Historia de la Revolución Rusa Tomo II. Leon Trotsky

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Historia de la Revolución Rusa Tomo II - Leon Trotsky страница 13

Автор:
Серия:
Издательство:
Historia de la Revolución Rusa Tomo II - Leon  Trotsky

Скачать книгу

sino de una acción completamente organizada. Exigimos la entrega de la tierra a los campesinos, la abolición de las órdenes dirigidas contra el ejército revolucionario. Ahora que los kadetes se han negado a colaborar con vosotros, os preguntamos: ¿Con quién os disponéis a entrar en tratos? Exigimos que el poder pase a manos de los soviets».

      Las consignas de propaganda de la manifestación del 18 de junio se convertían ahora en un ultimátum de las masas armadas. Pero los conciliadores estaban ya atados con cadenas demasiado pesadas a las ruedas del carro de los potentados. ¿Entregar el poder a los soviets? Pero esto significaba, ante todo, una política audaz de paz, la ruptura con los aliados, con la propia burguesía, significaba el completo aislamiento, la ruina al cabo de pocas semanas. No ¡la democracia responsable no abraza la senda de la aventura! «Las actuales circunstancias —decía Tsereteli— hacen imposible, en la atmósfera de Petrogrado, tomar ninguna nueva resolución». Por esto no queda más recurso que «aceptar el gobierno tal como ha quedado constituido, y convocar un congreso extraordinario de los soviets para dentro de dos semanas, en un sitio en que pueda funcionar sin obstáculos. En Moscú mejor que en ninguna parte».

      Pero la sesión se ve constantemente interrumpida. Los obreros de Putilov, que llegan ya al atardecer, cansados, irritados, en un estado de extraña excitación, llaman a la puerta del palacio de Táurida: «¡Que salga Tsereteli!». Los 30.000 hombres de la calle envían sus representantes al palacio, una voz grita que si Tsereteli no quiere salir habrá que hacerlo salir por la fuerza. De las amenazas a los actos hay todavía una gran distancia, pero las cosas van tomando un carácter demasiado agudo y los bolcheviques se apresuran a intervenir. Zinóviev lo ha relatado posteriormente: «Nuestros camaradas me propusieron que fuera a hablar a los obreros de Putilov... Un mar de cabezas como nunca lo había visto... Algunas docenas de miles de hombres se apretujaban ante el palacio. Los gritos de “¡Tsereteli!” continuaban. Yo empecé así: “En vez de Tsereteli, he salido yo”. Risas. Esto determinó un cambio en el estado de espíritu de los manifestantes. Pude pronunciar un discurso bastante extenso. Como conclusión, incité al auditorio a que se disolviese en seguida, pacíficamente, en completo orden, y sin dejarse provocar en modo alguno a una acción agresiva. Los manifestantes aplauden ruidosamente y empiezan a retirarse».

      Este episodio revela de un modo inmejorable el profundo descontento de las masas, la carencia de un plan de ataque por su parte y el verdadero papel desempeñado por el partido en los acontecimientos de julio.

      Mientras Zinóviev hablaba en la calle a los obreros de Putilov, un grupo de delegados de estos últimos, algunos de ellos con fusiles, irrumpía tumultuosamente en el salón de sesiones. Los miembros del Comité Ejecutivo saltan de sus sitios. «Algunos de ellos no demuestran el valor ni el dominio de sí mismos suficientes», dice Sujánov, el cual nos ha dejado una viva descripción de estos momentos dramáticos. Uno de los obreros, «un sans-culotte clásico, con gorra, blusa corta sin cinturón y el fusil en la mano», salta a la tribuna de los oradores temblando de agitación y de rabia: «“¡Camaradas! ¿Soportaremos los obreros por más tiempo esta traición? Estáis pactando con la burguesía y los terratenientes. ¡Hemos venido aquí 30.000 hombres de la fábrica de Putilov y conseguiremos que se respete nuestra voluntad!”. Chjeidze, ante cuya nariz se agitaba el fusil, dio pruebas de sangre fría. Inclinándose tranquilamente desde su sitio, metió un manifiesto impreso en la mano temblorosa del obrero: “Haga el favor de tomar esto y de leerlo, camarada. Ahí se dice lo que deben hacer los camaradas de Putilov.”». En el manifiesto no se decía otra cosa sino que los manifestantes debían volver a sus casas y que, de lo contrario, serían unos traidores a la revolución. ¿Es que los mencheviques podían decir otra cosa?

