Tóxicos invisibles. Ximo Guillem-Llobat
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Los datos se prestaban también a una evidente lectura política. El vino y los licores constituían un componente esencial de la dieta de amplios sectores de una población empobrecida y desnutrida. Convertir el alcoholismo en un problema de adulteración de las bebidas con productos industriales extranjeros y considerar que el papel de los gobiernos era el legislar y poner los medios técnicos para perseguir esta forma de fraude, permitía eludir el debate sobre las graves injusticias sociales que el alcoholismo ponía de manifiesto, además de proteger el consumo de un producto extremadamente rentable. No era la única lectura posible. La controversia sobre los alcoholes industriales caía en medio de un profundo debate político sobre la intervención de los estados en la regulación de los mercados. Y, también, en la pugna sobre los límites competenciales entre los estados y los municipios, muy importante en esas décadas finiseculares.
La crisis de los alcoholes ha desvelado otros debates más profundos y de larga duración. La discusión sobre el alcohol y los alcoholes era también una discusión sobre los límites entre lo natural y lo artificial, entre lo puro y lo impuro y entre lo venenoso y lo inocuo. ¿Era el alcohol industrial tóxico por ser artificial o lo era por la toxicidad de sus componentes y los productos de los que se obtenía? ¿Residían los beneficios del alcohol del vino en su origen natural? ¿Podían ser los alcoholes artificiales iguales que los naturales? ¿Era posible obtener productos naturales mediante procedimientos artificiales? ¿Dónde residía la diferencia entre lo natural y lo artificial? Estas y otras muchas preguntas son las que subyacieron al debate sobre los alcoholes y a ellas y a las contradicciones que de sus respuestas se derivaban tuvieron que enfrentarse sus protagonistas. Contradicciones especialmente intensas en un tiempo de alabanzas a la ciencia y la tecnología como motores del progreso humano.
Autores como De Hidalgo Tablada vieron con claridad estas contradicciones. Para este agrónomo y promotor de la modernización del campo, no debían confundirse las críticas a los vinos «artificiales», producidos gracias a los conocimientos de la química y los avances de la tecnología, con una resistencia al progreso de las ciencias y la industria. Afirmaba que nada tendría en contra de ellos si, como el vapor en el transporte terrestre y marítimo o la electricidad en las comunicaciones a distancia, las industrias del vino y los licores hubieran logrado mejorar el producto final mediante procedimientos más simples y económicos que los «naturales» utilizados hasta entonces. No era el caso, subrayaba De Hidalgo Tablada, pues el resultado no era, ni de lejos, el mismo, y, además, nunca podría serlo: por más que la química hubiese identificado hasta el último componente del vino, nunca sería capaz de sintetizar algo ni siquiera parecido al vino procedente de la uva cultivada en el campo (De Hidalgo, 1887c). Por todo ello, la crisis de los alcoholes industriales enfrentó a los grandes intereses económicos, agrícolas y comerciales vinculados al vino con el viejo debate sobre las fronteras entre lo natural y lo artificial, que tenía siglos de antigüedad y que se prolonga hasta nuestros días.
1. «El informe sobre alcoholes», Semanario Farmacéutico, XVI (7), 13/11/1887, p. 56.
2. «¡Qué trasiego de nombres químicos! ¡Qué modo de manejar el etílico y el amílico! ¡Qué confusión tan lamentable y qué afán de exhibir conocimientos improvisados!», exclamaba Gimeno (Gimeno, 1887: 9).
3. «Los alcoholes de industria», El Diario de Murcia, 09/08/1887, pp. 1-2.
4. «Última hora», El Constitucional, 18/08/1887, p. 3.
II. La (in)visibilización del riesgo de las fumigaciones cianhídricas al inicio
del siglo xx
Ximo Guillem-Llobat
Figura 1
Leandro Navarro y un operario muestran la toxicidad del ácido cianhídrico. Documental Fumigación de los olivos por medio del gas cianhídrico (1914).
Europeana. https://www.europeana.eu/es/item/08625/FILM00068074c_X
Las sociedades capitalistas más enriquecidas entraron en el siglo xx con una creciente preocupación por las plagas del campo (Whorton, 1974; Jas, 2007). El desarrollo de una agricultura de exportación cada vez más intensiva y basada en el monocultivo daría lugar a plagas más frecuentes y devastadoras; y con ellas llegarían nuevas regulaciones y el desarrollo de nuevos métodos de control (Romero, 2016). Estos métodos de control fueron fundamentalmente biológicos y químicos, y así fueron sustituyendo los métodos mecánicos que se habían aplicado con anterioridad. Se identificaron especies parásitas o predadoras de algunas de las plagas que afectaban los principales cultivos y se crearon insectarios para su reproducción y posterior introducción en el medio. Pero tampoco se descuidó el estudio de la lucha química contra las plagas. Empezaron a probarse toda una serie de compuestos de eficacia variable en la eliminación de una u otra plaga y entre ellos fueron tomando un especial protagonismo algunos de reconocida toxicidad como el arsénico, al que nos referiremos en el capítulo siguiente, y el ácido cianhídrico (hcn), en el que profundizaremos en este caso. En el análisis histórico de estos casos se constata la compleja relación entre percepción del riesgo y regulación. Si nos acercamos al proceso de introducción de estos plaguicidas ¿Podemos afirmar que su efectiva regulación depende de la capacidad de la ciencia para establecer los límites de uso seguro de estos compuestos o el riesgo asociado a ellos?
La imagen que abre este capítulo pertenece a uno de los primeros documentales rurales producidos en el Estado español: Fumigación de los olivos por medio del gas cianhídrico. El documental, que empezó a producirse en 1912 y tuvo como principal impulsor y protagonista al ingeniero agrónomo Leandro Navarro Pérez (1861-1928), muestra las bondades de uno de estos nuevos métodos de control, la fumigación cianhídrica. Cabe destacar, sin embargo, que más allá de los debates sobre la eficacia de dicho tratamiento, en este caso nos encontramos con un producto que se caracterizaba por su alta toxicidad. Como era bien sabido en aquel contexto, una exposición de unos pocos segundos al cianhídrico podía resultar letal (Vingut, 1999). Pero, ¿cómo se presentaron en la comunicación académica y sobretodo en la divulgación los riesgos asociados a dicho método de control de plagas? ¿Y qué nos sugiere dicho caso histórico sobre la gestión del riesgo químico