Correr al máximo nivel. Arthur Lydiard
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Es un hecho antropomórfico, por supuesto, que los africanos tienen ventaja sobre loa caucasianos, de glúteos más grandes. Pueden hacer determinadas cosas para conseguir más fuerza que los de piel blanca. De hecho, pueden inclinarse hacia delante y mantener las rodillas levantadas; en cambio, los caucasianos tienen que ponerse mucho más erguidos.
La revista americana Running Research News ha echado recientemente nueva luz sobre la supremacía keniana al publicar los resultados de un estudio realizado por el fisiólogo deportivo sueco Bengt Saltin, del conocido Karolinska Institute de Estocolmo. Saltin comparaba a siete corredores suecos de élite con estudiantes del instituto St. Patrick de Kenia. En este instituto, entre una lista de unos 500 estudiantes, había seis campeones mundiales de campo a través, cuatro maratonianos sub-2.10 y más de una docena de corredores olímpicos.
Saltin, según Owen Anderson de la Running Research News, doctor en filosofía, calculó que había miles de corredores kenianos tan buenos como los diez mejores suecos, pero descubrió que los atletas de St. Patrick seguían unos programas de entrenamiento increíblemente sencillos. Estos programas incluían una carrera de 1.500 m a toda velocidad seis días por semana. El hecho de ir hasta la escuela, y volver, corriendo suponía de 10 a 30 km más de carrera, aunque más lenta.
Saltin descubrió que los kenianos tenían una pequeña ventaja sobre los suecos en lo que respecta a su capacidad anaeróbica total (un tres por ciento). El VO2 máximo de los suecos oscilaba entre 76 y 81 ml/kg/m; el de los kenianos, entre 79 y 87. Cada grupo tenía un índice igual de contracción de los músculos rápidos y lentos, pero Saltin descubrió una diferencia significativa en lo que había dentro y alrededor de los músculos de los corredores kenianos. Los kenianos eran propensos a tener más mitocondrias por célula muscular y más capilares que cubrían sus fibras. Los corredores suecos tenían de cuatro a cinco capilares por célula muscular en sus cuádriceps, mientras que los kenianos tenían de siete a ocho. Estos resultados eran muy parecidos, descubrió Saltin, a los que tenían los mejores esquiadores de fondo del mundo, y les proporcionaba mayor capacidad para utilizar oxígeno y mayor resistencia a la fatiga.
En el interior de sus células musculares, los kenianos tenían una mayor concentración de las enzimas que descomponen grasa y grandes cantidades de citrato sintasa, una enzima importante necesaria para proporcionar a los músculos energía aeróbica.
Volviendo a Biwott, la revista americana Sports Illustrates publicó un excelente artículo sobre él cuando ganó la medalla olímpica. En ese artículo se le veía en su pueblo natal, lleno de barro y de chozas de paja. Aquí, decía la revista, hay un atleta que nunca ha tenido un preparador, no ha sido entrenado adecuadamente y ni siquiera ha tomado una alimentación correcta, pero ha ganado una medalla de oro olímpica.
Si analizamos la situación sensatamente, Biwott no necesitaba a un preparador. Estaba mejor sin él. Estableció los fundamentos de su éxito con sus carreras entre su casa y la escuela, sin más presión que el peso de su cartera. Trotaba a su ritmo, jugando a la vuelta, como hacen los críos cuando se les deja a su aire; y éste era el mejor entrenamiento que podía recibir. Nada que ver con el estilo americano: el chico con un «preparador» a su lado, una carpeta y un cronómetro en las manos, obligándolo a repetir hasta que se cae de cansancio, desmayándose y vomitando porque la falta de oxígeno que padece es tan importante que su sistema nervioso central es agredido. La mayoría de esos chicos, que recibieron una educación académica, sólo consiguieron ganar unas becas para deportistas; pero me dijeron que entonces dejaron de correr tan pronto como se licenciaron, aunque luego volvieron a hacer jogging y a participar en algunas carreras con sus amigos y su familia. Sentían la misma satisfacción que si compitieran.
