Historia de la Revolución Rusa Tomo II. Leon Trotsky

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Historia de la Revolución Rusa Tomo II - Leon  Trotsky

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la cobardía y de la abyección. Por su mediación, penetraban entre las tropas y se difundían rápidamente los rumores más fantásticos, en los cuales el ultrarrevolucionarismo se daba la mano con el reaccionarismo más oscurantista. En los momentos críticos, estos sujetos eran los primeros que daban la señal de pánico. La prensa había hablado repetidas veces de la labor desmoralizadora de policías y gendarmes. En los documentos secretos del propio ejército se alude a ello con no menos frecuencia. Pero el mando superior se hacía el sordo, y prefería identificar a los provocadores reaccionarios con los bolcheviques. Después del fracaso de la ofensiva, se legalizaba este procedimiento, y el periódico de los mencheviques hacía lo imposible por no quedarse atrás con respecto a las hojas chauvinistas más indecentes. Con sus vociferaciones sobre los «anarcobolcheviques», los agentes alemanes y los ex gendarmes, los patriotas ahogaron por algún tiempo la cuestión del estado general del Ejército y de la política de paz. «El profundo descalabro que hemos infligido al frente de Lenin —se jactaba abiertamente el príncipe Lvov— tiene, estoy firmemente convencido de ello, una importancia incomparablemente mayor para Rusia que un descalabro de los alemanes en el frente sudoccidental...». El honorable jefe del gobierno se parecía al chambelán Rodzianko en el sentido de que no sabía distinguir el momento en que era preciso callar.

      Si el 3 y el 4 de julio se hubiera conseguido evitar la manifestación, la acción habríase inevitablemente desarrollado como consecuencia del descalabro de Tarnopol. Sin embargo, este aplazamiento de algunos días habría determinado modificaciones importantes en la situación política. El movimiento hubiera tomado inmediatamente proporciones más vastas, extendiéndose no sólo a las provincias, sino también, en gran parte, al frente. El gobierno hubiera quedado al desnudo políticamente, y le habría sido infinitamente más difícil hacer recaer la culpa sobre los «traidores» del interior. La situación del partido bolchevique hubiera sido más ventajosa desde todos los puntos de vista. Sin embargo, aun en este caso, no se hubiera podido ir a la conquista inmediata del poder. Lo único que se puede afirmar sin vacilación es que si el movimiento se hubiera desencadenado una semana más tarde, la reacción no habría podido desenvolverse en julio de un modo tan victorioso. Era precisamente la «enigmática sucesión lógica» de las fechas de la manifestación y del descalabro en el frente lo que se volvía por completo contra los bolcheviques. La ola de indignación y de desesperación que llegaba del frente, choca con la ola de esperanzas frustradas que partía de Petrogrado. La lección recibida por las masas en la capital había sido demasiado dura para que se pudiera pensar en la reanudación inmediata de la lucha.

      Con todo ello, el sentimiento agudo provocado por la absurda derrota reclamaba una salida. Y los patriotas consiguieron hasta cierto punto dirigirlo contra los bolcheviques.

      En abril, en junio y en julio, los actores fundamentales del drama eran los mismos: los liberales, los conciliadores, los bolcheviques... En todas estas etapas, las masas tendían a arrojar a la burguesía del poder. Pero la diferencia en las consecuencias políticas de la intervención de las masas en los acontecimientos era inmensa. El resultado de las «jornadas de Abril» fue malo para la burguesía: la política anexionista fue condenada, al menos, verbalmente; el partido kadete fue humillado, se le quitó la cartera de Estado. En junio, el movimiento no condujo a nada: se amenazó a los bolcheviques, pero no se asestó el golpe decidido. En julio, el partido de los bolcheviques fue acusado de traición, destruido, privado del agua y el fuego. Si en abril, Miliukov tuvo que salir del gobierno, en julio, Lenin hubo de pasar a la clandestinidad.

      ¿Qué fue lo que determinó un cambio tan brusco en el transcurso de diez semanas? Es de una evidencia absoluta que en los círculos dirigentes se produjo un cambio serio en el sentido de la orientación hacia la burguesía liberal. Ahora bien, fue precisamente en este período de abril a julio cuando el estado de espíritu de las masas se modificó reciamente en favor de los bolcheviques. Estos dos procesos antagónicos se desarrollaron en una estrecha dependencia mutua. Cuando más íntimamente se unían los obreros y soldados alrededor de los bolcheviques, más decididamente tenían los conciliadores que apoyar a la burguesía. En abril, los jefes del Comité Ejecutivo, preocupados de conservar su influencia, podían aún dar un paso para ir al encuentro de las masas y arrojar por la borda a Miliukov, es verdad, provisto de un salvavidas sólido. En julio, los conciliadores, unidos a la burguesía y a la oficialidad, se dedicaron a atacar a los bolcheviques. Por consiguiente, en esa ocasión la modificación de la correlación de fuerzas fue determinada por el cambio de frente efectuado por la fuerza política menos consistente, la democracia pequeñoburguesa, gracias a su brusco viraje hacia la contrarrevolución burguesa.

