Historia de la Revolución Rusa Tomo II. Leon Trotsky

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Historia de la Revolución Rusa Tomo II - Leon Trotsky страница 12

Автор:
Серия:
Издательство:
Historia de la Revolución Rusa Tomo II - Leon  Trotsky

Скачать книгу

para rescatar al ministro, a algunos de sus miembros más destacados, exclusivamente internacionalistas y bolcheviques. Chernov declaró posteriormente ante la Comisión gubernamental, que, al bajar de la tribuna, observó un movimiento hostil en un grupo que estaba situado en la entrada, detrás de las columnas. «Me rodearon, cerrándome el paso hacia la puerta ... Un sujeto sospechoso, que mandaba los marineros que me habían detenido, señalaba constantemente a un automóvil que se hallaba allí cerca. En aquellos momentos, Trotsky, que salía del palacio de Táurida, se acercó al automóvil, y, subiéndose al estribo del mismo, pronunció un breve discurso». Trotsky propuso que se dejara en libertad a Chernov, y pidió que los que no estuvieran conformes con ello levantaran la mano. «No se levantó ni una sola mano; entonces, el grupo que me había acompañado al automóvil se apartó del mismo con aire descontento. Si no recuerdo mal, Trotsky dijo: “Ciudadano Chernov, nadie le impide volverse atrás libremente” . Para mí, no hay la menor duda de que lo sucedido no era más que una tentativa, preparada de antemano por gente sospechosa que nada tenía que ver con la masa de los obreros y marinos, para provocarme y detenerme».

      Una semana antes de su detención, Trotsky decía en la reunión de ambos Comités ejecutivos: «Estos hechos pasarán a la historia, e intentaremos describirlos tal como fueron... Vi que cerca de la puerta había un grupo de sujetos de mala catadura. Dije a Lunacharski y a Riazanov que aquellos sujetos eran agentes de la Ojrana, que intentaban penetrar en el palacio de Táurida... (Lunacharski: “Es verdad”). Los hubiera reconocido entre diez mil hombres».

3

      Víctor Chernov

      En sus declaraciones del 24 de julio, escritas ya en la celda de Kresti, Trotsky dice: «En un principio, había decidido salir de entre la multitud en el automóvil con Chernov y los que querían detenerle, a fin de evitar conflictos y que se produjera el pánico en la multitud. Pero Raskólnikov se me acercó precipitadamente y, muy excitado, exclamó: “Esto es imposible. Si sale usted con Chernov, mañana se dirá que la gente de Kronstadt le ha detenido. Hay que poner en libertad a Chernov inmediatamente”. Tan pronto como un toque de corneta hizo el silencio de la multitud y me dio la posibilidad de pronunciar un breve discurso, que terminó con la siguiente proposición: “El que vote por la violencia, que levante la mano”. Chernov pudo volver al palacio sin obstáculos».

      La declaración de estos dos testigos, que eran al mismo tiempo los dos actores principales de la aventura, dejan las cosas completamente en claro. Pero esto no impidió que la prensa enemiga de los bolcheviques describiera lo sucedido con Chernov y el «intento» de detención de Kerenski como las pruebas más convincentes de la organización del levantamiento armado por los bolcheviques. Se afirmaba asimismo con insistencia, sobre todo en la agitación verbal, que la detención de Chernov se había efectuado bajo la dirección de Trotsky. Esta versión llegó incluso hasta el palacio de Táurida. El propio Chernov, que en el sumario expuso una forma que se acercaba mucho a la realidad, las circunstancias de su detención de media hora, se abstuvo, sin embargo, de hacer ninguna manifestación pública sobre este tema, a fin de no impedir a su partido que fomentara la indignación contra los bolcheviques. Por si esto fuera poco, Chernov formaba parte del gobierno que encerró a Trotsky en la cárcel de Kresti. Los conciliadores podían argüir, es cierto, que el grupo de conspiradores sospechosos nunca se hubiera atrevido a llevar a cabo un propósito tan insolente como la detención de un ministro en pleno día y ante una enorme multitud si no hubiera contado con que la hostilidad de las masas hacia el «perjudicado» le ponía suficientemente a cubierto. Y hasta cierto punto así era, en efecto. Ninguno de los que rodeaban el automóvil hizo la menor tentativa, por propio impulso, para libertar a Chernov. Si en algún otro sitio se hubiera detenido a Kerenski, ni los obreros ni los soldados se habrían sentido, naturalmente, afligidos. En este sentido, la complicidad moral de las masas en los atentados reales y supuestos contra los ministros socialistas, eran un hecho incontestable y daba motivos a la acusación contra los obreros y marinos de Kronstadt. Pero la preocupación de conservar los restos de su prestigio democrático impedía a los conciliadores echar mano de este argumento: no se olvide que si bien levantaban una barrera hostil entre ellos y los manifestantes, seguían hallándose al frente del sistema de los soviets de obreros, soldados y campesinos en el sitiado palacio de Táurida.

