Una historia popular del fútbol. Mickaël Correia
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Bajo el yugo de la dominación masculina
A finales del siglo xix, la condición femenina está estructurada por la institución del matrimonio, dentro del cual toda mujer, cuyos derechos jurídicos son similares a los de un niño, debe obediencia ciega a su esposo y está obligada someterse a su papel social de protectora del hogar. Las mujeres de la working class están reducidas desde su más tierna infancia a un estado de semiesclavitud, mientras que entre la burguesía el género femenino está obligado al aprendizaje en régimen de internado de los accomplishments —«artes recreativas» como el bordado, el canto o la acuarela— con el fin de convertirse en esposas respetables y buenas madres de familia. En cuanto al cuerpo femenino, es propiedad absoluta del marido y se considera como un verdadero santuario de pureza consagrado exclusivamente a la procreación. Esta desposesión del cuerpo femenino fruto del puritanismo victoriano redunda, entre otras cosas, en un código vestimentario extremadamente estricto, sobre todo dentro de la upper class, cuyas mujeres están obligadas a llevar pesados e incómodos miriñaques, unas amplias faldas que incluían una estructura de aros metálicos.
El comentario poco elogioso y la obsesión vestimentaria del Glasgow Herald a propósito de las futbolistas del partido Escocia-Inglaterra no son otra cosa que el reflejo de la desaprobación moral de la sociedad patriarcal británica hacia aquellas jóvenes mundanas que se entregaban a una práctica deportiva masculina y, lo que es peor, ante una multitud de hombres. Las jugadoras despiertan tal hostilidad que, para protegerse, utilizan nombres falsos. Por ejemplo, la militante sufragista Helen Matthews, organizadora de este torneo de fútbol y guardameta del equipo escocés, se hace llamar la «señora Graham».
Tan solo unos días después de este primer partido, los cinco mil espectadores de un segundo encuentro femenino Inglaterra-Escocia celebrado en Glasgow invaden el césped con gran alboroto, interrumpiendo así el trascurso del partido.
Hacia el final, unos bestias se introdujeron en el campo de juego, seguidos de otro centenar que empujó brutalmente a las jugadoras. Estas tuvieron que refugiarse en el ómnibus en el que habían venido —cuenta el Dunfermline Journal—, pero aún no lo habían visto todo, porque la muchedumbre empezó destruir los postes y a lanzarlos contra el vehículo en movimiento. De no haber sido por la presencia de la policía, habrían podido salir heridas.134
Unas semanas más tarde, el 20 de junio, con motivo de un Inglaterra-Escocia femenino en Mánchester, estallan nuevos disturbios en las gradas, poniendo una vez más en peligro a las temerarias futbolistas, blanco de la ira de la prensa británica, que promueve peligrosos excesos en los estadios al describirlas —como el Manchester Guardian— como una «curiosidad vulgar» y como mujeres «con atuendos tan feos como inapropiados».135 Estos pioneros intentos de Helen Matthews por impulsar el fútbol femenino son rápidamente suspendidos hasta mediados de los años 1890.
A finales de la década de 1880, el fútbol masculino se ha popularizado extraordinariamente entre la clase obrera y se ha profesionalizado gracias a la creación, en 1888, de la Football League, que atrae, ya desde su primera temporada, a más de seiscientos mil espectadores.136 En el mismo año se fundan los Polytechnic Clubs, clubes deportivos londinenses que proponen actividades de baloncesto, críquet y natación a los empleados de comercio y a los profesores de la capital. En las instituciones educativas para niñas, el esférico hace una tímida aparición en la Brighton High School for Girls, y también en el Girton College y en el Rodean College. Pero esta práctica es rápidamente prohibida por las instancias directivas, antes de que el British Medical Journal proclame, en diciembre de 1894, que «el fútbol debería ser proscrito [entre las mujeres] porque es peligroso para los órganos reproductores y para el pecho, debido a las brutales sacudidas, torsiones y golpes inherentes al juego».137 Por si esto no fuera suficientemente sexista, en el mismo año Robert Miles, conocido sportsman y eminente jugador de críquet del equipo de la Universidad de Oxford, declara que «la maternidad también es un deporte, el verdadero deporte de la mujer».138
Es en este pernicioso contexto socio-deportivo en el que se implanta, a finales de 1894, el primer club de fútbol femenino de la historia: el British Ladies’ Football Club, fundado por Nettie Honeyball, militante feminista cuyo verdadero nombre era Mary Hutson, y por Florence Dixie, escritora política, corresponsal de guerra e hija del marqués de Queensberry. Desde el primer momento, durante una entrevista concedida al Daily Sketch el 6 de febrero de 1895, la secretaria del club, Nettie Honeyball, manifiesta su intención militante.
