Historia de la Revolución Rusa Tomo II. Leon Trotsky

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Historia de la Revolución Rusa Tomo II - Leon  Trotsky

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hallaba ya bajo la dirección de los bolcheviques, la noticia de los acontecimientos de Petrogrado llegó a la vez que el rumor de que el gobierno provisional había caído. En la sesión nocturna del Comité Ejecutivo se acordó, como medida preparatoria, instaurar el control sobre el telégrafo y el teléfono. El 6 de julio se paralizó el trabajo en las fábricas; en las manifestaciones tomaron parte hasta 40.000 obreros y obreras, muchos de ellos armados. Cuando se supo que la manifestación de Petrogrado no había conducido a la victoria, el Soviet de Ivánovo-Voznesiensk ordenó apresuradamente la retirada.

      En Riga, bajo la influencia de las noticias relativas a los acontecimientos de Petrogrado, en la noche del 6 de julio se produjo una colisión entre la infantería letona, cuyo estado de espíritu era bolchevista, y el «batallón de la muerte», con la particularidad de que el batallón patriótico se vio obligado a batirse en retirada. Aquella misma noche el Soviet adoptó una resolución en favor del poder a los soviets.

      Dos días después fue adoptada una resolución idéntica en la capital de los Urales, Yekaterinburg. El hecho de que la consigna del Poder soviético, que en los primeros meses se propugnaba sólo en nombre del partido, se convirtiera ahora en el programa de distintos soviets locales, significaba, incontestablemente, un gran paso hacia adelante. Pero entre las resoluciones en favor del poder a los soviets y la insurrección bajo la bandera de los bolcheviques quedaba todavía un camino considerable por recorrer.

      En algunos puntos del país los acontecimientos de Petrogrado dieron impulso a agudos conflictos de carácter parcial. En Nizhni Nóvgorod, donde los soldados evacuados se habían resistido tenazmente a ir al frente, los junkers enviados de Petrogrado provocaron, con sus violencias, la indignación de dos regimientos locales. Después de un tiroteo, durante el cual hubo muertos y heridos, los junkers se rindieron y fueron desarmados. Las autoridades desaparecieron. De Moscú fue enviada una expedición punitiva, formada por tropas de todas las armas. Iban al frente de la misma el impulsivo coronel Verjovski, jefe de las fuerzas militares de la región de Moscú y futuro ministro de la Guerra de Kerenski, y el presidente del Soviet de Moscú, el viejo menchevique Jinchuk, hombre de espíritu poco bélico, futuro dirigente de la cooperación y después embajador soviético en Berlín. Sin embargo, su acción represiva no tuvo objeto, pues el comité elegido por los soldados sublevados había ya restablecido completamente el orden.

      A la misma hora aproximadamente, e impulsados asimismo por la negativa de ir al frente, se sublevaban en Kiev, en número de 5.000, los soldados del regimiento que llevaba el nombre del atamán Polubotko, se apoderaban de los depósitos de armas, ocupaban el fuerte, adueñábanse del mando militar de la región, detenían al comandante y al jefe de la milicia. El pánico en la ciudad duró algunas horas, hasta que, gracias a los esfuerzos mancomunados de las autoridades militares, del Comité de las distintas asociaciones y de los órganos de la Rada central ucraniana, se puso en libertad a los detenidos y una buena parte de los sublevados fue desarmada.

      En el lejano Krasnoyarsk, los bolcheviques se sentían tan firmes, gracias al estado de espíritu de la guarnición, que, a pesar de la ola de reacción que se habla iniciado ya en el país, el 9 de julio organizaron una manifestación en la cual participaron de 8.000 a 10.000 personas, en su mayoría soldados. Desde Irkutsk fue mandado contra Krasnoyarsk un destacamento de 400 hombres con artillería, bajo la dirección del socialrevolucionario Kraskovetski, comisario militar de la región. En el transcurso de dos días de conferencias y negociaciones, trámites indispensables en el régimen de poder dual, el destacamento punitivo quedó tan desmoralizado a consecuencia de la agitación realizada por los soldados, que el comisario se apresuró a hacerle volver a Irkutsk. Pero Krasnoyarsk constituía más bien una excepción.

