Historia de la Revolución Rusa Tomo II. Leon Trotsky

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Historia de la Revolución Rusa Tomo II - Leon  Trotsky

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extraños, hechos no se sabía de dónde ni por quién. En un principio, la perplejidad se apoderó de las columnas; después, los menos firmes y serenos empezaron a disparar a diestro y siniestro, de un modo desordenado». En las Izvestia, periódico oficial, el menchevique Kantorovich describía del siguiente modo el ataque de que había sido víctima una de las columnas obreras: «Avanzaba por la calle Sadovaya una multitud de 60.000 obreros de numerosas fábricas. Al pasar por delante de la iglesia, se pusieron a repicar las campanas, y como obedeciendo a una señal, desde los tejados de las casas inmediatas se abrió sobre los manifestantes un fuego de ametralladoras y de fusiles, cuando la muchedumbre corrió al otro lado de la calle, partieron asimismo disparos de los tejados y las azoteas». Allí donde en febrero se habían instalado los «faraones» de Protopopov, con sus ametralladoras, operaban ahora los miembros de las organizaciones oficiales, los cuales se proponían, no sin éxito, sembrar el pánico y provocar colisiones entre las fuerzas militares mediante el tiroteo de los manifestantes. Al procederse al registro de las casas desde donde se había disparado, se encontraron ametralladoras y, algunas veces, se sorprendió a los que hacían fuego.

      Sin embargo, la causa principal del derramamiento de sangre fueron los destacamentos gubernamentales, impotentes para dominar el movimiento, pero suficientes para la provocación. Cerca de las ocho de la noche, cuando la manifestación estaba en su apogeo, dos centurias de cosacos se dirigieron con artillería ligera al palacio de Táurida, con el fin de protegerlo. Los cosacos, que, al pasar por las calles, se negaban obstinadamente a entablar conversación con los manifestantes, lo cual era ya un mal síntoma, se apoderaron, donde les fue posible, de los automóviles blindados y desarmaron a pequeños grupos sueltos. Los cañones de los cosacos en las calles, ocupados por los obreros y soldados, fueron considerados como un reto intolerable. Todo hacía prever el choque. En el puente de Liteini, los cosacos se acercaron a las masas compactas del enemigo, el cual había conseguido levantar aquí, en el camino que conducía al palacio de Táurida, algunos obstáculos. Un minuto de silencio siniestro, interrumpido por los disparos que parten de las casas cercanas: «Los cosacos abren un fuego graneado —cuenta el obrero Metelev—, los obreros y soldados, distribuyéndose en pelotones o de bruces en las aceras, contestan en la misma forma». El fuego de los soldados obliga a los cosacos a retirarse. Al llegar a la orilla del Nevá, uno de los cañones hace tres disparos —señalados asimismo por las Izvestia—, pero los cosacos, alcanzados por el fuego de fusilería, se repliegan sobre el palacio de Táurida. Una columna de obreros que les sale al encuentro les asesta un golpe definitivo. Abandonando cañones, caballos y fusiles, los cosacos buscan refugio en los portales de las casas burguesas, o se dispersan.

      La colisión de la Liteinaya, un verdadero combate, fue el episodio militar más importante de las jornadas de julio, y el relato del mismo se halla registrado en las memorias de muchos de los que tomaron parte en la manifestación. Bursin, obrero de la fábrica Erikson, que intervino en los acontecimientos con los soldados del regimiento de ametralladoras, cuenta que, al encontrarse con ellos «los cosacos abrieron inmediatamente el fuego. Muchos obreros cayeron muertos. A mí, una bala me atravesó una pierna y fue a alojarse a la otra... Mi pierna inutilizada y mi muleta constituyen, en mí, el recuerdo vivo de las jornadas de julio».

      En la colisión de la Liteinaya resultaron muertos 7 cosacos y 19 heridos. Los manifestantes tuvieron 6 muertos y cerca de 20 heridos. Aquí y allá yacían caballos muertos.

