Terapia craneosacra I. John E. Upledger
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Ilustración 1.1B.
Representación del ritmo craneosacro: efecto de las barreras.
PAPEL DE LA FASCIA CORPORAL
Se puede considerar la fascia corporal como una vaina laminada móvil, ininterrumpida de la cabeza a los pies, de tejido conjuntivo que reviste y envuelve (entre láminas) todas las estructuras somáticas y viscerales del cuerpo humano. Teniendo presente este modelo, resulta evidente que cualquier pérdida de movilidad de este tejido en un área específica puede ayudar a localizar el proceso patológico que ha causado esa falta de movilidad. Por varios medios, probablemente a través del sistema nervioso, este sistema fascial suele mantenerse en constante movimiento en correspondencia con el ritmo craneosacro. Mediante conexiones directas y puntos óseos comunes de inserción, la fascia extradural y las meninges están interrelacionadas y son interdependientes en lo que a su movimiento se refiere. Por tanto, la cantidad de información diagnóstica y pronóstica que puede obtenerse de la exploración de la movilidad o restricción fascial sólo queda limitada por la habilidad para la palpación y los conocimientos anatómicos del examinador. La atención se dirige a la frecuencia, amplitud, simetría y calidad del ritmo craneosacro y su reflejo en todo el cuerpo.
ANTECEDENTES HISTÓRICOS
Mientras todavía se cuestiona el origen del ritmo craneosacro, la teoría de que el cráneo se mueve constantemente en condiciones normales no es nueva. Se dio a conocer a la profesión osteopática hace más de 50 años.
MODELO DE SUTHERLAND
Mientras cursaba estudios en la American School of Osteopathy en Kirksville (Missouri), a comienzos de la década de 1900, William G. Sutherland quedó fascinado por la estructura anatómica de los huesos del cráneo humano. Le pareció que habían sido concebidos para moverse, a pesar de que le habían enseñado que en los adultos normales los huesos del cráneo están sólidamente fusionados mediante su calcificación y que el movimiento era, por tanto, imposible. Se decía que las únicas excepciones a esta condición de inmovilidad en el cráneo humano se hallan en los diminutos huesos móviles del oído y en las articulaciones temporomandibulares. Los anatomistas enseñaron a Sutherland, tal y como muchos lo siguen haciendo hoy en día, que el cráneo sólo tiene funciones protectoras y hematopoyéticas.1
Imbuido de la profunda convicción de que todas las estructuras de la naturaleza tienen un propósito, Sutherland llegó al convencimiento de que los huesos del cráneo debían moverse unos respecto a otros durante la vida normal. Ciertamente, el estudio detallado del cráneo humano y sus suturas muestra la posibilidad potencial de un movimiento craneal interóseo.
Cuando Sutherland se familiarizó con el movimiento del cráneo mediante experimentación consigo mismo, comenzó a experimentar con otros usando la palpación suave de sus cabezas. Pronto fue capaz de percibir movimientos rítmicos mínimos del cráneo de humanos de distintas edades. Un hallazgo correlativo inicial fue el movimiento palpable del sacro en sincronía con el movimiento del cráneo.
Sutherland explicó la sincronía rítmica del movimiento entre el cráneo y el sacro sobre la base de la continuidad de la duramadre del tubo dural espinal que conecta firmemente el occipital con el sacro mediando pocas inserciones óseas significativamente restrictivas. Razonó que el movimiento del occipital en la inserción dural del agujero magno debía influir necesariamente en el movimiento fisiológico del sacro y viceversa, excepto en procesos patológicos restrictivos.
A continuación elaboró un modelo que colocaba el esfenoides como piedra angular del cráneo óseo. El esfenoides aporta la fuerza conductora que se transmite al resto del cráneo a través de sus relaciones articulares con occipital, temporales, parietales, frontal, etmoides, vómer, palatinos y cigomáticos. (Existe también una relación articular inconstante del maxilar superior con el esfenoides.) Del análisis de este modelo, resulta evidente que una fuerza que mueva el esfenoides debe generar necesariamente movimiento en todos los otros huesos con los que se articula. Huesos como la mandíbula, con el cual no tiene articulación directa el esfenoides, sufren la influencia indirecta del esfenoides a través de los temporales y otros huesos. El esfenoides influye en los maxilares superiores mediante el vómer y los palatinos. Desde un punto de vista mecánico, es bastante plausible este modelo de relaciones interóseas con el esfenoides como fuerza conductora.
Varias han sido las dudas sobre la posibilidad de movimiento en la articulación esfenobasilar de los humanos adultos, si bien el movimiento en esta articulación forma parte esencial del modelo de funcionamiento de Sutherland. Al comienzo de la vida embrionaria, la articulación esfenobasilar es una sincondrosis. Se localiza justo posterior a la silla turca y anterior al agujero magno, donde la proyección posterior del cuerpo del esfenoides se une con la proyección anterior de la base del occipital. Esta banda fina de material cartilaginoso conserva probablemente cierto grado de flexibilidad de por vida. Sutherland describió esta articulación incorrectamente como una sínfisis. Sus dibujos de la articulación como una sínfisis hacen uso de las características de la sínfisis para esbozar la hipótesis de la existencia de procesos de deslizamiento lateral anormal entre el esfenoides y el occipital, así como patrones de torsión, lateroflexión y flexión-extensión.
Los movimientos de torsión, lateroflexión y flexión-extensión pueden darse si se conserva cierta flexibilidad entre el esfenoides y el occipital. La relación de deslizamiento lateral entre el esfenoides y el occipital, que Sutherland denominó deslizamiento vertical o lateral, es bastante más difícil de conceptuar como inherente a una articulación que no es, de hecho, una sínfisis.
Histológicamente, la articulación esfenobasilar es una sincondrosis. Mantiene cierto grado de flexibilidad de por vida. Probablemente sea más correcto conceptuar las distorsiones anatómicas de los componentes de la sincondrosis esfenobasilar como secundarias a las disfunciones de las suturas de la base del cráneo y/o tensiones membranosas anormales dentro de la duramadre. Las relaciones esfenobasilares anormales probablemente no se mantengan mediante una distorsión primaria inherente a la relación anatómica entre el esfenoides y el occipital. La duramadre se inserta con firmeza en los huesos de la bóveda y base del cráneo como periostio y endostio. Las tensiones anormales sobre las membranas durales se transmiten, por tanto, a los distintos huesos en los que se insertan dichas membranas. Esta circunstancia produce el movimiento funcional anormal de estos huesos.
En el modelo de Sutherland, el esfenoides se consideraba la fuerza conductora del movimiento de los huesos del cráneo. Inevitablemente, hay que hacer esta pregunta: «¿Cuál es la fuerza conductora que se ejerce sobre el esfenoides?». Sutherland sugirió que el esfenoides se movía como respuesta a la fluctuación circulatoria del líquido cefalorraquídeo y su efecto sobre el sistema de membranas intracraneales. Concibió que la hoz del cerebro, las láminas de la tienda del cerebelo y la hoz del cerebelo eran partes de un sistema de membranas de tensión