Historia de la Revolución Rusa Tomo II. Leon Trotsky

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Historia de la Revolución Rusa Tomo II - Leon  Trotsky

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se mostraban aún menos escrupulosos en la elección de las expresiones cuando se trataba de Lenin. Yermolenko se sumergió inmediatamente en esa corriente. No tiene importancia saber si fue él mismo quien inventó esa frase absurda relativa a Lenin, si se la dijo algún inspirador o si la amañaron, junto con él, los agentes del contraespionaje. Era tan grande la demanda de calumnias contra los bolcheviques, que la oferta no podía dejar de aparecer. Denikin, jefe del Estado Mayor del Cuartel General y futuro generalísimo de los blancos en la guerra civil, hombre que personalmente no se elevaba muy por encima del horizonte de los agentes del contraespionaje zarista, concedió o fingió conceder gran importancia a la declaración de Yermolenko, y el 16 de mayo la mandó al ministro de la Guerra, acompañada de la carta correspondiente. Es de suponer que Kerenski cambió impresiones con Tsereteli o Chjeidze, los cuales contuvieron, seguramente, su noble vehemencia; esto explica que las cosas no pasarán adelante. Kerenski ha dicho posteriormente que Yermolenko había denunciado las relaciones existentes entre Lenin y el Estado Mayor alemán, pero no «de un modo suficientemente fidedigno». Durante mes y medio el informe de Yermolenko-Denikin quedó sobre el tapete. El contraespionaje licenció a Yermolenko por no tener necesidad alguna de él, y el alférez se fue al Extremo Oriente a beberse el dinero que había recibido de dos procedencias diferentes.

      Sin embargo, los acontecimientos de julio, que pusieron de manifiesto en toda su magnitud el amenazador peligro del bolchevismo, hicieron pensar de nuevo en las revelaciones de Yermolenko. Éste fue llamado urgentemente a Blagoschensk, pero a causa de su falta de imaginación, a pesar de todas las insinuaciones, no pudo añadir ni una palabra más a su primitiva declaración. A pesar de ello, la justicia y el contraespionaje funcionaban a todo vapor. Políticos, generales, gendarmes, comerciantes, gentes de distintas profesiones, eran sometidos a interrogatorio sobre las posibles relaciones criminales de los bolcheviques. Los inconmovibles agentes de la Ojrana zarista observaban en estas indagaciones una prudencia mucho mayor de la que distinguía a los representantes de la justicia democrática. «La Ojrana —decía el ex jefe de la sección de Petrogrado, general Globachov— no tenía, al menos durante el tiempo en que yo estuve a su servicio, ningún dato fehaciente de que Lenin actuara en daño de Rusia y con dinero alemán». Otro agente de la Ojrana, llamado Yakubov, jefe de la sección de contraespionaje de la zona militar de Petrogrado, declara: «No sé nada respecto de las relaciones de Lenin y sus partidarios con el Estado Mayor alemán, como tampoco de lo que se refiere a los recursos utilizados por Lenin». Nada pudo sacarse, en este orden, de los órganos de la policía zarista encargada de vigilar la actuación del bolchevismo desde el momento mismo de su aparición.

      Sin embargo, cuando la gente, sobre todo si tiene el poder en sus manos, busca obstinadamente, acaba por encontrar algo. Un tal Z. Burstein, considerado oficialmente como comerciante, abrió los ojos del gobierno provisional sobre la existencia de una «organización de espionaje alemán en Estocolmo, dirigida por Parvus», conocido socialdemócrata alemán de origen ruso. Según la declaración de Burstein, Lenin estaba en relación con la organización mencionada por mediación de los revolucionarios polacos Ganetski y Kozlovski. Kerenski ha escrito posteriormente: «Las informaciones, extraordinariamente importantes, pero por desgracia de carácter no judicial, sino policíaco, debían verse confirmadas de un modo incontestable con la llegada a Rusia de Ganetski, que había de ser detenido en la frontera y pasar a ser una pieza de convicción irrecusable contra los dirigentes bolchevistas». Kerenski sabía ya, de antemano, que todo ello tenía que suceder así.

