La visión teológica de Óscar Romero. Edgardo Antonio Colón Emeric
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La homilía facilita un encuentro con Cristo desde las escrituras. “Toda la Biblia y toda la predicación es en torno del gran misterio salvador de Cristo, que culminó en su muerte y su resurrección” (Homilías, 6:224; 27/1/1980). El leccionario es una forma ordenada de guiar a la Iglesia hacia este misterio. No garantiza una buena predicación, pero ayuda a los predicadores a escuchar lo que el Espíritu le está diciendo a la iglesia universal al reunirse en un lugar particular. El encuentro con Jesús facilitado por la predicación no es un fin en sí mismo. “Lo principal no es la predicación, esto no es más que el camino; lo principal es el momento en que adoramos a Cristo y nuestra fe se entrega a él, iluminados con esa palabra; y, desde allí, vamos a salir al mundo a realizar esa palabra” (Homilías, 6:225).
Segundo, la iglesia es la prolongación viva del sermón de Jesús. De la cristología de la predicación, Romero pasa a ofrecer una eclesiología homilética. “En primer lugar, la verdad de la Iglesia depende de la verdad de Cristo” (Homilías, 6:228). El sermón es más (aunque no menos) que una palabra humana. Esto es lo que hace un sermón: “decir que la palabra de Dios no es lectura de tiempos pasados, sino palabra viva, espíritu, que hoy se está cumpliendo aquí” (Homilías, 6:224). La iglesia puede decir: “El Espíritu del Señor está sobre mí” porque es el micrófono de Cristo. Puede decir: “Esto se cumple aquí hoy” todo el tiempo, incluso el domingo 27 de enero de 1980, en la Basílica del Sagrado Corazón, a las 8:00 a.m. La situación en este momento puede ser de crisis nacional; la catedral ahora está ocupada por guerrilleros marxistas, y las estaciones de radio de la iglesia están siendo bombardeadas por las fuerzas de seguridad del gobierno, pero aun así es el día de la salvación. Una y otra vez, el pastor le recuerda a su rebaño que “ Aquí está presente la palabra de Dios, la Iglesia son ustedes, soy yo, somos la continuación de la homilía viva que es Cristo nuestro Señor” (Homilías, 6:226). La iglesia es tanto el quién como el qué de la predicación. “La iglesia”, anuncia Romero, “es la prolongación de la homilía que Cristo inició allá en Nazaret” (Homilías, 6:226; 27/1/1980).
El micrófono de Cristo que es la iglesia es un micrófono compartido. La predicación es un acto comunitario. Romero reflexiona sobre cómo se compuso cada uno de los cuatro evangelios para y en comunidad. Puede imaginar a Lucas, un discípulo que nunca conoció a Cristo, convenciéndose de la fidelidad del testigo que le narró los hechos de Jesús. Las historias de las fuentes de Lucas se convirtieron en los ladrillos para el relato ordenado del evangelista. Los evangelios no están concebidos por la imaginación inspirada de escritores brillantes, sino en el corazón de las congregaciones. Nadie debe asombrarse por las diferencias entre los diversos relatos del evangelio. Las particularidades del Evangelio de Lucas, la forma en que resalta la misericordia y el perdón de Dios, el amor de Dios por los pobres y su llamado a la abnegación; la centralidad de la oración y el Espíritu Santo en la vida de Jesús y sus seguidores, no son motivo de escepticismo respecto a su autenticidad. Los evangelios no son biografías personales; son sermones comunitarios y, como tales, profundamente contextuales.
