Historia de la Revolución Rusa Tomo II. Leon Trotsky

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Historia de la Revolución Rusa Tomo II - Leon  Trotsky

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a través del cual las exigencias de abajo llegaban hasta el Estado oficial, servía, al mismo tiempo, de mampara política para la burguesía. Las clases poseedoras se «sometían» al Comité Ejecutivo en la medida en que éste ponía el poder de su parte. Las masas se sometían al Comité Ejecutivo en la medida en que confiaban que éste se convertiría en el órgano de dominación de los obreros y campesinos. En el palacio de Táurida se entrecruzaban las tendencias antagónicas de clase, con la particularidad de que la una y la otra se cubrían con el nombre del Comité Ejecutivo: la una, por inconsciencia y credulidad, la otra, por cálculo frío. La lucha se desarrollaba nada menos que en torno a la cuestión de quién había de dirigir el país: la burguesía o el proletariado.

      Pero si los conciliadores no querían adueñarse del poder y la burguesía no tenía fuerza suficiente para ello, ¿es que acaso en julio los bolcheviques hubieran podido coger el timón? Durante dos días críticos, en Petrogrado el poder se les iba completamente de las manos a las instituciones gubernamentales. El Comité Ejecutivo tuvo por primera vez la sensación de su completa impotencia. En estas ocasiones, no les hubiera costado ningún trabajo a los bolcheviques tomar el poder. Era asimismo posible adueñarse del mismo en algunos puntos de provincias. ¿Tenía razón, en este caso, el partido bolchevique al renunciar a la insurrección? ¿No podía, haciéndose fuerte en la capital y en algunas regiones industriales, extender luego su dominio a todo el país? Es ésta una cuestión importante. Nada contribuyó tanto en las postrimerías de la guerra, al triunfo del imperialismo y de la reacción en Europa, como aquellos pocos meses de régimen de Kerenski, que dejaron exhausta a la Rusia revolucionaria y ocasionaron un prejuicio incalculable a su prestigio moral a los ojos de los ejércitos beligerantes y de las masas trabajadoras europeas, que esperaban confiadas una nueva palabra de la revolución. Al reducir en cuatro meses —¡un plazo enorme!— los dolores del parto de la revolución proletaria, los bolcheviques se hubieran encontrado con un país menos exhausto y con el prestigio de la revolución en Europa menos quebrantado. Esto no sólo habría dado a los soviets enormes ventajas en las negociaciones de paz con Alemania, sino que hubiera ejercido una influencia inmensa sobre el curso de la guerra y de la paz en Europa. La perspectiva era demasiado seductora. Y, sin embargo, la dirección del partido tenía completa razón al no adoptar el camino de la insurrección. No basta con tomar el poder. Hay que sostenerlo. Cuando en Octubre los bolcheviques juzgaron que había llegado su hora, los peores tiempos para ellos empezaron después de la toma del poder. Fue necesario someter las fuerzas de la clase obrera a la máxima tensión para soportar los innumerables ataques de los enemigos. En julio, ni siquiera los obreros de Petrogrado estaban dispuestos a sostener esa lucha abnegada. Tenían la posibilidad de tomar el poder y, sin embargo, lo ofrecieron al Comité Ejecutivo. El proletariado de la capital, cuya aplastante mayoría se inclinaba ya del lado de los bolcheviques, no había roto todavía el cordón umbilical de Febrero, que le unía con los conciliadores. Existían todavía no pocas ilusiones en el sentido de que con la palabra y la manifestación se podía obtener todo; de que, intimidando un poco a los mencheviques y a los socialrevolucionarios, se les podía incitar a una política común con los bolcheviques. Incluso la parte avanzada de la clase no tenía una idea clara de cómo se podía llegar al poder. Lenin decía poco después de aquellos días: «El verdadero error de nuestro partido en los días 3 y 4 de julio, puesto ahora de manifiesto por los acontecimientos, consistió en que consideraba aún posibles las transformaciones políticas por la vía pacífica, mediante la modificación de los soviets, cuando, en realidad, los mencheviques y los socialrevolucionarios, gracias a su espíritu de conciliación, se hallaban ya tan atados con la burguesía y ésta se había convertido, hasta tal punto, en contrarrevolucionaria, que no se podía ni siquiera pensar en una solución pacífica».

