Historia de la Revolución Rusa Tomo II. Leon Trotsky

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Historia de la Revolución Rusa Tomo II - Leon  Trotsky

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Orfeo, que había sido designado para echar a pique a los buques de Kronstadt, primero para informarse de lo que sucedía allí y segundo «para detener al subsecretario de Marina, Dudariev». Esta resolución podrá parecer inesperada, pero atestigua con particular evidencia hasta qué punto la gente del Báltico se inclinaba todavía a considerar a los conciliadores como a un enemigo interior, por oposición a un Dudariev cualquiera, considerado por ellos como un enemigo común. El Orfeo entró en la desembocadura del Nevá veinticuatro horas después de desembarcar allí los 10.000 hombres armados de Kronstadt. Pero «la correlación de fuerzas se había modificado». Durante todo el día no se permitió desembarcar a la tripulación. Sólo al atardecer una delegación de 67 marinos del Tsentrobalt y de la tripulación de los buques fue admitida en la reunión de ambos Ejecutivos, que estaba haciendo el primer balance de las jornadas de julio. Los vencedores se bañaban en las delicias de su reciente victoria. El ponente Voitinski describía, no sin placer, las horas de debilidad y humillación que habían pasado para hacer resaltar, todavía con más relieve, la victoria subsiguiente. «Las primeras fuerzas que vinieron en nuestro auxilio —decía— fueron los automóviles blindados. Habíamos decidido firmemente abrir el fuego en caso de violencia por parte de la banda armada... Viendo el peligro que amenazaba a la revolución, dimos a algunas unidades del frente la orden de dirigirse hacia aquí». La mayoría de esta elevada Asamblea respiraba odio contra los bolcheviques, sobre todo contra los marinos. Fue en esta atmósfera donde cayeron los delegados del Báltico provistos de la orden de detener a Dudariev. La lectura de la resolución de la escuadra del Báltico fue acogida por los vencedores con golpes furiosos sobre las mesas y un pataleo ensordecedor. ¿Detener a Dudariev? ¿Acaso el bizarro capitán hacía otra cosa que cumplir un deber sagrado para con la revolución, a la cual ellos, los marinos, los revoltosos, los contrarrevolucionarios, asestaban una puñalada trapera? La reunión de los Comités ejecutivos se solidarizó solemnemente con Dudariev mediante una resolución especial. Los marinos miraban a los oradores y se miraban entre sí con ojos en los que se reflejaba el asombro. Hasta ahora no empezaban a darse cuenta de lo que ocurría. Al día siguiente, fue detenida toda la Delegación, la cual pudo completar su educación política en la cárcel. Tras ellos fue detenido el suboficial de marina Dibenko, presidente del Tsentrobalt, que había salido a su encuentro, y luego el almirante Verderevski, llamado a la capital para que explicara su conducta.

      El día 6 por la mañana los obreros se reintegraron al trabajo. En las calles sólo hacían acto de presencia las tropas traídas del frente. Los agentes del contraespionaje revisan los pasaportes y practican detenciones a diestro y siniestro. Voinov, un joven obrero que repartía el Listok Pravdi (la Hoja de la Pravda), que se publicaba en sustitución del diario bolchevique, devastado el día anterior, fue asesinado en la calle por una banda de criminales, tal vez por los mismos agentes del contraespionaje. Los elementos reaccionarios le tomaron gusto a las matanzas. En distintas partes de la ciudad proseguían los saqueos, la violencia y el tiroteo. Durante el día, llegaron una división de caballería, el regimiento de los cosacos del Don, la división de ulanos, el regimiento de Izbor, el de la Pequeña Rusia, el de dragones y otros. «El estado de espíritu de las numerosas fuerzas de cosacos llegadas —dice el periódico de Gorki— es muy agresivo». En dos sitios de la ciudad se abrió fuego de ametralladoras contra el regimiento de Izbor, recién llegado. Tanto en uno como en otros casos, se descubrieron las ametralladoras instaladas en las azoteas, pero los culpables no fueron descubiertos. En otras partes de la ciudad se disparó asimismo contra las tropas llegadas. La deliberada insensatez de aquellos disparos excitaba profundamente a los obreros. Era evidente que provocadores expertos acogían a los soldados con plomo con el fin de inyectarles, desde el primer momento, el morbo antibolchevista. Los obreros se apresuraban a explicárselo a los soldados, pero no les dejaban llegar hasta ellos; por primera vez, desde las jornadas de febrero, el junker y el oficial se interponían entre el obrero y el soldado.

