Historia de la Revolución Rusa Tomo II. Leon Trotsky

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Historia de la Revolución Rusa Tomo II - Leon  Trotsky

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un vuelo audaz, los obreros y soldados, bajo la dirección de los bolcheviques, se hubieran adueñado del poder para preparar luego, sin embargo, el hundimiento de la revolución. A diferencia de Febrero, la cuestión del poder en el terreno nacional no habría sido resuelta por la victoria en Petrogrado. La provincia no hubiera seguido a la capital. Los ferrocarriles y los teléfonos se hubieran puesto al servicio de los conciliadores contra los bolcheviques. Kerenski y el Cuartel General habrían creado un poder para el frente y las provincias. Petrogrado se habría visto bloqueado. En la capital se hubiera iniciado la desmoralización. El gobierno habría tenido la posibilidad de lanzar a masas considerables de soldados contra Petrogrado. En estas condiciones, el coronamiento de la insurrección hubiera significado la tragedia de la Comuna petrogradesa.

      Cuando en el mes de julio se cruzaron los caminos históricos, sólo la intervención del partido de los bolcheviques evitó que se produjeran las dos variantes que entrañaban el peligro fatal, tanto en el espíritu de las jornadas de julio de 1848 como en el de la Comuna de París de 1871. El partido, al ponerse audazmente al frente del movimiento, tuvo la posibilidad de detener a las masas en el momento en que la manifestación empezaba a convertirse en colisión en la cual los contrincantes iban a medir sus fuerzas con las armas. El golpe asestado en julio a las masas y al partido fue muy considerable. Pero no fue un golpe decisivo. Las víctimas se contaron por docenas, y no por docenas de miles. La clase obrera no salió decapitada y exangüe de esa prueba, sino que conservó completamente sus cuadros de combate, los cuales aprendieron mucho en esa lección.

      En los días de la Revolución de Febrero se puso de manifiesto toda la labor realizada anteriormente por los bolcheviques, durante muchos años, y hallaron un sitio en la lucha los obreros avanzados educados por el partido; pero no hubo aún una dirección inmediata por parte de este último. En los acontecimientos de abril, las consignas del partido pusieron de manifiesto su fuerza dinámica, pero el movimiento se desarrolló espontáneamente. En junio se exteriorizó la inmensa influencia del partido, pero las masas entraban en acción todavía dentro del marco de una manifestación organizada oficialmente por los adversarios. Hasta julio, el partido bolchevique, impulsado por la fuerza de presión de las masas, no se lanza a la calle contra todos los demás partidos y define el carácter fundamental del movimiento, no sólo con sus consignas, sino también con su dirección organizada. La importancia de una vanguardia compacta aparece por primera vez con toda su fuerza durante las jornadas de julio, cuando el partido evita, a un precio muy elevado, la derrota del proletariado y garantiza el porvenir de la revolución y el propio.

      «Como prueba técnica —decía Miliukov, refiriéndose a la importancia de las jornadas de julio para los bolcheviques— la experiencia fue sin ningún género de duda extraordinariamente útil para ellos. Les mostró con qué elementos había que tratar; cómo había que organizar a estos últimos y, finalmente, qué resistencia podían oponerles el gobierno, el Soviet y las tropas... Era evidente que cuando se presentara la ocasión de repetir el experimento, la realizarían de un modo más sistemático y consciente». Estas palabras valoran acertadamente la importancia del experimento de julio para el desarrollo ulterior de la política de los bolcheviques. Pero antes de poder utilizar las lecciones de julio, el partido hubo de pasar por unas cuantas semanas duras, durante las cuales los miopes enemigos se imaginaban que habían quebrantado definitivamente la fuerza del bolchevismo.

