Utopías inglesas del siglo XVIII. Lucas Margarit

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Utopías inglesas del siglo XVIII - Lucas Margarit Colección Mundos

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que con estas máquinas rara vez vale el arte o las estratagemas, nada las conmueve a menos que se les consiga plumas de buena calidad y bien dispuestas, de manera que puedan realizar los más diversos movimientos con la mayor precisión imaginable. Pero tiene que darse naturalmente, toda fuerza que se aplique las distorsiona y disloca y el entero orden se echa a perder, una sola pluma fuera de lugar, muy apretada o mal ensamblada y ni los dioses podrían hacer que el carro se desplazara.

      El príncipe tomó conciencia de que todo su trabajo había sido en vano y, entonces, rompió la máquina en mil pedazos y les hizo saber a sus súbditos que las plumas que le habían enviado eran de mala calidad. Su pueblo, sin embargo, sabía que él se había manejado de manera ineficiente, que las plumas solo eran algo rígidas, pero de factura aceptables, y habrían sido adecuadas para su función con un gobierno apropiado de la máquina. Tomaron a mal la actitud de su príncipe y mientras vivió nunca más le enviaron nada. Este comportamiento tuvo un efecto positivo sobre él puesto que no efectuó ningún otro viaje a la Luna mientras duró su reinado. Lo sucedió su hermano, que también quiso emprender un viaje a la Luna ni bien ascendió al trono. Este había tenido un trato poco amable con los religiosos lunáticos de su propio país y se volvió abogratziariano, una secta fanática y entusiasta, parecida a los contratodosianos ingleses.(41) Admito que algunas de las mentes pensantes del lugar no eran leales con él, quien –por otra parte– ideó diferentes formas de extender el poder sobre sus súbditos, de un modo contrario a las costumbres de la gente y que iba contra sus propios intereses. Cuando el pueblo expresó su descontento sobre el asunto, él pensó que aquellos clérigos lo apoyarían, pero ellos le fallaron y confirmaron ese antiguo adagio inglés que dice “Los sacerdotes de todas las religiones se parecen”.

      Reaccionó de manera nefasta y concibió un profundo odio contra quienes lo habían engañado y, como los resentimientos pocas veces se ajustan a una regla fija, desafortunadamente sus prejuicios se extendieron sobre todos los demás y, al encontrar difícil poder llevar a cabo sus propósitos para pasarla mejor, resolvió emprender un viaje a la Luna. En consecuencia y como de costumbre, envió proclamas para recolectar la cantidad habitual de plumas; para asegurarse de que no sería tratado como su hermano y su padre lo fueran antes que él, tomó el recaudo de mandar en todo el territorio mensajeros hábiles, para que tuviesen en cuenta necesidades de la gente e hicieran una selección o eliminación, al efectuar la recolección. A estos hombres en su idioma le dicen tsopablesdetooo, que podríamos traducir como “hombres diligentes” o “apóstoles con espuelas”. Sin embargo, no fue esta la única precaución del príncipe, también se preocupó por examinar cada una de las plumas que le eran remitidas, las miraba bien de cerca para ver si se ajustaban a sus propósitos. A pesar de todo, sin embargo, se encontró lidiando con una situación similar a la de su hermano, y se dio cuenta de que, en general, los súbditos estaban descontentos por su conducta respecto a la cuestión abogratziariana y, en particular, se sublevaron contra alguno de sus sacerdotes, llamados dullobardianos, u hombres de la obediencia pasiva, quienes, en los últimos tiempos, habían vuelto contra su propio príncipe la lengua y la espalda. Ante esto, el príncipe abandonó la idea de adecuar la máquina y tomó la decisión desesperada e implacable de volar a la Luna sin ella. Para hacerlo, convocó a una gran cantidad de mensajeros para que lo asistieran y, de ese modo, se idearon extraños mecanismos y métodos. Se acercaron muchos y de todas partes para contribuir con sus inventos, pero eran todos tan absurdos y ridículos que los súbditos podían advertir cómo se precipitaba a la ruina, arrastrándolos a ellos, y decidieron por unanimidad tomar las armas. El príncipe hubiese sido considerado loco si no buscaba refugio en un país extranjero y, en estos casos, es fácil observar cómo huyen rápidamente los malos consejeros cuando su señor es acechado. Cada cual pensó en sus intereses y más de uno saqueó joyas y tesoros y nunca más se supo de ellos.

