Historia de la Revolución Rusa Tomo II. Leon Trotsky

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Historia de la Revolución Rusa Tomo II - Leon Trotsky страница 17

Автор:
Серия:
Издательство:
Historia de la Revolución Rusa Tomo II - Leon  Trotsky

Скачать книгу

De este modo, la bailarina dinástica convertíase en el símbolo de la cultura, pisoteada por las herraduras de los bárbaros. Esta apoteosis animó a la propietaria, quien presentó una denuncia ante los tribunales. Éstos decidieron desahuciar a los bolcheviques. Pero la cosa no era tan sencilla como parecía. «Los autos blindados que estaban de guardia en el patio infundían un cierto respeto», recuerda Zalevski, miembro, en aquel entonces, del Comité de Petrogrado. Además, el regimiento de ametralladoras, así como otras unidades, estaba dispuesto, en caso de necesidad, a ayudar a sus compañeros de la división de autos blindados. El 25 de mayo la mesa del Comité Ejecutivo, al deliberar sobre la queja presentada por el abogado de la bailarina, reconoció que «los intereses de la revolución exigían la sumisión a las decisiones judiciales». Sin embargo, los conciliadores se contentaron con este aforismo platónico, con harto sentimiento de la bailarina, poco inclinada al platonismo.

      En el palacio seguían funcionando el Comité Central, el de Petrogrado y la Organización Militar. «En la casa de la Kchesinskaya —cuenta Raskólnikov— se apretujaba constantemente una gran masa de gente. Unos iban a resolver un asunto en una secretaría; otros, se dirigían al depósito de libros, a la redacción de la Soldatskaya Pravda (La Verdad del Soldado) a una de las reuniones. Éstas se celebraban muy a menudo, a veces de un modo ininterrumpido, ya en la espaciosa sala de abajo, ya arriba, en una habitación con una mesa larga, y que había sido, seguramente, el comedor de la bailarina». Desde el balcón del palacio, en el cual ondeaba la imponente bandera del Comité Central, los oradores hablaban continuamente al público, no sólo durante el día, sino también por la noche.

      Frecuentemente, en la oscuridad profunda, llegaba al edificio un regimiento o una muchedumbre obrera y pedía que saliese un orador. Se detenían asimismo ante el balcón grupos casuales de gente ajena a todo interés político, cuya curiosidad se veía incitada por el ruido que armaban los periódicos a propósito del palacio de la Kchesinskaya. En los días críticos, se acercaban al edificio grupos hostiles pidiendo la detención de Lenin y que fuesen expulsados del local los bolcheviques. Bajo los torrentes humanos que inundaban el palacio, se percibían los latidos de la revolución. La casa de la Kchesinskaya alcanzó su apogeo durante las jornadas de julio. «El Cuartel General del movimiento —dice Miliukov— estaba, no en el palacio de Táurida, sino en la fortaleza de Lenin, en la casa de la Kchesinskaya, con su balcón clásico». El aplastamiento de la manifestación trajo fatalmente aparejado consigo el ocaso del Cuartel General de los bolcheviques.

      A las tres de la madrugada fueron enviados a la casa de la Kchesinskaya y a la fortaleza de Pedro y Pablo, separadas una de otra por una faja de agua, el batallón de reserva del regimiento de Petrogrado, una sección de ametralladoras, una compañía de Semiónov, otra de Preobrajenski, un destacamento del regimiento de Volin, dos cañones y ocho automóviles blindados. A las siete de la mañana, el socialrevolucionario Kusmin, ayudante del comandante de la región, exigió que se desalojara el palacio. Los marinos de Kronstadt, de los cuales no quedaban en el palacio más que unos 120, que no deseaban entregar las armas, empezaron a pasar a la fortaleza de Pedro y Pablo. Cuando las tropas del gobierno ocuparon el palacio, en éste no había nadie, excepto algunos empleados...