      A las ocho de la noche, el general Palovtsiev comunicó por teléfono al Comité Ejecutivo una buena noticia: dos centurias cosacas, con artillería, se dirigían al palacio de Táurida. ¡Por fin! Pero también esta vez las esperanzas resultaron defraudadas. Las constantes llamadas telefónicas no hacían más que aumentar el pánico: los cosacos habían desaparecido sin dejar rastro, como si se hubieran evaporado, con los caballos y los cañones de tiro rápido. Miliukov dice que al atardecer empezaron a manifestarse «las primeras consecuencias de los llamamientos hechos por el gobierno de las tropas»: así, según él, se dirigía apresuradamente hacia el palacio de Táurida el regimiento 176. Esta indicación, tan precisa exteriormente, es muy interesante, pues sirve para caracterizar los quid pro quo que surgen inevitablemente en el primer período de la guerra civil, cuando los campos sólo empiezan a delimitarse. En efecto, había llegado un regimiento al palacio de Táurida con los capotes y las mochilas al hombro y al flanco las cantimploras y las gamelas. Los soldados, que venían de Krasni-Selo, llegaban cansados del camino y calados hasta los huesos.

      Era, realmente, el regimiento 176. Pero no se disponía, ni mucho menos, a salvar al gobierno: el regimiento, que estaba en contacto con los meirayontsi, se había puesto en camino bajo la dirección de dos soldados —bolcheviques—: Levinson y Medvediev, con el fin de arrancar el poder para los soviets. Se comunicó inmediatamente a los dirigentes del Comité Ejecutivo, que estaban sobre ascuas, que un regimiento con sus ofíciales acababa de llegar desde lejos, en completo orden, y acampaba bajo las ventanas para entregarse a un descanso merecido. Dan, que llevaba el uniforme de médico militar, se dirigió a los jefes del regimiento pidiéndoles que proporcionaran centinelas para montar la guardia en el palacio. Esta petición fue, en efecto, rápidamente satisfecha. Hay que suponer que Dan comunicaría con satisfacción la noticia a la mesa del ejecutivo, desde donde fue transmitida a la prensa. En sus Memorias, Sujánov se burla de la sumisión con que el regimiento bolchevique ejecutó la orden del líder menchevique: una prueba más de lo «absurdo» que era la manifestación de julio. En realidad, la cosa era, a la vez, más simple y más compleja. El oficial que mandaba el regimiento, al hacérsele la propuesta relativa a los centinelas, se dirigió al ayudante de guardia, el joven teniente Prigorovski. Éste, que era bolchevique, miembro de la organización de los meirayontsi, pidió inmediatamente consejo a Trotsky, que, con un pequeño grupo de bolcheviques, ocupaba un puesto de observación en una de las dependencias laterales del palacio. Naturalmente, se dio a Prigorovski el consejo de apostar inmediatamente centinelas donde fuera preciso, pues era mucho más ventajoso tener en las puertas amigos que enemigos. De esta manera, el regimiento 176, que había acudido para manifestarse contra el poder, protegía a este poder contra los manifestantes. Si el propósito perseguido hubiera sido la insurrección, el teniente Prigorovski habría detenido sin dificultad a todo el Comité Ejecutivo, que no contaba más que con cuatro soldados adictos. Pero nadie pensaba en semejante cosa, y los soldados bolcheviques cumplieron a conciencia su función de centinelas.

      Después que las centurias cosacas, único obstáculo con que se tropezaba en el camino que conducía al palacio de Táurida, fueron barridas, muchos manifestantes se imaginaron que la victoria estaba asegurada. En realidad, el mayor obstáculo se hallaba en el propio palacio de Táurida. En la reunión de ambos ejecutivos, que empezó a las seis de la tarde, tomaban parte 90 representantes de 54 fábricas y talleres. Los cinco oradores que, según lo convenido, hicieron uso de la palabra, empezaron protestando contra el hecho de que en las proclamas del Comité Ejecutivo los manifestantes fueran calificados de contrarrevolucionarios. «Ya habéis visto — argüían— lo que se dice en los cartelones. Es lo que los obreros han decidido... Exigimos la retirada de los diez ministros capitalistas. Tenemos confianza en los soviets, pero no en quien éstos depositan

Скачать книгу