Historia de la Revolución Rusa Tomo II. Leon Trotsky

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Historia de la Revolución Rusa Tomo II - Leon  Trotsky

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unos disparos, al parecer de ametralladora. Desde abajo se hizo una descarga contra el campanario. «En Gostini Dvor se lanzaron contra los manifestantes un grupo de estudiantes y de junkers2, que les arrebataron un cartelón. Los obreros ofrecieron resistencia, se produjo un gran tumulto, sonaron disparos, y al autor de estas líneas le rompieron la cabeza y le pisotearon el pecho y los costados». Nos cuenta esto el obrero Yefimov, ya conocido del lector. Atravesando la ciudad, ya silenciosa, los obreros de Putilov llegaron por fin al palacio de Táurida. Gracias a la insistente intervención de Riazanov, muy íntimamente ligado en aquel entonces con los sindicatos, la delegación de la fábrica fue recibida por el Comité Ejecutivo. La masa obrera, hambrienta y terriblemente fatigada, se sentó a esperar en la calle y en el jardín, con la esperanza de obtener una contestación. Estos obreros de la fábrica de Putilov, acampados a las tres de la madrugada en los alrededores del palacio de Táurida, en el que los líderes de la democracia esperaban la llegada de tropas del frente, es uno de los espectáculos más conmovedores de la revolución en el período turbulento que va desde Febrero a Octubre. Doce años antes, no pocos de estos obreros habían tomado parte en la manifestación de enero ante el Palacio de Invierno, con imágenes y estandartes. En aquellos doce años habían pasado siglos enteros. En el transcurso de los cuatro meses próximos transcurrieron otros cuantos más.

      Sobre la reunión de los líderes y organizadores bolcheviques que discuten sobre lo que ha de hacerse al día siguiente flota la sombra grávida de los obreros de la fábrica de Putilov, acampados en plena calle. Mañana los obreros de la fábrica de Putilov no irán al trabajo. ¿Cómo van a trabajar después de una noche pasada en vela? Entre tanto, es llamado Zinóviev por teléfono, Raskólnikov comunica, desde Kronstadt, que mañana a primera hora la guarnición de la fortaleza se dirigirá a Petrogrado, y que no hay nada ni nadie capaz de contenerla. Desde el otro extremo del hilo telefónico, el joven oficial pregunta: «¿Es posible que el Comité Central le ordene dejar abandonados a los marinos, desacreditándose completamente a sus ojos?». A la imagen de los obreros de la fábrica de Putilov acampados delante del palacio de Táurida se une a otra, no menos impresionante: la de los marinos de la isla, que en esta noche de vela se aprestan a apoyar a los obreros y soldados de Petrogrado. No, la cosa es demasiado clara. No se puede seguir vacilando. Trotsky pregunta por última vez: «¿Y si se intentara dar a la manifestación el carácter de una manifestación sin armas?». No, ni de eso se puede ya siquiera hablar. Un pelotón de junkers bastaría para dispersar, como a un rebaño de ovejas, a millares de hombres desarmados. Los soldados y obreros acogerían indignados, considerándola como una encerrona, semejante proposición. La contestación es categórica y convincente. Por unanimidad se decide incitar mañana a las masas, en nombre del partido, a continuar la manifestación. Zinóviev corre al teléfono, donde espera frenético Raskólnikov, para comunicarle la noticia que le permitirá respirar con desahogo. Se redacta inmediatamente un manifiesto a los obreros y soldados: ¡a la calle! El manifiesto del Comité Central, que había sido escrito durante el día, y en el que se invitaba a las masas a cesar la manifestación, es sacado de las prensas; pero ya es tarde para reemplazarlo por el nuevo texto. La página blanca de la Pravda será mañana un indicio mortal contra los bolcheviques. Evidentemente, en el último momento, asustados, han retirado el llamamiento a la insurrección, o, acaso al revés: han renunciado a su llamamiento a la manifestación pacífica para incitar a la insurrección. La verdadera resolución de los bolcheviques apareció en una hoja que invitaba a los obreros y soldados a «expresar su voluntad ante los Comités ejecutivos reunidos, mediante una manifestación pacífica y organizada». No, aquello no era precisamente un llamamiento a la insurrección.

2 La Organización Militar del Partido Bolchevique. Sentados, de izquierda a derecha: Orlov, Mejonochin, Nevski, Podvoiski, Dachkevich y Raskólnikov. De pie, de izquierda a derecha: Zanko, Kedrov, Paniushkin y Tarásov-Rodiónov.