      Los conciliadores acogieron jubilosamente a los regimientos llegados. En la asamblea de representantes de las fuerzas militares, Voitinski, en presencia de un gran número de oficiales y de junkers, exclamó: «En estos momentos pasan por la calle Milionaya, en dirección a la plaza de Palacio, tropas y automóviles blindados para ponerse a disposición del general Polovtsiev. Ésta es nuestra fuerza real, la fuerza en que nos apoyamos». Fueron adscritos al comandante de la región militar, en calidad de tapadera política, cuatro ayudantes socialistas: Avkséntiev y Gotz, del Comité Ejecutivo; Skóbelev y Chernov, del gobierno provisional. Pero esto no salvó al comandante. Kerenski se jactaba posteriormente ante los guardias blancos de haber destituido al general Polovtsiev «por su indecisión», cuando regresó del frente durante las jornadas de julio.

      Ahora se podía resolver, al fin, la cuestión tantas veces aplazada de destruir el avispero de los bolcheviques en la casa de la Kchesinskaya. En la vida social, en general y durante la revolución, en particular, adquieren, a veces, un gran relieve hechos secundarios que actúan sobre la imaginación con su sentido simbólico. Así, en la lucha contra los bolcheviques, se destacó, con una importancia desproporcionada, la «usurpación», llevada por Lenin, del palacio de la Kchesinskaya, famosa bailarina palaciega, famosa no tanto por su arte como por sus relaciones con los representantes masculinos de la dinastía de los Romanov. Su palacio era uno de los frutos de estas relaciones, iniciadas por Nicolás II, por lo visto, cuando todavía no era más que príncipe heredero. Antes de la guerra, la gente hablaba con un matiz de envidioso respeto de aquel antro de lujo, espuelas y brillantes, situado frente al Palacio de Invierno; durante la guerra, se decía con más frecuencia «robado»; los soldados expresábanse aún con más precisión. La bailarina, que se acercaba a la edad crítica, pasó a la palestra patriótica. Rodzianko, con la sinceridad que le caracteriza, dice a este propósito: «El generalísimo supremo (él gran duque Nikolai Nikolayevich) decía estar al corriente de la participación y de la influencia de la bailarina Kchesinskaya en los asuntos de artillería. Por mediación de ella recibían los pedidos las distintas casas». No tiene nada de particular que, después de la revolución, el palacio desierto de la Kchesinskaya no despertara en el pueblo sentimientos benévolos. Mientras que la revolución exigía insaciablemente locales, el gobierno no se atrevía a tocar ni un solo edificio privado. Por lo visto, la requisa de caballos de los campesinos para la guerra era una cosa y la confiscación de los palacios vacíos para la revolución otra. Pero las masas populares, menos sutiles, razonaban de otro modo.

      En los primeros días de mayo, la división de reserva de los automóviles blindados, que buscaba un local conveniente, dio con el palacio de la Kchesinskaya y lo ocupó; la bailarina tenía un buen garaje. La división cedió de buena gana al Comité bolchevique de Petrogrado el piso superior del edificio. La amistad de los bolcheviques con los soldados de los automóviles blindados completaba la que mantenían con los del regimiento de ametralladoras. La ocupación del palacio, efectuada unas cuantas semanas antes de la llegada de Lenin, pasó casi inadvertida. La indignación contra los usurpadores aumentaba a medida que crecía la influencia de los bolcheviques. Los infundios de los periódicos, según los cuales Lenin se había instalado en el boudoir6 de la bailarina y todos los muebles y objetos del palacio habían sido destruidos y robados, eran simples paparruchadas. Lenin vivía en el modesto piso de su hermana, y el comandante del edificio había retirado y sellado los muebles de la bailarina. Sujánov, que visitó el palacio el día de la llegada de Lenin, ha dejado una descripción del local que no carece de interés. «El domicilio de la famosa bailarina tenía un aspecto extraño y absurdo. Los lujosos techos y paredes no armonizaban en lo más mínimo con la sobriedad de la instalación, con las mesas, las sillas y los bancos primitivos dispuestos de cualquier modo para las necesidades del trabajo. Muebles, en general, había pocos. Los de la Kchesinskaya habían sido retirados...». La prensa, guardando un prudente silencio sobre la división de automóviles blindados, señalaba a Lenin como culpable de la usurpación armada de la casa de la indefensa servidora del arte. Este tema alimentaba los artículos de fondo y los folletones. ¡Soldados y obreros sucios, entre brocados, sedas y alfombras! Todos los pisos principales de la capital se estremecían de indignación. De la misma manera que en otros tiempos los girondinos habían hecho recaer sobre los jacobinos la responsabilidad por los asesinatos de septiembre, la desaparición de colchones en los cuarteles

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