Correr al máximo nivel. Arthur Lydiard
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Una corredora en Nueva Zelanda me dijo que cada vez que su médico le tomaba el pulso lo tenía mucho más alto de lo que ella pensaba. Se lo tomé y no lo tenía alto. Entonces recordé que el médico al que se refería era un chico joven y atractivo. Aquí estaba la diferencia.
Todos los deportistas necesitan resistencia física, lo que significa un nivel de absorción lo más alto posible, una buena resistencia muscular y la capacidad de mantener la contracción muscular de modo consistente. Cuando estos músculos están inactivos, el rendimiento disminuye. Por ejemplo, hay pocos corredores que puedan mantener las rodillas levantadas durante una carrera porque les falta la resistencia muscular, que proviene de lechos capilares bien desarrollados en los músculos de la parte superior de la pierna. Cuando las rodillas bajan, la longitud de la zancada disminuye y la velocidad de las piernas también. Éste fue el factor que López demostró tan bien: mantuvo las rodillas levantadas todo el tiempo hasta la meta.
Esto se aplica a cualquier deporte. Cuando el piragüista olímpico Ian Ferguson acudió a mí en 1983 y me pidió que observara su programa de entrenamiento porque no le funcionaba tan bien como debía, me di cuenta de que era un hombre corpulento con una musculatura grande y potente —desarrollada en parte en las altas olas de Nueva Zelanda como socorrista—, pero sin resistencia. Le establecí un programa que requería practicar largas distancias de remo aeróbico con regularidad.
Cuando participó en el siguiente campeonato mundial contra los alemanes del este, a quienes nadie había superado, ganó el título mundial. Sabía más de remo que yo, pero yo sabía más sobre cómo entrenarse.
Después de que Ferguson volviera a Nueva Zelanda, los siete mejores piragüistas que teníamos allí siguieron las pautas de un programa de entrenamiento que les había elaborado yo. Fueron a los Juegos de 1984 y ganaron siete medallas de oro entre todos. Ahora su técnica tenía una sólida base aeróbica y podían salir cada día para prepararse para las eliminatorias y las semifinales, remar al máximo y recuperarse rápidamente y a tiempo para la siguiente carrera. El programa era perfecto en el sentido de que planificamos las partes aeróbicas y anaeróbicas en el tiempo adecuado. Cada elemento fue coordinado y planificado para que estuvieran en una excelente forma física el día de la competición.
Hice lo mismo en San Antonio, Texas, con Greg Lousey. A sus 32 años, Lousey era el campeón de vallas de Estados Unidos, pero le habían dicho que era demasiado mayor para ir a los Juegos de Los Ángeles y que no le escogerían. Era un hombre corpulento. Cada semana salió a correr 160 km según mi programa, montó a caballo, corrió campo a través, hizo natación, tiro y vallas. No sólo consiguió entrar en el equipo sino que ganó una medalla de plata en el pentatlón.
El Dr. Uhlenbruck, de la Sports School de Alemania Oriental, hizo un estudio sobre los corredores de ultramaratón, personas de todas las edades que podían correr 50, 60 y 150 km cada día. Max Telford, de Nueva Zelanda, corrió tranquilamente 380 km sin parar. Siegfried Bauer, un emigrante alemán que luego vivió en Nueva Zelanda, nunca se ponía sus zapatillas si no era para ir a correr de 60 a 160 km. El Dr. Uhlenbruck llegó a la conclusión de que si se utilizan grupos de músculos regularmente durante largos periodos de tiempo, incluso en los niveles bajos que adoptan algunos ultracorredores al entrenarse, se desarrollarán rápidamente los lechos capilares inactivos y también se formarán otros, igual que las mitocondrias, que probablemente no desaparecerán. Esto, dijo, era sin duda el secreto de la resistencia muscular.
Si un boxeador golpea un saco con fuerza sin cesar durante dos horas —sin rapidez, pero con suficiente velocidad para que la sangre vaya fluyendo por los músculos a un ritmo elevado— desarrollará la resistencia muscular que le permitirá golpear con fuerza y rapidez durante un combate de 15 asaltos.