El British Ladies’ Football Club no tiene nada de grotesco —afirma—. Fundé la asociación el año pasado con el firme propósito de probar al mundo que las mujeres no son esas criaturas «ornamentales» e «inútiles» que los hombres imaginan. Debo confesar que en lo que concierne a los temas en los que sigue imperando la división de sexos, todas mis convicciones se inclinan del lado de la emancipación y espero con impaciencia el momento en el que las mujeres estarán presentes en el Parlamento para hacer oír su voz en todos los asuntos que les atañen.
El 23 de marzo de 1895, en el Crouch End de Hornsey, al norte de Londres, el British Ladies’ Football Club organiza su primer partido, en el que se enfrentan un equipo del norte de Gran Bretaña — en el que juega la pionera escocesa Helen «señora Graham» Matthews — y un equipo del sur. Aunque el partido logra reunir a diez mil espectadores, el acontecimiento concita casi unánimemente las iras de la prensa.139 «Está claro que, a los ojos de todos, las chicas son totalmente incapaces de dedicarse a la práctica brutal del fútbol —proclama el semanario Sketch el 27 de marzo—. Como juego al aire libre, no es recomendable, y como espectáculo público es deplorable». Los pantalones bombachos que llevan las ladies en el terreno de juego son, por su parte, considerados nuevamente como el símbolo de una cierta depravación moral. La exhortación a la «feminidad», que aparece en todas las crónicas, viene acompañada por el interés creciente por una joven futbolista de catorce años, la señorita Nellie Gilbert, a la que los periodistas apodan «Tommy». «Su aspecto físico provocó carcajadas, más por su estatura y sus aires de chico que por cualquier otra razón —pormenoriza el diario londinense Pall Mall Gazette el 25 de marzo de 1895—. Para empezar, parecía ridículamente bajita para participar en un partido de fútbol. Además, tenía un físico de muchacho y corría como los niños, que pueden correr muy de prisa a la edad de diez años». Poco a poco, a medida que transcurren los partidos, comienza a ser considerada unánimemente como la mejor jugadora del British Ladies’ Football Club, aunque los medios de comunicación insistieran machaconamente en recalcar la ambigüedad de género de la señorita Nellie Gilbert. «Él (o ella) corría por todo el terreno como un potrillo, perseguía la pelota de un lado a otro del campo, se apoderaba del balón con decisión —escribe el Paisley and Renfrewshire Gazette—. Él (o ella) estaba permanentemente alerta, y se mostraba ágil y vivaz».140
Más de ciento cincuenta partidos se suceden entre 1895 y 1897, atrayendo a miles espectadores,141 pero a pesar de su popularidad deportiva las futbolistas son la encarnación de la angustia masculina ante un posible cuestionamiento de la jerarquía sexual. Esta focalización sobre el peligro moral que representa el fútbol femenino se exacerba aún más por el hecho de que la familia de Florence Dixie, presidenta del British Ladies’ Football Club, se encuentra por entonces en pleno centro de un escándalo nacional. En efecto, en 1895 su hermano había acusado públicamente de homosexualidad al novelista Oscar Wilde —este último mantenía una relación amorosa con Alfred Douglas, sobrino de Florence Dixie—, lo que le costó al dramaturgo, tras un proceso muy sonado, dos años de prisión.
Cargado con una escabrosa reputación por haber ganado partidos contra equipos masculinos y también por haber fichado a una futbolista negra, Emma Clarke, el British Ladies’ Football Club, hundido financieramente, desapareció del terreno de juego durante cerca de seis años. Pero después de que, en octubre de 1902, la federación inglesa de fútbol prohibiera expresamente a todos sus afiliados competir contra mujeres, el British Ladies’ Football Club reaparece, insolente, para jugar tres partidos contra escuadras