La cuestión del sujeto político decolonial en el Ecuador de la Revolución Ciudadana. Giacomo Finzi

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La cuestión del sujeto político decolonial en el Ecuador de la Revolución Ciudadana - Giacomo Finzi

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representó un importante viraje para Pachakutik y tuvo implicaciones sobre su devenir político. Se produjo un distanciamiento entre estas dos corrientes, ya que la primera, de alguna manera, llevaba a un camino hacia la institucionalización y la formalización de esta, mientras que la segunda, reconociendo en la profundización de la crisis (económica, social e institucional) una situación prerrevolucionaria, conciliaba la vía insurreccional con la vía político-electoral. En ese entonces, entre 1998 y 1999, durante la presidencia de Jamil Mahuad, se producen varios levantamientos y, paralelamente, algunos sectores de la Conaie empiezan a tomar contactos con las jerarquías militares (Napoleón Saltos, entrevista con el autor, 19 de julio de 2017).

      Contemporáneamente se afirmó un movimiento ciudadano21, prevalentemente constituido por sectores medios urbanos, que por los efectos perversos de las medidas neoliberales vinieron politizándose, demandando una reforma política del Estado. Las clases medias urbanas también habían sido víctimas de la crisis de 1999-2000 y eso contribuyó a la creciente deslegitimación del neoliberalismo en el Ecuador.

      Desde una perspectiva gramsciana, frente a la crisis hegemónica y a la creciente inestabilidad política, económica y social que se profundizó en el Ecuador a partir de la década de los 90, este periodo pudo haber significado el intento de articular un nuevo bloque histórico encaminado en proyectarse como alternativa contrahegemónica de poder.

      1.4. Hacia la refundación del Estado: ¿revolución pasiva, hegemonía al revés o una nueva contrahegemonía?

      Como señalamos en el párrafo anterior, la implementación de las políticas neoliberales ha tenido un impacto y un costo social muy altos. Ello ha significado el fortalecimiento de las formas de disidencia. La oposición a la hegemonía neoliberal se ha caracterizado, sobre todo, por la movilización social y el rol de resistencia de los movimientos políticos y sociales que en el Ecuador ha tomado formas similares a las de otros procesos políticos latinoamericanos. Sin embargo, su experiencia se puede distinguir por la radicalidad de las expresiones de lucha social, que tuvo su máxima expresión en los levantamientos, como se analizó en los párrafos precedentes.

      Las protestas sociales, después de haberse presentado bajo la forma de revueltas callejeras, sucesivamente y en una segunda etapa, se han convertido en propuestas alternativas, demostrando el surgimiento de un significativo capital político, como se desarrollará en los siguientes párrafos. . Sin embargo, estas demandas ciudadanas, forjadas en la praxis, han sido canalizadas en primer lugar por los partidos políticos y, en un segundo momento, traducidas en programas electorales para el triunfo de los gobiernos progresistas y, sucesivamente, desprestigiadas y rechazadas.

      Por lo tanto, es necesario el estudio y la composición de una nueva teorización del Estado, con el objeto de que incluya la presencia y la acción de los movimientos sociales como importante motor de la transformación social, más allá de los gobiernos. Esta vinculación no debe mantenerse solamente a un nivel discursivo o puramente electoral, sino que tiene que traducirse en un plan de acción que sepa desarrollar una sinergia entre actores diferentes con un objetivo común: la disputa por conseguir de los subalternos una autonomía integral, en su devenir progresivo.

      En este orden de ideas, como se caracterizó en el párrafo anterior, en la configuración de una estrategia dual en el movimiento indígena, básicamente en la Conaie y en la CMS (y aquí se tratará de considerar las diferencias entre los dos movimientos, lo cual incidió en la sucesiva división dentro de Pachakutik), al lado de la estrategia insurreccional surgió una apuesta política institucional y una aspiración a la toma del poder. El ejemplo paradigmático fue la alianza táctica de la Conaie y el proyecto de Lucio Gutiérrez, que representó la culminación de su momento institucional.

      Para entender cómo se construyó y cómo se constituyó esta alianza (breve y contradictoria) entre la Conaie y la propuesta política de Lucio Gutiérrez, es necesario recordar la experiencia del levantamiento del 21 de enero de 2000 contra Mahuad. En aquellos años, la movilización de los pueblos indígenas, bajo la coordinación de la Conaie y de la CMS, parecía haber logrado construir un discurso y una práctica contrahegemónica; tanto, que muchos analistas veían con mucha posibilidad que surgiera un gobierno popular, expresión de los de abajo.

      Parecía haberse conformado un nuevo bloque histórico destinado a emerger como fuerza real en grado de proponerse como alternativa. Su expresión de mayor radicalidad fue la institución de la comuna, el 11 de enero de 2000, que logró la construcción de un poder paralelo. La experiencia de la comuna surgía desde el aprendizaje tras

      la experiencia del 5 y 6 de febrero del 97 en la caída de Bucaram: no volver al desenlace parlamentario pues el funcionamiento del sistema garantiza un recambio de nombres, sin modificar el modelo; el objetivo de la estrategia insurreccional es crear un espacio diferente de decisión, un poder que sustituya no solamente al presidente, sino también al Congreso. (Saltos, 2005, p. 207)

      También era el aprendizaje desde la experiencia de los levantamientos de la década de los 90: no era suficiente derrocar a un gobierno o provocar la caída de un presidente, sino que resultaba necesario construir una forma de poder alternativa, desde abajo y a la izquierda.

      En este momento se instituyó el Parlamento de los Pueblos, cuyo objetivo era consolidar un poder contrahegemónico desde abajo, que pudiese prepararse para la conducción política del país (Saltos, 2005, p. 206). Según uno de sus voceros, la comuna representó el punto más alto alcanzado por el movimiento social e indígena que habría tenido que abrir el camino para un proceso de mayor envergadura y radicalidad, en grado de inaugurar la transformación que los movimientos sociales apelaban en la práctica de los levantamientos; pero, paradójicamente, representó también el comienzo de un cierto declive tanto del movimiento indígena como de la CMS (Napoleón Saltos, entrevista con el autor, 19 de julio de 2017). Inclusive, la institución de la comuna representó un punto de quiebre de mayor fuerza para un levantamiento.

      Igualmente, la insurrección representó una paralización del mundo urbano y, mediante los bloqueos, de los territorios rurales e indígenas. En ese momento parecía que en el Ecuador estuviera surgiendo un nuevo proceso político, que estuviera apareciendo un nuevo Chávez, por la presencia de un militar que otorgaba el respaldo a la insurrección popular. Por eso, frente a la toma del poder por parte de Gutiérrez y a la declaración de un triunvirato (Gutiérrez + presidente de la Conaie + representante de la Corte Suprema), el nuevo gobierno no tuvo el respaldo internacional esperado. Después de la insurrección, con apoyo de algunos mandos medios del ejército, vino el contragolpe desde las cúpulas de las Fuerzas Armadas y el poder establecido, que inició una política de enjuiciamiento y encarcelamiento de algunos de los responsables del putsch. El mismo Gutiérrez fue arrestado por 120 días.

      Haciendo un balance de la mencionada insurrección, hay diferentes interpretaciones sobre lo ocurrido, las fallas del movimiento insurreccional y la capacidad del sistema institucional y de poder en la recomposición del orden constitucional instituido. Según Napoleón Saltos, “la insurrección logró quebrar a los sectores de las Fuerzas Armadas y logró quebrar al sistema de partidos políticos tradicionales, pero subvaloró el poder de los mass media22 y el poder del imperio” (Napoleón Saltos, entrevista con el autor,

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