      Quedaba la cuestión de la fortaleza de Pedro y Pablo. Se recordará que grupos de jóvenes guardias rojos del barrio de Viborg se habían dirigido allí con el fin de ayudar a los marinos en caso de necesidad. «En los muros de la fortaleza —cuenta uno de los que participaron en los actos— se veían algunos cañones, apostados allí, por lo visto, por los marinos, por lo que pudiera suceder. Se respiraba la proximidad de acontecimientos sangrientos». Pero la cuestión se resolvió pacíficamente con ayuda de negociaciones diplomáticas. Por encargo del Comité Central, Stalin propuso a los jefes conciliadores la adopción de medidas conjuntas para liquidar de un modo incruento la acción de los marinos de Kronstadt. Él y el menchevique Bobdanov persuadieron sin gran trabajo a los marinos de que aceptaran el ultimátum formulado el día anterior por Líber. Cuando los automóviles blindados del gobierno se acercaron a la fortaleza, de las puertas de ésta salió una delegación que declaró que la guarnición se sometía al Comité Ejecutivo. Las armas entregadas por los marinos y soldados fueron recogidas en camiones. Los marinos, desarmados, regresaron en barcazas a Kronstadt. La rendición de la fortaleza puede ser considerada como el episodio final del movimiento de julio. Los motociclistas llegados del frente ocuparon la casa de la Kchesinskaya, desalojada por los bolcheviques, y la fortaleza de Pedro y Pablo, para pasarse, a su vez, al lado de estos últimos en vísperas de la Revolución de Octubre.

      Capítulo XXVI

      ¿Podían los bolcheviques tomar el poder en julio?

      La magnitud de la manifestación prohibida por el Comité Ejecutivo era enorme; el segundo día participaron en la misma no menos de 500.000 personas. Sujánov, que no encuentra bastantes palabras con que calificar las jornadas «sangrientas e ignominiosas» de julio, dice sin embargo: «Si se prescinde de los resultados políticos, hay que reconocer que era imposible contemplar sin embeleso aquel admirable movimiento de las masas populares. Era imposible, aun considerándolo ruinoso, dejar de entusiasmarse ante sus gigantescas proporciones». Según los cálculos de la Comisión Investigadora hubo 29 muertos y 114 heridos, distribuidos aproximadamente por partes iguales entre los dos bandos.

      En los primeros momentos, los conciliadores reconocían todavía que el movimiento había surgido desde abajo, sin intervención de los bolcheviques y hasta cierto punto contra su voluntad. Pero ya en la noche del 3 de julio, y sobre todo el día siguiente, la apreciación oficial se modifica. El movimiento es calificado de insurrección y se presenta a los bolcheviques como organizadores de ésta. «Bajo la divisa de “Todo el poder a los soviets” —decía posteriormente Stankievich, afín a Kerenski— se desarrolló una verdadera insurrección de los bolcheviques contra la mayoría de los soviets de aquel entonces, formada por los partidos adeptos de la defensa nacional». La acusación de insurrección no era sólo un procedimiento de lucha política: esa gente había podido persuadirse con creces en el mes de julio de la fuerza de la influencia de los bolcheviques entre las masas, y ahora no se resignaba sencillamente a creer que el movimiento de los obreros y soldados hubiera podido desbordar a los bolcheviques. En la reunión del Comité Ejecutivo, Trotsky intentó aclarar la situación: «Se nos acusa de haber creado el estado de espíritu de masas; no es cierto; lo único que nosotros hacemos es intentar formularlo». En los libros publicados por los adversarios después de la Revolución de Octubre y, en particular, en el de Sujánov, se puede tropezar con la afirmación de que los bolcheviques sólo ocultaron los verdaderos fines que perseguían después de derrotada la insurrección de Julio, escudándose en el movimiento espontáneo de las masas. Pero ¿es que puede ocultarse, como si fuera un tesoro, un plan de levantamiento llamado a arrastrar en su torbellino a centenares de miles de hombres? ¿Acaso en vísperas de Octubre los bolcheviques no se vieron obligados a incitar abiertamente a la insurrección y prepararse para la misma a los ojos de todo el mundo? Si en julio nadie descubrió ese plan fue sencillamente porque no existía. La entrada de los soldados de ametralladoras y de la gente de Kronstadt en la fortaleza de Pedro y Pablo, con el consentimiento de la guarnición permanente de la misma —los conciliadores insistían especialmente en este acto de «violencia»— no era, ni mucho menos, un acto de insurrección. El edificio situado en la isla y que tenía más de cárcel que de posición militar, podía acaso servir de refugio para los que se retiraran, pero no ofrecía ventaja alguna a los atacantes. Los manifestantes, que no perseguían otro fin que el de llegar al palacio de Táurida, pasaban indiferentes ante las instituciones gubernamentales más importantes, para cuya ocupación hubiera bastado con un destacamento de la Guardia Roja de Putilov. La fortaleza de Pedro y Pablo la ocuparon como habían ocupado las calles y plazas. A ello coadyuvaba la proximidad del palacio de la Kchesinskaya, en cuyo auxilio se hubiera podido acudir desde la fortaleza en caso de peligro.

      Los bolcheviques hicieron todo lo posible para reducir el movimiento de julio a una manifestación. Pero ¿no rebasó estos límites, a pesar de

Скачать книгу