Lionel Spinks, que ganó el campeonato del mundo de pesos pesados, se entrenó con una grabación que hice para el preparador y fisiólogo que controlaba su entrenamiento. Este programa requería que golpeara el saco durante periodos de tiempo largos y constantes. Cuando subió al ring, todavía podía golpear mientras que sus contrincantes estaban cansados, hasta el punto de que no sólo no podían enfrentarse a su habilidad pugilística, sino que no podían escaparse de sus continuos golpes.
Por supuesto, cuando compitió con Tyson le fue imposible lanzar un golpe. Pero lo importante estaba hecho: ganó sus otros combates descargando golpes continuadamente, porque sus brazos, entrenados para tener resistencia y con unos lechos capilares muy desarrollados, no se cansaban.
En cualquier evento, la fisiología y los mecanismos no cambian. Las reglas básicas hay que seguirlas.
En Nueva Zelanda, hemos visto las consecuencias de esto en un partido de rugby, nuestro deporte nacional. Hace años, en una conferencia en Hawke’s Bay, al flanker Kel Tremain, que estaba entre el público, le animaron para que corriera 160 km en una semana para ver qué pasaba. Vio que era demasiado para él, de modo que perfeccionamos un programa para que corriera una hora cada mañana como parte de su preparación. En consecuencia, no sólo mejoró su resistencia, sino que entró en los All Blacks, la selección nacional de Nueva Zelanda, porque, al final de un juego, corría con tanta rapidez como al principio. Era el que más ensayos anotaba.
Des Christian, un amigo mío que formó parte de los All Blacks hace bastantes años, una vez me dijo: «Arthur, tanto correr no es bueno para un All Black. El rugby es sprint, sprint, sprint».
Intenté hacerle entender que estaba equivocado y le pregunté cuántas veces podía hacer un sprint tan largo como un campo de fútbol. Me dijo que diez. Yo dudaba de que pudiera hacer seis seguidos. Le expliqué que, si podía hacer diez y más adelante conseguía obtener un nivel de absorción de oxígeno superior, probablemente podría hacer veinte sprints. Nunca lo entendió, pero Tremain lo probó. Tremain también tenía una influencia muy positiva en el equipo de Hawke’s Bay en aquella época. Utilizaron a un amigo mío, que también era profesor de educación física, para perfeccionar el programa de Tremain para todo el equipo y muy pronto ganó el trofeo de la premier de rugby de Nueva Zelanda, el Ranfurly Shield. No era un equipo de internacionales, sino un grupo de futbolistas normales y corrientes que, con un buen juego colectivo, podía jugar su mejor fútbol, mientras que otros equipos se derrumbaban por el cansancio.
La mayoría de la gente no se da cuenta de su potencial o no entiende que, sencillamente, este potencial se basa en la capacidad de asimilar, transportar y utilizar oxígeno. Si podemos valorar este aspecto y mejorar esta capacidad, crearemos las bases para desarrollar nuestras aptitudes y conseguiremos un estado físico y mental incansable que nos permitirá emplear estas cualidades y técnicas mucho mejor y durante más tiempo.
Si, por ejemplo, eres un jugador de fútbol hábil, pero te cansas antes de llegar a completar la jugada, no podrás utilizar tus cualidades eficazmente.
El primer grupo de corredores que teníamos en este país, hace más de treinta años, estaba formado sobre todo por ejecutivos obesos. Muchos habían tenido ataques cardíacos. La mayoría eran aficionados al golf. Después de hacer jogging durante unos meses, no sólo consiguieron encontrarse mejor desde el punto de vista físico y mental, sino que empezaron a reducir su handicap en golf. Fue un extra inesperado, pero totalmente lógico: su concentración y su coordinación en los hoyos finales de una ronda fueron mucho mejores que nunca. Ya no sintieron más cansancio al final.
La tonificación de la sangre y la dieta tienen un