Tercero, los efectos de la predicación son varios: algunos aceptan a Cristo y otros lo rechazan. Como micrófono de Cristo, la Iglesia predica las buenas nuevas a todos, pero especialmente a aquellos que solo escuchan malas noticias, los pobres. La predicación está prioritariamente dirigida a los pobres; esto es lo que el Consejo Episcopal Latinoamericano refiere como la opción preferencial para los pobres.132 Las raíces de esta postura son más profundas que los concilios eclesiales, la tradición de la enseñanza social católica, o incluso más profunda que el Evangelio de Lucas. Estas raíces crecen desde la tierra misma de la fe de Israel, cuyo pueblo aprendió a través de una experiencia difícil a esperar el año del favor del Señor, el año del jubileo. El Salvador también espera el favor del Señor, no solo en términos de perdón de la deuda sino en términos de una reestructuración social que es la consecuencia de la declaración del Señor de las buenas nuevas: nuevas sociedades, nuevos tiempos. En este sentido, Romero se dirige a las esperanzas de los jóvenes en particular. Romero admira su sensibilidad social y política, pero le preocupa que muchos de ellos estén buscando la liberación por caminos falsos.133 Sólo en Cristo se puede encontrar la verdadera libertad y la justicia. Su enfoque en los jóvenes parece sorprendernos, hasta que recordamos que los obispos que se reunieron en Puebla vincularon la opción preferencial por los pobres a una opción preferencial para los jóvenes.134
La prioridad homilética no es exclusiva de los pobres y los jóvenes. El evangelio ofrece buenas noticias a todos. El arzobispo aclara este último punto al pasar de la lección del evangelio a la primera lección del Antiguo Testamento, que proviene Nehemías 8. En esta lección el pueblo de El Salvador aprende que a la lectura de la ley hecha por Esdras el pueblo de Israel respondió con un cordial amén. Según Romero, esto es lo que todo predicador quiere escuchar. Cada sermón tiene como objetivo obtener un amén de la congregación.
Sin embargo, se trata de alcanzar este objetivo mientras se abandonan las aspiraciones retóricas. El sermón no es una obra de arte de oratoria, sino un vehículo para unir a la gente y a Dios. Un predicador empapado en el Espíritu anuncia el amor de Dios, y el pueblo de Dios, también empapado en el Espíritu, responde con un amén de arrepentimiento, un amén de acción de gracias, un amén por estar maravillado, un amén de compasión.
El amén al sermón no es la respuesta congregacional completa. Romero les recuerda a sus oyentes que después de que la gente escuchó la lectura de la Ley, los sacerdotes les dieron instrucciones: “… comed alimentos grasos, bebed vino dulce y enviad porciones a los que no tienen nada preparado; porque este es día consagrado a nuestro Señor” (Nehemías 8, 10). Este es el tipo de amen que Romero desea escuchar de la gente de El Salvador. ¡Qué hermoso será el día en que una sociedad nueva, en vez de almacenar y guardar egoístamente, se reparta, se comparta y se divida, y se alegren todos porque todos nos sentimos hijos del mismo Dios! ¡Qué otra cosa quiere la palabra de Dios, en este ambiente salvadoreño, sino la conversión de todos para que nos sintamos hermanos! (Homilías 6:235; 27/1/1980). Sin embargo, Romero tiene la experiencia suficiente para saber que este deseo no siempre se cumple. La gente de Nazaret se regocijó cuando escuchaban a Jesús predicar hasta que comenzó a denunciar su incredulidad y falsa piedad. En ese momento, el ambiente de la congregación se volvió amargo y hostil. “¡La suerte de los profetas!”, afirma Romero, “siempre tendrán que decir cosas buenas y, por la felicidad del pueblo, señalarle también sus pecados para que se conviertan; y los que son humildes le atienden y se salvan; pero los que no, se obstinan y se pierden” (Homilías 6:235).
En este punto, uno podría esperar que Romero concluya el sermón. Ha cumplido su promesa de ofrecer una breve catequesis sobre la predicación. Ha estado predicando cerca de cuarenta y cinco minutos, y sin embargo, Romero va por la mitad. “Ahora es la hora de ver, pues, si nuestra Iglesia de la arquidiócesis, si nuestras comunidades y nuestro trabajo eclesial es verdaderamente como un micrófono de Dios” (Homilías 6:236). El arzobispo dirige su atención a dos tareas. Primero, examina la vida de la iglesia en El Salvador durante la semana anterior. Luego, considera la situación