      Después de ese príncipe ningún otro gobernante pareció interesado en intentar emprender el peligroso viaje a la Luna de tal descabellada manera. La máquina, sin embargo, ha sido reconstruida y terminada con esmero, aunque la gente ya no está obligada por ley a proveer plumas cada tres años, para evitar lo sucedido con aquél príncipe; no se almacenan plumas por tanto tiempo que se estime peligroso usarlas, si bien la máquina se mantiene lista para el uso. A pesar de todo, sin embargo, el artefacto no ha estado a salvo de permanentes deterioros, a menudo difíciles de reparar, pues, aunque los reyes de este país, como hemos comentado, ya no se montan en él, nunca faltan cortesanos y ministros de estado inquietos que han obtenido con frecuencia su gobierno, ya sea por una excesiva permisividad de sus amos ya sea por las dificultades de los tiempos. Para poner remedio a esta situación, los príncipes se vieron obligados a cambiar más a menudo su consejo, incluso rotando los cargos, pero esto ha empeorado las cosas, puesto que la gente se ha dividido en partes o facciones aun dentro de la misma administración del estado, entablando una lucha por quién podía manejar la máquina. Muy pronto, estos oscuros navegantes se sumergieron en estos asuntos, ya estaban pensando en cómo, por su cuenta, podían conducir a toda la nación hacia la Luna.

      Los autores no se ponen de acuerdo en cuanto al origen de las plumas ni saben precisar cuándo por primera vez se las empleó para los fines detallados; se hace difícil saber de qué tipo de aves las obtienen, pues algunos nombran a unas y otros a otras. Los más eruditos utilizan un nombre tan intrincado que los impresores no hallan letras para expresarlo, pues es un jeroglífico abstruso que no puedo traducir por ser el nombre de un colectivo. Seguramente se trata de un ave bien extraña, con una infinidad de cabezas, garras, ojos y dientes que si intentara describirla resultaría un relato tan fantástico que afectaría el crédito de la crónica auténtica en el que se inserta. Por el momento, será entonces suficiente que abrevie el asunto de la siguiente manera: estas aves monstruosas, que llamaré colectivo, pueden verse muy de vez en cuando y me atrevería decir que aparecen solo en épocas de grandes revoluciones y de desolación y destrucción para el país. Es entonces cuando arroja sus plumas con frecuencia y estas son recogidas por los dueños de las tierras sobre las que caen, y nadie puede hacerlo más que ellos. Ni bien las recogen, las envían a la corte y por ello obtienen nuevos títulos y se les llama con un nombre aún más difícil de pronunciar que el de las aves, aunque con un significado parecido a “representante”. Cuando las plumas se colocan en las filas correspondientes, con la gran pluma en el centro, y todas estén aprontadas, ellos obtienen el venerable título de Consolidadores, pues llaman a la máquina Consolidador, y este nombre le será dado aquí para que el lector pueda por él reconocerla.

      Permítanme, sin embargo, detenerme un poco sobre la dignidad y belleza de estas plumas, que se ven solo en estos parajes remotos y en ninguna otra parte del mundo. Cada pluma tiene diferentes colores y, según la variedad de clima, suelen ser más brillantes y claras más pálidas y tenues, pues el sol les otorga un aspecto más fuerte o débil. El cañón del cálamo está lleno de una substancia con cuerpo que otorga fortaleza, brinda brillo y color a la pluma; el color se vuelve brillante o más lánguido y pálido según la cantidad de la substancia, cuando esta escasea o está seca y han perdido toda su humedad, entonces las plumas carecen de utilidad y en poco tiempo ya no sirven.

      […] Lo dicho confirma que esta máquina provee el método más seguro para efectuar el pasaje y, salvo ese único episodio [al que aludí previamente], nunca fracasó en ningún viaje y si el orden normal de los elementos se observa, no debería presentarse ningún inconveniente. Las mejores plumas resultan ser las negativas, cuyo número suprime de inmediato cualquier movimiento de caída ni bien se lo percibe. Estas plumas negativas representan el reaseguro de los viajeros, las demás sirven para flotar o para todo lo que signifique volar hacia la Luna sobrepasando las nubes, pero las plumas negativas nunca sirven para subir aunque se presente la ocasión, es por eso que estas plumas, que fueron fermentadas por el fuego y flotan más, fueron llamadas por los antiguos plumas de alto vuelo y, por cómo se yerguen, parecen estar orgullosas de su nombre. Ahora bien, tomadas en conjunto las plumas son algo muy atractivo, son fuertes, largas y bellas, su cañón está perfectamente insertado y el cálamo lleno de la materia substancial, que les otorga fortaleza; poseen un gran temperamento y poderes bien calibrados para la operación para la que fueron concebidas. Como he dicho anteriormente, son colocadas sobre

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