      Poseemos un testimonio interesante del campo contrario. Averin, aquel mismo abanderado que desde por la mañana se había dedicado a efectuar ataques de guerrilla contra los revoltosos regulares, cuenta: «A las ocho de la noche recibimos orden del general Polovtsiev de enviar dos centurias con dos cañones ligeros al palacio de Táurida. Al llegar al puente de la Liteinaya vi obreros, soldados y marineros armados. Me acerqué a ellos con mi destacamento de descubierta y les pedí que entregaran las armas, pero mi demanda no fue satisfecha y toda la banda se dio a la fuga en dirección al barrio de Viborg. Cuando me disponía a lanzarme en su persecución, un soldado de baja estatura se volvió hacia mí y me disparó un tiro a quemarropa, pero no hizo blanco. Este disparo fue una especie de señal, y de todas partes se abrió un fuego de fusilería desordenado contra nosotros. De la multitud partieron gritos: “¡Los cosacos disparan contra nosotros!”. Así era, en efecto: los cosacos se apearon de los caballos y empezaron a disparar; se intentó incluso poner en acción los cañones, pero los soldados abrieron un fuego tan infernal, que los cosacos se vieron obligados a retirarse y se diseminaron por la ciudad». No es inverosímil que un soldado dispare contra Averin; un oficial de cosacos más bien podía esperar de la multitud de las jornadas de julio una bala que un saludo. Pero son mucho más verosímiles todavía los numerosos testimonios de que los primeros disparos no partieron de la multitud. Un cosaco de esa misma centuria declaró con firmeza que los cosacos habían sido agredidos a tiros desde el edificio de la Audiencia, y luego desde varias casas del callejón de Samursko y en la Liteinaya. En el órgano oficioso de los soviets decíase que los cosacos, antes de llegar al puente de la Liteinaya, habían sido atacados desde una casa con fuego de ametralladora. El obrero Metelev afirma que cuando los soldados efectuaron un registro en dicha casa, encontraron municiones y dos ametralladoras en el domicilio de un general, Esto no tiene nada de inverosímil. Durante la guerra se encontraron en manos de la oficialidad no pocas armas, adquiridas por todos los procedimientos lícitos e ilícitos. Era demasiado grande la tentación de lanzar, desde arriba, impunemente una lluvia de plomo contra la «canalla». Es verdad que los disparos fueron hechos contra los cosacos. Pero la multitud de las jornadas de julio estaba convencida de que los contrarrevolucionarios disparaban conscientemente contra las fuerzas del gobierno para incitarlas a emprender una represión implacable. En la guerra civil, la crueldad y la perfidia de la oficialidad, todavía ayer todopoderosa, no tuvieron límites. En Petrogrado abundaban las organizaciones secretas y semisecretas de oficiales, que gozaban de la protección de las altas esferas y eran pródigamente sostenidas por las mismas. En la información secreta suministrada por el menchevique Líber, casi un mes antes de las jornadas de julio, se decía que los oficiales conspiradores estaban en relaciones directas con sir Buchanan5. ¿Acaso podían los diplomáticos de Inglaterra dejar de preocuparse del próximo advenimiento de un poder fuerte?

      Los liberales y los conciliadores buscaban la mano de los «anarcobolcheviques» y de los agentes alemanes en todos los «excesos». Los obreros y los soldados, persuadidos de que no andaban equivocados, hacían recaer sobre los provocadores patrióticos las colisiones y las víctimas de las jornadas de julio. ¿De qué parte está la verdad? Los juicios de las masas no son, claro está, infalibles. Pero quien crea que la masa es ciega y crédula se equivoca de medio a medio. Cuando se siente herida en lo más vivo, percibe los hechos y hace sus conjeturas valiéndose de millares de ojos y de oídos. La veracidad de los rumores lo comprueba sobre su pellejo rechazando unos y aceptando otros. Cuando las versiones relativas a los movimientos de masas son contradictorias, la que más se acerca a la verdad es siempre la propia masa. Por eso es tan estéril para la ciencia la obra de los sicofantes tipo Hipólito Taine, que, al estudiar los grandes movimientos populares, ignoran la voz de la calle, recogiendo cuidadosamente las vacuas habladurías de salón, engendradas por el aislamiento y el miedo.

      Los manifestantes volvieron a sitiar el palacio de Táurida y exigieron una respuesta. En el momento en que llegaban los manifestantes de Kronstadt, un grupo reclamó la presencia de Chernov. Dándose cuenta del estado de espíritu de la multitud, este ministro, tan locuaz de costumbre, se limitó en esa ocasión a pronunciar un lacónico discurso, en el que aludió superficialmente a la crisis del poder y, refiriéndose a los kadetes, que habían salido del gobierno, dijo en tono de menosprecio: «A enemigo que huye, puente de plata». «¿Por qué antes no hablaba usted así?», le interrumpieron varias voces. Miliukov cuenta incluso que «un obrero de elevada estatura, acercando el puño al rostro del ministro, le gritó, furioso: “¡Toma el poder, hijo de perra, puesto que te lo dan!”». Y aunque esto no pase de ser una anécdota, expresa, con un relieve un poco grosero, pero bastante claro, el verdadero fondo de la situación de julio. Las respuestas de Chernov no ofrecen interés; en todo caso, no le conquistaron los corazones de Kronstadt... Dos o tres minutos después entraba corriendo en la sala de sesiones del Comité

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