La visión teológica de Óscar Romero. Edgardo Antonio Colón Emeric
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En la capilla de la Universidad Centroamericana en San Salvador hay una colección de estaciones de la cruz cuyas imágenes de cuerpos rotos y desnudos muestran la consecuencia final de la pobreza, a saber, la muerte. Esta introducción a la conexión entre la pobreza y la muerte conduce a un examen del lugar de los pobres en el pensamiento de la iglesia. Desde el Concilio Vaticano II a Medellín y Puebla, se puede trazar una trayectoria teológica distintiva y expresarse de manera concisa como “la opción preferencial por los pobres”. Los pobres son un signo de los tiempos, un imperativo misionológico y un criterio eclesiológico. Con la iglesia de los pobres, la pobreza se convierte en un lugar teológico. Romero aborda la cuestión de los pobres con estas enseñanzas en mente, pero con su propia perspectiva, una perspectiva resumida en su lema episcopal sentir con la iglesia. Consideraremos los orígenes de este lema de Ignacio de Loyola antes de examinar el ressourcement que Romero hace desde los márgenes de esta tradición al estudiar su experiencia con los ejercicios ignacianos. Cada año de su arzobispado Romero publicó una carta pastoral sobre la Fiesta de la Transfiguración.
Un estudio de estas cartas de transfiguración de los años 1977, 1978 y 1979 revela la adaptación de Romero del lema ignaciano. Sentir con la iglesia significa sentir con la jerarquía y mantenerse en unión a la iglesia de las bienaventuranzas y la iglesia de los sacramentos. Sentir con la iglesia significa sentirse con el creyente de la iglesia en El Salvador. Esto significa adoptar un monoteísmo cristiano radical que lucha contra todo tipo de ídolos (seguridad nacional, ganancias, sensualidad). En esta lucha, Romero encuentra aliados entre las iglesias protestantes históricas y enemigos dentro de la propia Iglesia Católica. Más que nada, sentir con la iglesia significa sentir con los pobres. La vida y la misión de la iglesia deben orientarse hacia la vida de los pobres. De hecho, la iglesia está llamada a ser la iglesia de los pobres. Para Romero, el ejemplo paradigmático de esto es María. En el Magníficat de María, la verdadera felicidad y la justicia se combinan. Cuando los pobres se vuelven marianos, se convierten en sacramentos de esperanza.
En el último capítulo de este trabajo pasamos a la escatología. El capítulo 6 titulado “La visión de Dios”, comienza con la visita de Romero al monte Tabor en 1956. Desde esta montaña, Romero dijo ver la historia de la salvación desplegada ante sus ojos, pero fue una visión limitada porque solo a la luz de la gloria la visión es completa. Vuelvo en este capítulo a la versión de Romero del aforismo de Ireneo, Gloria Dei, vivens homo. El primer texto sustantivo de Romero que se tratará en este capítulo es su discurso en Lovaina el 2 de febrero de 1980. Fue para esa ocasión que consideró y reescribió a Ireneo. Para Ireneo de Lyon, el dicho era un contraste ante las herejías del gnosticismo y el docetismo. Para Romero de El Salvador, el dictamen surgió como una defensa de una humanidad amenazada no solo por el secularismo ateo sino por la barbarie económica. Gloria Dei, vivens pauper establece no solo las condiciones mínimas para la justicia y la vida, sino que orienta a toda la humanidad hacia su objetivo: ver a Dios a la luz de la gloria. El estudio de este texto nos permitirá ver aspectos de la visión teológica de Romero que de otra manera serían fácilmente pasados por alto: su descripción de la divinización, su estética teológica y su comprensión ireneana del martirio. El estudio de estos temas arroja dudas sobre la autenticidad del famoso dicho atribuido a Romero “Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”. No solo esta declaración es sospechosa debido a su dudosa procedencia, sino que la visión de la escatología de Romero no la respaldaría. La parte final del capítulo está dedicada al estudio de la homilía final de Romero predicada el 24 de marzo de 1980, el primer aniversario de la muerte de Sara Meardi de Pinto. En esta homilía, Romero habla del grano de trigo que cae al suelo y conecta este dicho de Jesús con la muerte de la señora. A partir de esa vinculación Romero ofrece una teología de la esperanza. Esta teología distingue sin separarlos el progreso temporal y la venida del reino y une el trabajo terrenal con la recompensa escatológica.