      Las declaraciones de Burstein se referían a las operaciones comerciales de Ganetski y Kozlovski entre Petrogrado y Estocolmo. Estas relaciones comerciales, correspondientes a los años de guerra, y en las que, por las trazas, se recurría un sistema de correspondencia convencional, no tenía nada que ver con la política, ni más ni menos que el partido bolchevique no tenía nada que ver con ese comercio. Lenin y Trotsky denunciaron en la prensa a Parvus, que combinaba el buen comercio con la mala política, e invitaron a los revolucionarios rusos a romper toda relación con él. Sin embargo, ¿quién tenía posibilidad de orientarse en todo esto, en el torbellino de los acontecimientos? Lo que parecía evidente era que había en Estocolmo una organización dedicada al espionaje. Y la luz, encendida con poca fortuna por la mano de Yermolenko, brilló desde el otro extremo. Verdad es que también en esto se tropezó con dificultades. El jefe de la sección de contraespionaje del Estado Mayor, príncipe Turkestanov, interrogado por el juez Alexandrov, encargado de aquellos procesos que ofrecían particular importancia, contestó que: «Z. Burstein es persona que no merece ninguna confianza. Burstein es un tipo de hombre de negocios un poco turbio, que no siente repugnancia por ninguna clase de ocupación». Pero, ¿podía la mala reputación de Burstein dar al traste con los manejos encaminados a acabar con el buen nombre de Lenin? No; Kerenski no vaciló en considerar como «extraordinariamente importantes» las declaraciones de Burstein. Las indagaciones rastreaban ahora las huellas de Estocolmo. Las revelaciones del alférez, que servía al mismo tiempo a dos Estados Mayores, y del hombre dedicado a negocios turbios, que no merecía ninguna confianza, sirvieron de base a la fantástica acusación lanzada contra un partido revolucionario al que un pueblo de 160 millones de almas se disponía a llevar al poder.

      Sin embargo, ¿cómo fueron a parar a la prensa los materiales de las averiguaciones preliminares, justamente en el momento en que el fracaso de la ofensiva de Kerenski en el frente empezaba a convertirse en catástrofe, y la manifestación de julio ponía de manifiesto en Petrogrado el irresistible avance de los bolcheviques? Uno de los iniciadores de la empresa, el fiscal Besarabov, relató posteriormente en la prensa, con toda sinceridad, que cuando se vio que el gobierno provisional se encontraba, en Petrogrado, absolutamente falto de fuerza armada en la que pudiera confiar, el mando de la zona decidió realizar una tentativa destinada a provocar una transformación psicológica en los regimientos con ayuda de un medio de eficacia segura. «Se comunicó lo esencial de los documentos a los representantes del regimiento de Preobrajenski, en los que, como pudieron comprobar los presentes, produjo una impresión abrumadora. A partir de ese momento se vio claramente que el gobierno disponía de un arma poderosa». Después de este experimento, coronado por un éxito tan notable, los conspiradores del Departamento de Justicia, del Estado Mayor y del contraespionaje, se apresuraron a comunicar su descubrimiento al ministro de Justicia. Pereverzev contestó que no era posible proceder a una comunicación oficial, pero que los miembros del gobierno provisional «no opondrían ningún obstáculo a la iniciativa particular». Se reconoció, no sin fundamento, que los nombres de los funcionarios judiciales y del Estado Mayor no eran los más apropiados para avalar la cosa; para poner en circulación la sensacional calumnia hacía falta «un político». Valiéndose de la iniciativa particular, los conspiradores encontraron sin dificultad la persona que necesitaban en Alexinski, ex revolucionario, diputado en la segunda Duma, orador chillón e intrigante apasionado, situado un tiempo en la extrema izquierda de los bolcheviques. A sus ojos, Lenin era un oportunista incorregible. Durante los años de la reacción, Alexinski fundó un grupo de extrema izquierda, a cuyo frente se mantuvo en la emigración, hasta la guerra, para ocupar, tan pronto se declaró esta última, una posición ultrapatriotera y dedicarse inmediatamente a la especialidad de señalar a todo el mundo como un agente al servicio del káiser. De acuerdo con los patrioteros rusos y franceses del mismo tipo, desarrolló en París una vasta actividad policíaca. La sociedad parisiense de periodistas extranjeros —esto es, de corresponsales de los países aliados y neutrales —, que era muy patriótica y nada retórica, se vio obligada a adoptar una resolución especial, declarando a Alexinski «calumniador impúdico» y a separarlo de sus filas. Alexinski, que llegó a Petrogrado con este atestado después de la Revolución de Febrero, intentó, en su calidad de ex hombre de izquierda, colarse en el Comité Ejecutivo. A pesar de toda su condescendencia, los mencheviques y los socialrevolucionarios, con su resolución del 11 de abril, le cerraron las puertas y le propusieron que intentara reivindicar su honorabilidad. Esto era fácil de decir. Alexinski, convencido de que deshonrar a los demás era más fácil que rehabilitarse a sí mismo, se puso en contacto con el contraespionaje y dio un gran vuelo a sus instintos de intrigante. Ya en la segunda mitad de julio, encerró en el círculo de su calumnia incluso a los mencheviques. El jefe de éstos, Dan, abandonando su actitud expectativa, publicó una carta de protesta en las Izvestia (22 de julio), órgano oficial de los

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