¿Existen alternativas a la racionalidad capitalista?. Crisóstomo Pizarro Contador
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“Mi paradójica conclusión: al capitalismo
lo están matando sus propias realizaciones”
En Capitalismo, socialismo y democracia (1942), Schumpeter expuso lo que él llamaba su “paradójica conclusión”, en el sentido de que el capitalismo caería como sistema histórico debido a “sus propias realizaciones”. Esta conclusión fue elaborada explícitamente como una alternativa a lo que definió como la errada tesis de Marx y otras líneas más populares35.
El progreso de la economía capitalista era evidente, a pesar de las pérdidas conocidas durante los períodos de depresión. Este progreso, consistente en una “destrucción creativa”, era en verdad una “historia de revoluciones”36.
Además, debido a las pocas evidencias que pudo advertir en el aumento de la desigualdad, también albergaba la esperanza de que el aumento de los ingresos medios terminara erradicando la pobreza37.
El progreso económico se sustentaba en motivos de insuperable simplicidad y vigor y daba rienda suelta, con una rapidez inexorable, a las promesas de riqueza y a las amenazas de ruina con que sancionaba el comportamiento económico38. Sin embargo, esta misma fuerza motivacional crearía las condiciones para destruir sus “pilares extracapitalistas”, esto es, las instituciones remanentes del feudalismo que ofrecían alguna protección a sus distintos actores, como la hacienda, la aldea y los gremios artesanales39.
También destruiría las instituciones económicas del pequeño productor y del pequeño comerciante, a pesar de que todas ellas formaban una parte importante del inicio de su propio “edificio”40.
Todas las instituciones anteriores representaban cadenas que no solamente entorpecían, sino que también protegían41, y su destrucción dio nacimiento a una concentración progresiva de la riqueza y el poder42.
Además de la destrucción de las instituciones de protección social, Schumpeter también sostenía que la automatización impulsada por la misma empresa capitalista la haría superflua y saltaría en pedazos bajo la presión de su propio éxito43; y decía que para aceptar el derrumbamiento del capitalismo no era necesario ser socialista, porque la prognosis no implicaba nada acerca de la deseabilidad del curso de los acontecimientos que se predecían. Si un médico predice que su paciente morirá en breve, no quiere decir que lo desee44.
En resumen, el progreso económico capitalista no sólo destruyó su propia armazón institucional, sino que también crearía las condiciones para otra evolución, “una civilización socialista”45.
Stiglitz, discordando de la apreciación de Schumpeter, dice que la nueva amenaza del capitalismo no proviene del socialismo, ya fracasado como alternativa en la forma como lo hemos conocido. La cuestión hoy es cómo salvarlo de los propios capitalistas que, mediante el “asistencialismo corporativo”, han sabido emplear el poder del Estado para proteger a los ricos y poderosos en lugar de los más desfavorecidos. En este sentido, han sido más estatistas que los propios socialistas. Como ya se anticipó, contrariamente a este hecho, los ingresos medios de los trabajadores hombres entre los 30 y 39 años son hoy muy inferiores a los que existían hace tres décadas. Con esta constatación, Stiglitz pone en cuestión el optimismo de Schumpeter sobre el progreso económico del capitalismo46.
Karl Polanyi. El mercado autorregulado
y las mercancías ficticias
Un punto de vista similar al sostenido por Schumpeter, en cuanto a los efectos del progreso económico capitalista en la destrucción de las instituciones de protección social, fue elaborado por Karl Polanyi en 1944, en su crítica a la mercantilización del trabajo humano. Puesto que el ser humano no ha sido generado como una mercancía para ser vendido en el mercado, esto no sería más que una ficción creada por el capitalismo, pero inevitable para poder disponer libremente de la “entidad física, sicológica y moral de los trabajadores”, hasta llegar a convertir completamente a la propia sociedad en un simple “apéndice” del sistema económico47.
Lo mismo pensaba Max Weber mucho antes, cuando sostenía que si el mercado era abandonado a su propia legalidad, no reparaba más que en la cosa, no en la persona, no reconocería ninguna obligación de fraternidad ni de piedad existente en las comunidades de carácter personal. Todas ellas serían obstáculos para su libre desarrollo48. Weber era muy pesimista acerca de las potencialidades de la razón para reducir los efectos negativos de la modernización capitalista, los cuales se traducirían en una pérdida de sentido y libertad conducentes a un verdadero encierro en una jaula de hierro en la cual dominarían “los sensualistas sin espíritu y los especialistas sin corazón”49.
A la transformación del trabajo humano en mercancía, Polanyi sumó la tierra y el dinero. Todos debían ser transformados necesariamente en mercancía, definida empíricamente como todo objeto producido para la venta en el mercado. Los mercados son también empíricamente definidos como contactos efectivos entre compradores y vendedores. Sólo cuando todos los elementos de la economía son concebidos como productos para la venta, pueden ser sometidos al mecanismo de la oferta y la demanda en interacción con los precios. De esta manera, deben existir mercados para todos los elementos de la industria, organizados en un grupo de oferta y en un grupo de demanda. El precio que esos elementos tienen actúa recíprocamente sobre dicha oferta y demanda. “Esos mercados son muy numerosos y están en comunicación recíproca, formando un gran mercado único […], incluir el trabajo y la tierra entre los mecanismos del mercado supone subordinar a las leyes del mercado la sustancia misma de la sociedad”50.
La tierra, que es la misma naturaleza, tampoco ha sido creada por el hombre para ser vendida en el mercado. Esta ficción traerá consigo un verdadero saqueo, la contaminación de los ríos y la destrucción de la capacidad para producir alimentos y materias primas. La administración del poder adquisitivo por el mercado sometería a las empresas a liquidaciones periódicas, ya que la alternancia de la penuria y de la superabundancia sería tan desastrosa para el comercio como lo fueron las inundaciones y los períodos de sequía para la sociedad primitiva51.
La autorregulación de los mercados del trabajo humano, la naturaleza y el poder de compra de las personas “conduce necesariamente a la destrucción de la sociedad”52. La autorregulación prohíbe cualquier disposición o comportamiento que pueda obstaculizar el funcionamiento efectivo del mecanismo del mercado construido sobre la ficción de la mercancía”53.
“Desprovistos de la protectora cobertura de las instituciones culturales, los seres humanos perecerían al ser abandonados en la sociedad: morirían convirtiéndose en víctimas de una desorganización social aguda, serían eliminados por el vicio, la perversión, el crimen y la inanición”54.
En el prólogo de La gran transformación de Polanyi, Emmanuel Rodríguez e Isidro López dicen que las ideas políticas de Polanyi pueden considerarse dentro del marco del socialismo cristiano, debido a la importancia que concede a la idea de individuo, a la igualdad que debería existir entre ellos y al desarrollo de relaciones comunitarias. Polanyi también identificó al movimiento obrero como el motor del principio de protección social, de defensa de la sociedad respecto al mercado y negó el carácter positivo de la lucha de clases. La utopía del mercado autorregulado y la dislocación que le acompaña —la sociedad de clases— son, a la postre, la negación ideológica y práctica de todo ideal de comunidad55.
Basados en el legado intelectual de Schumpeter y Polanyi, los cultores de la macrosociología histórica proponen una restructuración de la economía-mundo postcapitalista organizada de acuerdo a diferentes principios. Debería darse prioridad a un sector de utilidad pública en la reproducción social de las personas y prioridad a un sector mercantil en la provisión de otros bienes y servicios