La visión vista en este punto confirma el ressourcement de Ireneo que Romero hace desde San Salvador. Paradójicamente los mártires son la personificación del ser humano plenamente vivo. Aquí radica el escándalo más profundo de la transfiguración. En la visión teológica de Romero los mártires son provocadores proféticos; ellos ven al Dios que se hace pobre y al hacerlo se vuelve verdaderamente vivo.
Capítulo 2
Micrófonos de Cristo
En el monte de la transfiguración, la voz del Padre emite un imperativo a los discípulos: ¡Escúchenlo! Escuchar a Cristo en su gloria y en su humildad no es una opción sino un mandato que incluye una promesa implícita. Si los discípulos lo escuchan, disfrutarán de la comunión con el Padre y el Espíritu. El plan para la Catedral de San Salvador requería esculpir en piedra la versión latina del mandato del Padre: Ipsum audite.95 La transfiguración de Cristo es un misterio de luz y palabra. No fue un evento pasajero, una experiencia más en la cima de una montaña, sino una invitación a ver, escuchar y ser transfigurado.
Cuando uno lee los relatos de la transfiguración en el Evangelio, es fácil coincidir con Pedro y no saber qué decir. El evento está envuelto en el misterioso lenguaje de las epifanías del Antiguo Testamento: nubes, noche, luz deslumbrante, seres angelicales. La estimulación óptica puede abrumar la entrada por otros canales sensoriales y reducir nuestra mente a las dimensiones auditivas del evento: la voz del Padre. El Padre revela al Hijo a sus discípulos y les ordena que lo escuchen. En el monte Tabor se afirma la capacidad del ser humano para ver y escuchar la revelación de Dios en Cristo. La celebración de este evento como una fiesta de la iglesia se convierte a su vez en una celebración de los orígenes divinos del mensaje cristiano. En las palabras de uno de sus primeros testigos: “… hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día amanezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones” (2 Pe 1, 19). El monte Tabor no es solo el escenario para una gloriosa teofanía, sino también el púlpito para la predicación de una Palabra luminosa.
En este capítulo consideraremos la teología y la práctica de la predicación de Óscar Romero. Como vimos en el capítulo anterior, así como la mayoría de los padres de la iglesia, Romero fue ante todo un pastor. Sus homilías son sus principales textos teológicos, por lo que vislumbrar su visión teológica requiere prestar atención a su predicación.96 Si estas consideraciones parecen pertenecer más a un libro sobre homilética que a uno de teología, eso puede ser un síntoma de un problema para el cual Romero es una respuesta: nos referimos al cautiverio académico de gran parte de la teología moderna. El hecho de que la teología de Romero se deba extraer principalmente de sermones en lugar de trabajos sistemáticos nos debe hacer recordar que la homilía ha sido uno de los principales portadores de la reflexión teológica a lo largo de la historia. Al escuchar estos sermones, uno puede escuchar el corazón de la fe de Romero y también de las personas que lo escucharon por primera vez.
El capítulo está estructurado de la siguiente manera. Primero, ofreceré un bosquejo general de Romero como predicador, describiéndolo en el contexto de la predicación en América. La Palabra luminosa tuvo un viaje difícil desde Tabor hacia América. Algunos predicadores, de hecho, estuvieron atentos a la luz del evangelio “como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro”. Otros fueron atraídos por los fuegos fatuos de la plata y el oro. Es desde el claroscuro de la historia de la iglesia en América que Romero entra al púlpito. La segunda parte del capítulo está dedicada al examen de una homilía predicada el 27 de enero de 1980, titulada “La homilía, actualización de la Palabra de Dios”. En este sermón, Romero nos guía en una catequesis mistagógica de la predicación y nos ayuda a ver que el predicador es el micrófono de Cristo, que es el micrófono de Dios. Como veremos, este micrófono debe usarse para dar voz a los que no tienen voz, lo que plantea una pregunta que se abordará en la tercera parte del capítulo. ¿Puede alguien ser la voz de los que no tienen voz sin ser parte del problema? La teología y la práctica