      Zinóviev, orador de fuerza excepcional, desempeñó un gran papel en la agitación desarrollada bajo los muros del palacio de Táurida, así como, en general, en todo el torbellino de agitación de aquel periodo. En el primer momento, su aguda voz de falsete extrañaba, pero después cautivaba con su musicalidad particular. Zinóviev era un orador ingénito. Sabía dejarse contagiar por el estado de espíritu de las masas, conmover con lo que las conmovía y encontrar siempre para sus sentimientos y sus ideas una expresión, acaso un poco confusa e imprecisa, pero cautivadora. Los adversarios decían que Zinóviev era el más demagogo de los bolcheviques. Con esto, rendían tributo a su rasgo más acentuado, es decir, a su aptitud para penetrar en el alma de demos y hacer vibrar sus cuerdas. Sin embargo, no se puede negar que Zinóviev, que no es más que un agitador, y no tiene nada de teórico ni de estratega revolucionario, cuando no se veía contenido por la disciplina externa, se deslizaba fácilmente hacia la demagogia, no en el sentido corriente, sino en el sentido científico de la palabra, es decir, manifestaba una cierta tendencia a sacrificar los intereses permanentes al éxito del momento. El instinto de agitador de que estaba dotado Zinóviev hacía de él un consejero muy valioso cuando se trataba de apreciaciones políticas de momento, pero sus juicios no iban nunca más allá. En las reuniones del partido sabía convencer, conquistar, sugestionar, cuando se presentaba con una idea política definida, sometida a la prueba de los grandes mítines e impregnada, por decirlo así, de las esperanzas y del odio de los obreros y los soldados. Por otra parte, Zinóviev era capaz, en una reunión hostil, aun en el seno del Comité Ejecutivo de aquel entonces, de dar a las ideas más extremas y explosivas una forma atractiva, insinuante, que las hacía penetrar insensiblemente en la cabeza de los que sentían hacia él una desconfianza previa. Para alcanzar estos inapreciables resultados le era necesaria la tranquila seguridad de que una mano firme le libraba de toda responsabilidad política. Esta seguridad se la daba Lenin. Armado de una fórmula estratégica definida, Zinóviev la llenaba ingeniosamente de las exclamaciones, protestas y exigencias que acababa de recoger en la calle, en la fábrica o en el cuartel. En estos momentos era el mecanismo ideal de transmisión entre Lenin y la masa o entre ésta y aquél. Zinóviev, agitador de la revolución, carecía de carácter revolucionario. Mientras no se trató más que de la conquista de las mentes y de los espíritus, Zinóviev no dejó de ser un combatiente incansable. Pero cuando se vio situado ante la necesidad de la acción perdió inmediatamente su seguridad combativa. Entonces se apartó de la masa y de Lenin; sólo reaccionó de un modo indeciso, se sintió presa de dudas, no vio más que obstáculos, y su voz insinuante, casi femenina, perdió su fuerza de persuasión y puso de manifiesto su debilidad interna. Bajo los muros del palacio de Táurida, durante las jornadas de julio, Zinóviev se sintió extraordinariamente activo, ingenioso y fuerte. Llevó hasta las notas más altas la excitación de las masas, no para incitarlas a la acción decisiva, sino, al revés, para contenerlas, como respondía a las necesidades del momento y a la política del partido. Zinóviev se hallaba por entero en su elemento.

      El combate de la Liteinaya imprimió un carácter completamente distinto al desarrollo de la manifestación. Nadie la contemplaba ya desde los balcones y las ventanas. La gente más acomodada, invadiendo las estaciones, abandonaba la ciudad.

      La lucha en las calles se convertía en escaramuzas esporádicas sin finalidad determinada. Durante la noche se desarrollan encuentros cuerpo a cuerpo entre los manifestantes y los patriotas, se efectúan desarmes de un modo desordenado, los fusiles pasan de unas manos a otras. Grupos de soldados de los regimientos indisciplinados obraban por cuenta propia, sin obedecer a ningún plan. «Los elementos sospechosos y provocadores que se unían a ellos les incitaban a las acciones anárquicas», añade Podvoiski. Grupos de marinos y soldados efectuaban registros por todas partes, con el fin de encontrar a los culpables de los disparos. So pretexto de registro, en algunos sitios se cometieron robos. De otra parte, se iniciaron pogromos. Los tenderos se arrojaban furiosamente sobre los obreros en aquellas partes de la ciudad en que se sentían fuertes, y los apaleaban despiadadamente. «La multitud se lanzó contra nosotros gritando: “¡Mueran los judíos y los bolcheviques! ¡Al agua con ellos!”, y nos apaleó brutalmente», cuenta Afanasiev, obrero de la fábrica de Novi Lesner. Uno de los agredidos murió en el hospital; al propio Afanasiev los marinos lo sacaron del canal Yekaterinski lleno de cardenales y ensangrentado.

      Las colisiones, las víctimas, la esterilidad de la lucha y la ausencia de un objetivo práctico: todo aconsejaba liquidar el movimiento.

Скачать книгу