      Si el proletariado era políticamente heterogéneo y poco decidido, el ejército campesino lo era aún más. Con su conducta en los días 3 y 4 de julio, la guarnición daba a los bolcheviques la posibilidad completa de tomar el poder. Sin embargo, en la guarnición había también unidades neutrales, las cuales ya al atardecer del 4 de julio se inclinaban decididamente hacia los partidos patrióticos. El 5 de julio, los regimientos neutrales se colocaron al lado del Comité Ejecutivo, y los que se inclinaban hacia los bolcheviques tendieron a tomar un barniz de neutralidad. Esto dejó las manos del poder mucho más libres que la llegada, con retraso, de las tropas del frente. Si los bolcheviques se hubieran decidido a tomar el poder el 4 de julio, la guarnición de Petrogrado, no sólo no lo hubiera sostenido, sino que habría impedido que los obreros lo defendieran al ser atacado inevitablemente desde el exterior.

      Menos favorable se presentaba aún la situación en el ejército de operaciones. La lucha por la paz y la tierra, sobre todo después de la ofensiva de junio, hacía que dicho ejército estuviera muy preparado para asimilarse las consignas de los bolcheviques. Pero, en general, el llamado bolchevismo «espontáneo» no se identificaba en su conciencia con un partido determinado, con su Comité Central y sus jefes. Las cartas de soldados de esa época expresan, con mucho relieve, este estado de espíritu del ejército. «Acordaos, señores ministros y todos los dirigentes principales —escribe desde el frente la mano torpe de un soldado—, de que no entendemos gran cosa de partidos, pero no está lejos el futuro y el pasado: el zar os desterraba a Siberia y os metía en la cárcel, nosotros os ensartaremos en las bayonetas». La exasperación extrema contra los dirigentes se combina en estas líneas con la confesión de la propia impotencia: «No entendemos gran cosa de partidos». El ejército se rebelaba constantemente contra la guerra y la oficialidad utilizando, para ello, consignas del vocabulario bolchevista. Pero no estaba preparado, ni mucho menos, para sublevarse con el fin de entregar el poder al partido bolchevique. Las fuerzas de confianza para sofocar el movimiento de Petrogrado, el gobierno las sacó de las tropas más próximas a la capital, sin que los otros regimientos ofrecieran resistencia, y las transportó a la capital sin que se opusieran a ello los ferroviarios. El ejército, descontento, revoltoso, fácilmente inflamable, seguirá siendo políticamente indefinido; los núcleos bolcheviques compactos, capaces de dar una dirección homogénea a los pensamientos y a las acciones de aquella masa inconsistente de soldados, eran excesivamente escasos.

      Por otra parte, los conciliadores, para oponer el frente a Petrogrado y a los campesinos del interior, utilizaban, no sin éxito, un arma envenenada, que la reacción había intentado inútilmente emplear en marzo contra los soviets. Los socialrevolucionarios y los mencheviques decían a los soldados en el frente: «La guarnición de Petrogrado, bajo la influencia de los bolcheviques, no quiere relevaros; los obreros se niegan a trabajar para satisfacer las necesidades del frente; si los campesinos escuchan a los bolcheviques y se apoderan ahora de la tierra, no quedará nada para los que están en el frente». Los soldados tenían todavía necesidad de una experiencia complementaria para comprender a quién reservaba la tierra el gobierno: si a los combatientes del frente o a los grandes propietarios.

      Entre Petrogrado y el ejército de operaciones había la provincia. La repercusión que tuvieron en ella los acontecimientos de julio puede servir a posteriori de criterio muy importante para resolver la cuestión de saber si los bolcheviques obraron o no bien en julio al eludir la lucha inmediata por el poder. En Moscú, el pulso de la revolución era ya incomparablemente más débil que en Petrogrado. En las reuniones del Comité local de los bolcheviques se desarrollaron discusiones vivísimas. Algunos militantes pertenecientes a la extrema izquierda, tales, por ejemplo, como Bubnov, proponían ocupar los edificios de Correos, Telégrafos, Teléfonos, la redacción de la Ruskoye-Slovo, esto es, lanzarse a la insurrección. El Comité, que, por su espíritu general, era muy moderado, rechazaba decididamente estas proposiciones, por considerar que las masas de Moscú se hallaban lejos de estar preparadas para semejantes acciones. Sin embargo, a pesar de la prohibición del Soviet, decidióse organizar una manifestación. Masas considerables de obreros afluyeron a la plaza de Skóbelev con las mismas consignas que en Petrogrado, pero no con el mismo entusiasmo, ni mucho menos. La guarnición distó mucho de responder de un modo unánime, adhiriéndose a la manifestación unidades aisladas, y sólo una de ellas completamente armada y equipada. El soldado de artillería Davidovski, llamado a tener una participación importante en los combates de Octubre, atestigua en sus Memorias que en las jornadas de julio Moscú no estaba preparado y que el fracaso

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