Utopías inglesas del siglo XVIII. Lucas Margarit

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Utopías inglesas del siglo XVIII - Lucas Margarit Colección Mundos

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produce vida y movimiento. Es opinión de algunos hombres eruditos que cuando el fuego cae se produce el movimiento y que el movimiento tiende al fuego: esto ya no puede considerarse algo maravilloso, puesto que al producirse en el centro de esta máquina podría llevar a toda una nación hacia el mundo de la Luna.

      Cuando se considera la longitud del viaje y la diversidad de las regiones que la máquina atraviesa, no puedo sino mencionar que la misma es atacada a menudo por feroces vientos y queda en medio de furiosas tormentas que la apartan bastante de su ruta. El artefacto se enfrenta con muchos obstáculos. Por un lado, tenemos los vientos oblicuos, que no soplan de cualquiera de los treinta y dos puntos, sino de modo retrógrado y transverso; en su idioma los llaman pensionazima, que podría traducirse como “brisas de corte”. Por otra parte, existe un viento que sopla en forma contraria al pensionazima, es el clamorio, algo así como “viento del país”, es generalmente muy tempestuoso y agitado por fuertes ráfagas en uno y otro sentido,(42) soplidos y detonaciones repentinas, algunos truenos, ocasionales fogonazos producidos por el calor y estruendos que recuerdan los disparos de un pelotón. Hay muchas otras explosiones internas que están ocasionadas por el calor del sistema que a veces no circula adecuadamente y estalla en borrascas menores de viento caliente que, en ocasiones podría provocar que las plumas se prendan fuego, lo cual sería más o menos peligroso según cuáles de las plumas ardan, pues algunas son más combustibles que otras, según su cálamo y cañón estén impregnados de la substancia mencionada anteriormente. Como es de imaginar, el mecanismo padece de frecuentes convulsiones y desarreglos provocados por estos vientos, que dificultan el viaje, pero las plumas negativas siempre aportan moderación y templanza y vuelven todo a la normalidad.

      Pero, ¿qué no podría hacer un cuerpo como este? ¿Qué no podría realizar en el aire semejante elemento? Cuando una cosa es ensamblada con otra y consolidada apropiadamente en un poderoso consolidador, y no cabe duda de que podrá ir hasta la Luna y cualquiera podrá sentirse tan mejorado por tan maravilloso experimento, se producirá un vuelo maravilloso como ningún hombre ha realizado jamás, pudiendo regresar tan sabio como cuando se fue. Bueno, señores, ¿y qué si ahora nos llaman voladores de altura y nos endilgan un centenar de otros epítetos despectivos y distintivos? ¿Quién no quisiera ser un volador de altura y ser transportado y consolidado en una máquina de tan sublime elevación, con la que habían ascendido hasta las nubes hombres comunes, monarcas, parlamentarios, sí, y hasta naciones enteras. Y todo realizado con tal arte, ¿qué más puede esperarse de un viaje a la Luna? Y, por ahora, no hay más que agregar a la descripción del consolidador.

      El primer viaje que realicé a ese país fue en una de estas máquinas y puedo afirmar sin dudarlo que no volvería, pero, ahora, al haber estado allá tantas veces como me lo permitió esa modalidad, es de esperar que les ofrezca algún relato de ese país, pues poco puedo decir del camino. Solo esto entiendo, que cuando la máquina se ha elevado hasta cierta altura es ayudada por las alas artificiales, que tan útiles resultan para evitar que se precipite hacia el suelo lunar o caiga hacia esta región nuevamente. Esto podría suceder dado que, pasado un determinado punto, se produce una alteración de los centros y la gravedad, el equilibrio modifica sus tendencias y la calidad magnética está por debajo del mismo, se inclina, como es de esperarse, y busca un centro que halla en el mundo lunar, lo que permite que aterricemos a salvo sobre esa superficie.

      Me habían dicho que no necesitaba llevar conmigo ninguna letra de cambio ni carta de crédito,(43) pues desde mi primera llegada los habitantes serían muy corteses conmigo; jamás han padecido ninguno de nuestros mundos para que naciese en ellos el deseo de productos que ahí se originen. Se les puede mostrar cualquier cosa con toda libertad o hablar de lo que se nos ocurra o exponer sin tapujo cualquiera de las rarezas que se produzca en el país. No me detendré en las costumbres, geografía o historia del lugar más de lo necesario para familiarizar al lector sobre el hecho de que no hallé diferencias en lo que a naturaleza se refiere, salvo lo que comente más adelante. Es todo igual que acá, un mundo simple, con gente como nosotros, como si fuesen personas que habitan un lugar remoto de nuestro mismo continente.