      Capítulo XXV

      Las jornadas de julio, el momento culminante y la derrota

      A partir de este momento, la dirección inmediata del movimiento pasa a manos del Comité del partido de Petrogrado, cuyo principal agitador era Volodarski. De movilizar a la guarnición se encargó la Organización Militar. Ya desde marzo se hallaban al frente de la misma dos viejos bolcheviques, a los cuales debió mucho la Organización en su ulterior desarrollo, uno de ellos era Podvoiski, figura brillante y original en las filas del bolchevismo, con los rasgos característicos del revolucionario ruso de viejo estilo. Procedente del seminario, era hombre de gran energía, aunque no disciplinado, con imaginación creadora, que, justo es reconocerlo, degeneraba fácilmente en fantasía. Más tarde, cuando Lenin pronunciaba la palabra «Podvoiskismo», en sus labios había cierta ironía bonachona, no exenta de advertencia. Pero los lados débiles de esta naturaleza apasionada habían de manifestarse principalmente después de la toma del poder, cuando la abundancia de posibilidades y recursos daba impulsos excesivos a la energía dilapidadora de Podvoiski y a su pasión por las empresas decorativas. En las circunstancias creadas por la lucha revolucionaria en torno al poder, su decisión optimista, su abnegación y su incansable actividad le hacían un director insustituible de las masas de soldados en pleno despertar.

      Nevski, ese ex Privatdozent3, más prosaico que Podvoiski y no menos adicto al partido que él, no tenía nada de espíritu organizador, y sólo por una desdichada casualidad llegó a ser, un año más tarde, por poco tiempo, ministro soviético de Vías y Comunicaciones. La atracción que ejercía sobre los soldados era debida a su sencillez, a su carácter comunicativo y a su trato afable.

      Alrededor de estos directores pululaba un grupo de auxiliares directos, formado por soldados y jóvenes oficiales, algunos de los cuales estaban llamados a desempeñar más tarde un importante papel. En la noche del 4 de julio, la Organización Militar pasa de golpe a ocupar el primer plano. Podvoiski, que asume sin gran trabajo las funciones de mando, improvisa a su lado un Estado Mayor. Se cursan órdenes e instrucciones breves a todas las fuerzas de la guarnición. Se colocan automóviles blindados en los puentes que unen a los suburbios con el centro y en los puntos estratégicos de las arterias principales, a fin de proteger a los manifestantes contra posibles ataques. Por la noche, los soldados del regimiento de ametralladoras habían apostado ya centinelas propios en la fortaleza de Pedro y Pablo. Por medio de teléfono y emisarios especiales se notifica la manifestación del día siguiente a las organizaciones de Orienbaum, Peterhof, Krasni-Selo y otros puntos próximos a la capital. Huelga decir que la dirección política general del movimiento quedaba reservada al Comité Central.

      Los ametralladores no regresaron a sus barracones hasta el amanecer, fatigados y ateridos, a pesar de estar en el mes de julio. La lluvia nocturna había calado hasta los huesos a los obreros de Putilov. Los manifestantes se reúnen cerca de las once de la mañana. Las fuerzas militares no entran en escena hasta más tarde. Hoy, el primer Regimiento de ametralladoras se ha echado también a la calle en toda su integridad. Pero ya no desempeña el papel de instigador que desempeñara en la víspera. El primer plano lo ocupan hoy los obreros de las fábricas. Se unen al movimiento los que en el día anterior se habían quedado al margen. Allí donde los dirigentes titubean o se resisten, la juventud obrera obliga al vocal de turno del comité de fábrica a hacer sonar la sirena para dar la señal de paralizar el trabajo. En la fábrica del Báltico, donde predominaban los mencheviques y socialrevolucionarios, de los 5.000 obreros que trabajan en la misma secundan el movimiento cerca de 4.000. En la fábrica de calzado Skorojod, que durante mucho tiempo había sido considerada como el reducto de los socialrevolucionarios, el estado de espíritu de los obreros habíase cambiado tan rápidamente, que el diputado de la fábrica, un socialrevolucionario, estuvo algunos días sin poder aparecer por allí. Estaban en huelga todas las fábricas; por todas partes se celebraban mítines. Elegíanse dirigentes de la manifestación y delegados encargados de presentar las reivindicaciones del Comité Ejecutivo. Cientos de miles de hombres volvieron a ponerse en marcha hacia el palacio de Táurida, y

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