Ha habido muchos ejemplos en Nueva Zelanda de estudiantes universitarios de alto nivel que, con su habilidad natural, podían vencer a cualquiera en carreras de fondo, en carretera y en pista, pero que, a los veinte años aproximadamente, dejaban de ganar campeonatos. En la madurez, la gente pierde la alta absorción de oxígeno que es natural en los niños. Estos corredores no se habían entrenado para desarrollar o mantener el nivel a medida que se hacían mayores. Pero los niños a los que habían ganado, que no tenían un talento natural pero que habían trabajado más dura y sensatamente a fin de desarrollar sus habilidades atléticas y de mantener una alta capacidad de absorción de oxígeno, siguieron corriendo hasta ser campeones.
Peter Snell fue sólo el mejor tercer corredor en los 800 m en la Mt Albert Grammar School en Auckland. El mejor batió el récord nacional junior de Murray Halberg; el segundo fue campeón nacional junior de 800 m. Snell continuó, con la idea de ganar el mundial. Los demás abandonaron y desaparecieron.
Respecto a la alimentación, Biwott nunca fue a un supermercado ni tomó cereales preparados de estos de los que los fabricantes han extraído unos 18 minerales y vitaminas y sólo han reemplazado tres. Sports Illustrated lo representa rodeado de unos campos de cereales preciosos. Cuando cosechan este cereal, no lo manipulan. Lo parten, lo golpean y lo cocinan. Además, otro factor importante es que África es quizá uno de los últimos sitios del mundo donde la mayor parte del campo está bien equilibrado.
De modo que Biwott tuvo el mejor entrenamiento y la mejor dieta. Por eso ganó una medalla de oro, lo contrario de lo que Sports Illustrated trataba de demostrar.
De manera que, si vamos a entrenar a niños, hay que animarlos para que vean cuánto pueden correr y no a qué velocidad. Hemos de conseguir que troten y que disfruten en parques, caminos y campos. Hagamos que correr sea un ejercicio agradable dentro de sus limitaciones. Predisponerlos para que venzan a otros niños es contrario al desarrollo de unos futuros campeones.
Los niños están mejor preparados que los adultos para correr. Les gusta correr, saltar, lanzar objetos… Todo lo que sea una descarga natural de energía. Si vas a la calle y dices a todos los críos que hay allá: «Venga, vamos a hacer una carrera», probablemente todos te seguirán. En la mayor parte de los casos, los niños que parecen poco activos y perezosos sólo necesitan a alguien que los motive. Si no tienen nada que hacer, es probable que se metan en líos; pero si alguien les propone un objetivo como correr o jugar un partido de fútbol o de cricket, no lo harán.
Hace años, los niños del Owairaka Club de Auckland se presentaron los sábados por la tarde ante unos corredores. Fueron con ellos y corrieron 4 o 5 km por unas pistas. Volvieron al club y, en lugar de tumbarse, enseguida empezaron a jugar a perseguirse alrededor del cobertizo. No se sentían cansados después de la carrera. Cuando se cansaron o, lo más probable, cuando estuvieron muy acalorados, descansaron y pararon hasta que tuvieron ganas de empezar otra vez. La resistencia de los niños es un gran recurso natural.
Las chicas pueden correr perfectamente igual que los chicos. Cuando son jóvenes incluso pueden hacerlo mejor. A medida que crecen, a la mayoría de ellas se les ensanchan las caderas y no pueden correr tan bien, porque sus cambios físicos les impide mover las piernas con facilidad. Pierden agilidad y se balancean un poco. La talla, la esbeltez, lo que podríamos llamar el tipo sueco, está físicamente mejor dotado para correr. No es una norma estricta —he visto a chicas con unas caderas notablemente anchas convertirse en excelentes corredoras—, pero suele ser lo habitual.