      Pero si es así, ¿obraron acertadamente los bolcheviques al adherirse a la manifestación y tomar sobre sí la responsabilidad de la misma? El 3 de julio, Tomski comentaba del siguiente modo el pensamiento de Lenin: «En el momento actual, no se puede hablar de acción si no se desea una nueva revolución». ¿Cómo se explica, en este caso, que el partido, ya unas horas después, se pusiera al frente de la manifestación armada sin incitar por ello a una nueva revolución? El doctrinario verá en esto una inconsecuencia o algo peor aún: una prueba de ligereza política. Así enfoca la cosa, por ejemplo, Sujánov en sus Memorias, en las cuales dedica no pocas líneas irónicas a las vacilaciones de la dirección bolchevista. Pero las masas no intervienen en los acontecimientos por las órdenes doctrinarias que se les den desde arriba, sino cuando estas órdenes encajan en su propio desarrollo político. La dirección bolchevique comprendía que sólo una nueva revolución podía modificar la situación todavía. La dirección bolchevista veía claramente que era preciso dar a las reservas pesadas el tiempo necesario para sacar conclusiones de su acción aventurada. Pero los sectores avanzados sentían el impulso de lanzarse a la calle precisamente bajo la acción de dicha aventura. Al mismo tiempo, el profundo radicalismo de sus fines se combinaba en ellos con ilusiones respecto a los métodos. Las advertencias de los bolcheviques no surtían efecto alguno. Los obreros y soldados de Petrogrado podían sólo contrastar la situación con ayuda de la, propia experiencia. La manifestación armada sirvió de prueba. Pero ésta, contra la voluntad de las masas, podía convertirse en combate general, y por ello mismo, en combate decisivo. En esas circunstancias, el partido no se atrevió a quedarse al margen. Lavarse las manos en el agua de las reflexiones estratégicas hubiera equivalido a entregar a los obreros y soldados a merced de sus enemigos. El partido de las masas debía colocarse en el mismo terreno en que se colocaban las masas, para, sin compartir en lo más mínimo sus ilusiones, ayudarlas con el mínimo de pérdidas a asimilarse las conclusiones necesarias. Trotsky contestaba en la prensa a las críticas innumerables de aquellos días: «No juzgamos necesario justificarnos ante nadie de no haber permanecido al margen en actitud expectante, cediendo al general Polovtsiev la misión de “hablar” con los manifestantes; en todo caso, nuestra intervención no podía, en ningún modo, aumentar el número de víctimas ni convertir la manifestación armada caótica en insurrección política».

      En todas las antiguas revoluciones se halla el prototipo de las «jornadas de julio», por regla general, con un resultado distinto, desfavorable, muchas veces catastrófico. Esta etapa reside en la mecánica inferior de la revolución burguesa, por cuanto la clase que más se sacrifica por el éxito en esa última y más esperanzas cifra en ella, es la que menos obtiene de la misma. La regularidad del proceso es completamente clara. La clase poseedora que ha llegado al poder mediante una revolución se inclina a considerar que con ello la revolución ha cumplido ya su misión, y de lo que más se preocupa es de demostrar su buena fe a las fuerzas de la reacción. La burguesía «revolucionaria» provoca la indignación de las masas populares con las mismas medidas con cuya ayuda aspira a granjearse la buena disposición de las clases destronadas. El desengaño de las masas se produce muy pronto, antes aun de que la vanguardia de las mismas haya tenido tiempo de enfriarse de los combates revolucionarios. El pueblo cree que con un nuevo golpe puede completar o corregir los que ha hecho antes con insuficiente decisión. De aquí el impulso hacia una nueva revolución, sin preparación, sin programa, sin tener en cuenta las reservas, sin pensar en las consecuencias. De otra parte, el sector de la burguesía que ha llegado al poder, parece no esperar más que el impetuoso impulso de abajo para intentar acabar con el pueblo. Tal es la base social y psicológica de esa semirrevolución

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