      Capítulo XXVII

      El mes de la gran calumnia

      El 4 de julio, a hora ya avanzada de la noche, cuando 200 miembros de los Comités ejecutivos —el de obreros y soldados y el de campesinos— languidecían entre dos sesiones igualmente estériles, llegó hasta ellos un rumor misterioso: acababa de descubrirse que Lenin estaba en relación con el Estado Mayor alemán; al día siguiente publicaría la prensa documentos reveladores. Los sombríos augures de la presidencia, al cruzar la sala para dirigirse a los pasillos, donde ni un instante cesan los conciliábulos, responden de mala gana y con evasivas a las preguntas, incluso a las que su misma gente les hace. En el palacio de Táurida, abandonado casi completamente ya por el público, reina el estupor. ¿Lenin al servicio del Estado Mayor alemán? La perplejidad, el asombro, el júbilo reúnen a los diputados en grupos animados. «Como es natural —advierte Sujánov, muy hostil a los bolcheviques en los días de julio—, ninguno de los hombres ligados realmente a la revolución duda lo más mínimo de que esos rumores son absurdos». Pero los hombres dotados de un pasado revolucionario constituían una minoría insignificante entre los miembros de los Comités ejecutivos. Los revolucionarios de marzo, elementos casuales arrastrados por la primera ola, predominaban hasta en los órganos soviéticos dirigentes. Muchos de los diputados provinciales, reclutados entre los escribientes, tenderos, etc., tenían un espíritu francamente reaccionario. Esta gente dio, sin tardar, rienda suelta a su satisfacción: ¡Eso ya lo tenían previsto ellos! ¡Era de esperar!

      Asustados por el sesgo inesperado y demasiado brusco que había tomado el caso, los jefes intentaron ganar tiempo. Chjeidze y Tsereteli telefonearon a las redacciones de los periódicos aconsejando se abstuvieran de hacer públicas las sensacionales revelaciones hasta que estuvieran plenamente comprobadas. Las redacciones no se atrevieron a negarse a hacer el «favor» que se les pedía desde el palacio de Táurida. Pero hubo una excepción. Un periodicucho amarillo, publicado por Suvorin, el gran editor del Novoye Vremia, sirvió a sus lectores, al día siguiente por la mañana, un documento que tenía todo el carácter de oficioso, en el cual se denunciaba que Lenin recibía dinero e instrucciones del gobierno alemán. La prohibición había sido quebrantada y la sensacional noticia llenaba, un día más tarde, las columnas de toda la prensa. Así se inició el episodio más inverosímil de ese año, rico en acontecimientos: los jefes del partido revolucionario, que durante décadas enteras habían luchado contra los señores coronados y no coronados, eran presentados al país y al mundo entero como agentes a sueldo de los Hohenzollern. La inaudita calumnia fue arrojada a las masas populares, cuya mayoría aplastante oía, por primera vez después de la Revolución de Febrero, los nombres de los caudillos bolcheviques. La calumnia se convertía en su factor político de primer orden. Esto hace necesario un estudio más atento de su mecánica.

      El sensacional documento tenía su origen en la declaración de un tal Yermolenko. He aquí, según los datos oficiales, quién era ese héroe: en el período comprendido entre la guerra con el Japón y el año 1913, estuvo al servicio del contraespionaje; en 1913, fue separado del ejército —en cuyas filas había llegado a tener el grado de alférez— por razones que se desconocen; en 1914, fue llamado a filas, hecho prisionero honrosamente y tuvo a su cargo la vigilancia policíaca de los prisioneros de guerra. Sin embargo, el régimen del campamento de concentración no era muy del gusto de este espía, y «a petición de los compañeros» —así lo declaró él mismo—, entró al servicio de los alemanes, con miras, ni que decir tiene, patrióticas. Abrióse con esto un nuevo capítulo en su vida. El 25 de abril, Yermolenko fue «trasladado» al frente ruso por las autoridades alemanas, con la misión de volar puentes, dedicarse al servicio de espionaje, luchar por la independencia de Ucrania y llevar a cabo una agitación en favor de la paz separada. Los capitanes alemanes Schiditski y Libers, contratados por Yermolenko para estos fines, le comunicaron, además, de pasada, sin ninguna necesidad práctica, únicamente para darle ánimos, por las trazas, que además de él trabajaría en el mismo sentido en Rusia... Lenin. Tal era la base de todo el asunto.

      ¿Qué es lo que inspiró a Yermolenko, o mejor dicho, quién le movió a hacer esta declaración acerca de Lenin? De cualquier modo, no fueron los oficiales alemanes. Un simple cotejo de datos y hechos nos conduce al laboratorio mental del alférez. El 4 de abril, hizo públicas Lenin sus famosas tesis, que implicaban la declaración de guerra al régimen de febrero. El 20-21 tuvo lugar la manifestación armada contra la continuación de la guerra. La campaña contra Lenin se desencadenó como un huracán. El 25, Yermolenko pasó al frente, y en la primera mitad de mayo se puso en contacto con el contraespionaje en el Cuartel General. Los ambiguos artículos periodísticos que hacían ver que la política de Lenin era

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