Fingen ser la persona con la que quieres comunicarte: Bolan, Hendrix, quien sea. Mienten, igual que mentimos nosotros. Porque ¿hay alguien de quien te puedas fiar?

      RELIC

      Los inconvenientes de crecer con hermanos mayores son numerosos y variopintos. Compartes habitación con ellos y cuelgan fotografías de mujeres ligeras de ropa en la pared donde tú querías colgar una fotografía del jugador de fútbol del Chelsea Ron Harris. Te ofrecen dinero si te comes una cucharada de mostaza y luego no te pagan. Uno de ellos siempre va en el asiento de delante. Son mucho más fuertes que tú y no consigues hacerles daño si les pegas.

      Sin embargo, desde el punto de vista de la música pop, es otra cosa. En relación con el pop, los hermanos mayores son una bendición. Inundan la casa de discos y tú te conviertes en beneficiario indirecto de un poder adquisitivo superior y gustos más maduros. Aunque también es verdad que odias la mayor parte de la música que escuchan precisamente porque a ellos les gusta; hasta los veinte años no conseguí superar el encaprichamiento de mi hermano mayor hacia Van Morrison. Además, no puedo decir que me sienta agradecido a alguno de ellos por haberme descubierto el Aqualung de Jethro Tull.

      No obstante, conseguí escuchar Ogden’s Nut Gone Flake de los Small Faces y Surf’s Up de los Beach Boys y Can’t Buy a Thrill de Steely Dan cuando era de todas todas demasiado joven para interesarme por música tan buena como esa. Asimismo, gracias a mis hermanos mayores, llegaron a mi vida un puñado de temas esenciales del rock: «(Sittin’ on) The Dock of the Bay» de Otis Redding en 1968, cuando tenía seis años; «Honky Tonk Woman» de los Rolling Stones en 1969, cuando tenía siete años; y «Whole Lotta Love» de Led Zeppelin, ese mismo año.

      Otras ventajas de tener hermanos mayores: heredar aparatos electrónicos (no solo el Ferguson, sino un buen puñado de amplificadores desechados, platos hechos polvo y altavoces maltrechos), descubrir las revistas New Musical Express y Melody Maker, en una época en la que muchos de mis amigos no tenían más remedio que obtener sus conocimientos en materia pop del Look In, y ser testigo de prototipos de sistemas de archivado (yo aprendí todo lo que sé sobre el arte de coleccionar discos observando a mi segundo hermano con sus pegajosas etiquetas y su horrible letra). Además, si tienes suerte, dos de ellos formarán un grupo de rock y te llevarán a verlos tocar.

      Así es como llegué al Lexden Church Hall una noche de sábado en 1972 para la primera aparición pública de Relic. A la guitarra y cantando los coros estaba Jeremy, con el pelo que le llegaba a los hombros y que en breve se marcharía a la universidad para convertirse en maestro. A la batería estaba Simon, con más pelo aún, cuyo mayor interés en la vida era destripar los motores de los coches (solo había que verlo tocar la batería para darse cuenta). Pertenecía a la escuela de Keith Moon, aunque es posible que «escuela» no sea exactamente la palabra para lo que es sin lugar a dudas una forma de absentismo musical, basado en el principio de que, si no se conmueve, golpéalo con un palo hasta que se conmueva. En la parte delantera del bombo había escrito su apodo con cinta adhesiva negra: Sniff. La gente preguntaba si el grupo se llamaba Sniff, y él tenía que responder que no, que se llamaba Relic.

      Los demás miembros procedían de su grupo de amigos, que eran una panda de tíos grandes, peludos y nada carismáticos con nombres como Nuts, Fitch y Spiney. Relic había tomado forma en el transcurso de varios ensayos ruidosos que tuvieron lugar en el salón de una casa situada en nuestra misma calle. Ahí vivía Fred; Fred se había presentado voluntario al principio para ser el roadie de Relic. Es un mito que los roadies son personas que quieren formar parte de un grupo pero son incapaces de tocar. A algunas personas les gusta ser roadies y punto. Cuando Relic ensayaban en casa de Fred, podías oírlos a trescientos metros desde nuestro jardín.

      La víspera de ese concierto inaugural, tuve el privilegio de asistir a un ensayo de Relic que se celebró en la casa de su nuevo cantante. Su familia vivía en una lujosa mansión que tenía un desván con el suelo completamente revestido y una iluminación genial (sitio que, solo tal vez, habría facilitado su entrada en el grupo). Las tres cosas que puntúan más para entrar en un grupo, aparte del talento musical, son las siguientes (en orden de importancia descendiente):

      1 Ser propietario de una furgoneta.

      2 Ser propietario de unos altavoces.

      3 Tener acceso a un lugar donde ensayar.

      Relic estaba reunido en el desván del cantante intentando aprender a tocar «All Right Now» de Free. Se produjeron tensiones evidentes. El segundo guitarra, calzado con unas zapatillas deportivas, estaba enfrascado en perfeccionar un salto hacia adelante, un movimiento que, según él, quedaba genial. Sin embargo, el resto del grupo pensaba que, en ese momento, eso no era importante. Esa misma mañana, todos ellos habían posado para unas fotografías publicitarias en los asientos de un Cadillac descapotable propiedad del padre del cantante. Conviene mencionar que, incluso a una semana vista del concierto, habían pasado muchas menos horas ensayando que diseñando el logo del grupo (Relic, escrito con una florida Gothic Script).

      Aun así, cuando tocaron el tema, me impresionaron. Me impresionó el ruido, que era exagerado; me impresionó que la canción pudiera reconocerse, aunque con dificultad, como «All Right Now»; me impresionó la forma en la que Simon aporreaba la batería, en apariencia decidido a abrir un agujero en el suelo; me impresionó la forma en la que el cantante se movía por el desván como si hubiera cuatro mil personas observándole, en lugar de solo Fred, el roadie, que se había quedado dormido, y yo.

      Tras las negociaciones que terminaron en una hora digna de volver a casa, mis padres decretaron que podía ir al Lexden Church Hall para la gran noche de Relic. Eran los teloneros de Plod. Está claro que solo a principios de la década de 1970 podría parecerte una buena idea ponerle a un grupo un nombre tan horriblemente pedestre como Plod [«arduo camino», en inglés]. Pero Plod tenían seguidores en la zona, así que mis hermanos estaban convencidos de que acudiría un buen número de personas. La gente iría a ver a Plod.

      Qué extraño eso de ir a «ver» a un grupo. Es probable que, cuando mis padres eran jóvenes, hablaran de ir a oír tocar a un grupo o ir a bailar, y no habrían reconocido ni entendido el ritual que evolucionó con el rock: una masa de gente reunida solemnemente frente a un escenario. Años después, fui testigo de cómo esto era llevado al extremo en una gira de John Peel que recalaba en la Universidad de Essex, donde casi todo el público se agolpaba a los pies de la cabina de la discoteca. Lo que miraban tan embelesados era a un disc-jockey (aunque era uno famoso y con muchos fans) poniendo discos. «No sé por qué me miráis», comentó Peel a mitad de la sesión. «No estoy haciendo nada especial.» El público se puso a reír, pero, después de tantos conciertos y como no sabían comportarse de otra manera, siguieron mirando.

      Yo

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