      Todas las criaturas son de las mismas especies que las nuestras, hombres, mujeres, bestias y pájaros, aunque no así los insectos. Los hombres no son ni mejores ni más grandes que los de aquí, hay mujeres honestas y putas de todo tipo, países, naciones y tribus iguales a los de esta parte del cielo. El mismo sol brilla sobre ellos y los planetas son tan visibles como lo son acá: sus astrólogos son tan afanosamente impertinentes como los nuestros, solo que a través de los maravillosos telescopios de los que hablé anteriormente han hecho extraños descubrimientos de los que nosotros nada sabemos. Con esos instrumentos pudieron fácilmente descubrir que este mundo es su luna y su mundo, nuestra luna. La primera vez que los visité, las personas que se me acercaban me llamaban “el hombre que salió de la luna”.

      Pasaré a comentar algunas de las observaciones hechas en ese nuevo mundo, antes de informar sobre su historia. He oído que, por lo general, entre nosotros los que no están muy familiarizados con la Revelación se preocupan mucho por las Demostraciones; ha surgido toda una generación que, para resolver las dificultades de los sistemas sobrenaturales imagina algo vasto, poderoso e informe, pero que es representado como un gran ojo: esta sustancia óptica lo perciben como una natura naturans, o un poder generador, como si pudiésemos imaginar que el alma de un hombre se asemeja a este original, según la noción que tienen los que leen esa vieja y ridiculizada leyenda llamada Biblia, que dice que el hombre está hecho a imagen de su creador: el alma del hombre, en opinión de los naturalistas sería, por lo tanto, un vasto poder óptico que se esparce por todas sus partes, pero que se asienta, principalmente, en su cabeza. A partir de este hecho, reducen todo ser a su vista, algunos son más capaces de ver y ser receptivos a los objetos que otros; no consideran que existan cosas invisibles, sino que nuestra vista no es lo suficientemente buena, o se ha visto reducida u oscurecida, por un lado, por accidentes externos como lo son la distancia del lugar, los vapores que se interponen, las nubes, el aire líquido, las exhalaciones; por otra parte, pueden intervenir factores internos como serían los errores de distracción, las nociones descabelladas, un entendimiento nublado, las fantasías vacuas y mil obstáculos más que se interponen e impiden que la vista opere con claridad. En particular, estos obstruyen las facultades perceptivas, debilitan la cabeza y llevan a la humanidad toda a necesitar anteojos para educarse desde la etapa del nacimiento. Más aún, a partir de que usan estos ojos artificiales, logran aclarar la vista para ver lo que esta no puede ver; la mayor sabiduría de la humanidad, el más alto beneficio que el hombre debe anhelar es poder ver aquello para lo cual ha nacido ciego. Esta meta empuja al hombre a la búsqueda de medios para la recuperación de la vista y corre de la escuela hacia las artes y ciencias y ahí se hace de horóscopos, microscopios, telescopios, caleidoscopios, y todos los “escopios” y lentes que puedan curarlo del entendimiento lunar ciego que lo aqueja. Lleva esto adelante con una maravillosa habilidad y años de aplicación, luego de vagar por desiertos y pantanos de suposiciones, conjeturas, estimaciones y cálculos y vaya uno a saber qué otras cosas, que lo hicieron encontrarse con la física, la política, la ética, la astronomía, la matemática y cosas tan desconcertantes como esas que lo llevan con grandes dificultades hacia un minúsculo lugar llamado demostración. Ni uno en diez mil encuentra un camino provechoso, sino que se pierden en la jornada tediosa y sin refinamientos. Los que esto hacen envejecen siendo poco avezados para el camino, así que ni bien alcanzan a vislumbrar este ojo universal, este esclarecimiento general, mueren habiendo tenido un tiempo muy escaso para mostrarle el camino a los que vienen detrás.

      Ahora bien, como la búsqueda intensa de eso que llaman demostración me llenó de deseos de verlo todo, me detuve a observar la extraña multitud de misterios que encontré en todas las acciones de los hombres, mi curiosidad se vio estimulada a indagar si es que el Gran Ojo del mundo no le había dado a nadie el don de la clarividencia o bien si es que allá hicieron de ella un mejor uso del que nosotros hicimos aquí. No debe sorprender que yo estuviese tan feliz en mi persecución de esta búsqueda al llegar a China, cuando me percaté de que en esas tierras estaban más avanzados que nosotros, confirmando la creencia de que proceden de un origen más antiguo que el nuestro. Nos han dicho que, en la edad temprana

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