      En la mayoría de las poblaciones provinciales la situación era incomparablemente menos favorable. En Samara, por ejemplo, la organización bolchevista de la localidad, al recibir la noticia de los combates de la capital, decidió «esperar la señal, aunque no se podía contar casi con nadie». Uno de los miembros del partido cuenta: «Los obreros empezaban a simpatizar con los bolcheviques, pero no se podía confiar en que se lanzaran al combate; todavía se podía contar menos con los soldados; por lo que a la organización de los bolcheviques se refiere, las fuerzas eran completamente débiles, no éramos más que un puñado; en el Soviet de diputados obreros no había más que unos pocos bolcheviques, y en el de soldados, si no ando equivocado, no había ninguno, lo que, por otra parte, no tiene nada de sorprendente si se considera que estaba compuesto casi exclusivamente de oficiales».

      La causa principal de la débil repercusión que los acontecimientos de Petrogrado tuvieron en el país consistía en que la provincia, que había recibido sin combate la Revolución de Febrero de las manos de la capital, se asimilaba mucho más lentamente que ésta los nuevos hechos e ideas. Era preciso un plazo suplementario para que la vanguardia pudiera arrastrar tras de sí a las reservas pesadas.

      Por tanto, el estado de la conciencia de las masas populares, que eran la instancia inapelable de la política revolucionaria, excluía la posibilidad de la toma del poder por los bolcheviques en julio. Al mismo tiempo, la ofensiva en el frente incitaba al partido a oponerse a las manifestaciones. El fracaso de la ofensiva era completamente inevitable. De hecho, se había iniciado ya. Pero el país lo ignoraba. El peligro consistía en que si el partido no obraba prudentemente, el gobierno hiciera recaer sobre los bolcheviques la responsabilidad por las consecuencias de la propia insensatez. Había que dar a la ofensiva el tiempo necesario para que sus resultados aparecieran claros. Los bolcheviques no dudaban que el cambio que se operaría en el estado de espíritu de las masas sería muy radical. Entonces, se vería lo que era preciso hacer. El cálculo era completamente acertado. Sin embargo, los acontecimientos tienen su lógica, que no toma en cuenta los cálculos políticos, y, en esta ocasión, la lógica de los acontecimientos cayó duramente sobre la cabeza de los bolcheviques.

      El fracaso de la ofensiva en el frente tomó un carácter catastrófico el 6 de julio, día en que las tropas alemanas rompieron el frente ruso en una extensión de 12 verstas7 de ancho y 10 de profundidad. La noticia llegó a la capital el 7, cuando las acciones represivas se hallaban en su apogeo.

      Muchos meses después, cuando las pasiones debían ya de haberse apaciguado o, por lo menos, tomado un carácter más razonado, Stankievich, que no era de los adversarios más rencorosos del bolchevismo, hablaba aún de la «enigmática sucesión lógica de los acontecimientos», bajo la forma de derrota militar en Tarnopol, después de las jornadas de julio en Petrogrado. Esa gente no veía, o no quería ver, la sucesión lógica real de los acontecimientos, que consistía en que la ofensiva iniciada por imposición de la Entente y condenada de antemano al fracaso no podía dejar de conducir a una catástrofe ni de provocar al mismo tiempo una explosión de cólera de las masas engañadas por la revolución. Pero ¿qué importaba la realidad de los hechos? El establecer una conexión entre los acontecimientos de Petrogrado y el fracaso en el frente, era demasiado seductor. La prensa patriótica no sólo no ocultó la derrota, sino que, al contrario, la exageró con todas sus fuerzas. Sin detenerse ante la revelación de los secretos militares, se nombraban las divisiones y los regimientos y se indicaba la disposición de los mismos. «A partir del 8 de julio —confiesa Miliukov —, los periódicos empezaron a publicar telegramas del frente en los cuales no se ocultaba la verdad, y estos telegramas cayeron como una bomba sobre la opinión pública rusa». Éste era precisamente el fin que se perseguía: conmover, asustar, aturdir, para que fuera más fácil acusar a los bolcheviques de estar en relación con los alemanes.

      Es indudable que, tanto en los acontecimientos del frente como en los de las calles de Petrogrado, la provocación desempeñó su papel. Después de la Revolución de Febrero, el gobierno había mandado al Ejército de operaciones a un gran número de ex gendarmes y policías. Ninguno de ellos, naturalmente, quería combatir. Temían más a los soldados rusos que a los alemanes. Para hacer olvidar su pasado, se presentaban como los elementos más extremos del ejército, azuzaban a los soldados contra los oficiales, gritaban más que nadie contra la disciplina y la ofensiva y, con frecuencia, se proclamaban

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