Tóxicos invisibles. Ximo Guillem-Llobat

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Tóxicos invisibles - Ximo Guillem-Llobat

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del ácido cianhídrico no estaba sujeta a debate aunque, como veremos, en algunos ámbitos se obvió a través del silencio y no tanto de una defensa explicita de su inocuidad. Relatos como aquel de un químico de Viena, Scharinger, que murió un par de horas después de que cayeran dos gotas de cianhídrico en su brazo, circulaban a través de la bibliografía médica de principios del siglo xx (Cebrián Gimeno, 1930). Sin embargo, dicha sensibilidad hacia el riesgo asociado al cianhídrico y a algunos de los reactivos utilizados en su producción (como el cianuro sódico y potásico) no aparece de manera clara en el documental de Navarro. El documental, de unos 18 minutos,5 empieza con un texto corto que indica que «este gas, también denominado ácido prúsico, produce la muerte instantánea de los animales sometidos a su acción». Al texto le sigue una secuencia (de la cual forma parte la imagen que introduce este capítulo) que no deja lugar a duda con relación al sentido que se le quiere dar a esta afirmación. Su elevada toxicidad en el mundo animal se interpreta en términos de eficacia como plaguicida y no en relación al riesgo que comporta. Solo así se puede entender que la secuencia muestre a Navarro sin ninguna protección generando el cianhídrico dentro de una campana de vidrio que contiene una paloma. El vídeo muestra la rápida muerte de la paloma y aunque Navarro se retira al generar el ácido cianhídrico, se puede observar la rapidez, casi explosiva, con la que se produce el gas y como este sale de la campana justo en el momento en el que un operario se acerca para acabar de colocar una manta sobre la campana (tal y como se observa en la imagen inicial de este capítulo). Sin duda, existe una cierta exposición al cianhídrico aunque sus caras parecen mostrar un esfuerzo por aguantar la respiración. A esta secuencia le sigue un nuevo texto en el que se vuelve a hacer referencia a la «cualidad tan intensamente venenosa de este gas» pero la secuencia posterior no evidencia ningún riesgo sino el trabajo tranquilo de los ingenieros en el reconocimiento del arañuelo del olivo, la plaga que era combatida con el ácido cianhídrico. Por tanto, probablemente el carácter venenoso del gas hacía nuevamente referencia a su eficacia y no a los peligros de salud ambiental que podía comportar.

      En lo sucesivo, el documental ya no vuelve a hacer ninguna referencia explícita a la toxicidad del producto pero nos muestra su aplicación en el campo y esto nos permite evaluar hasta qué punto se tuvieron en cuenta las medidas de seguridad consideradas en otros ámbitos como, por ejemplo, en la formación de los capataces fumigadores. Este documental, como otros que elaboró el mismo Navarro, fue proyectado y presentado en contextos muy diversos. Sus públicos objetivo no fueron por tanto necesariamente capataces agrícolas, y esto podría explicar que el detalle con el que se presentaron los riesgos no tuviera por qué coincidir con el que encontraríamos en los materiales dirigidos a aquellos que llevarían a cabo las fumigaciones. Sin embargo, la existencia de fuertes contradicciones entre las prácticas mostradas en el documental y aquellas consideradas óptimas desde la perspectiva de la seguridad, sin duda nos plantearía la necesidad de buscar una explicación a dicha contradicción. De hecho, esta contradicción se dio y sobre ella reflexionaremos, pero ¿qué supuso realmente la formación de capataces fumigadores?

      En agosto de 1911 el ingeniero valenciano Clemente Cerdá coordinó una serie de demostraciones con las que presentaba la fumigación cianhídrica a los agricultores. Este método de control de plagas se había introducido poco antes en la península ibérica y ya en aquel momento ingenieros como Antonio Maylin (1849-1916) plantearon la necesidad de establecer cursos de formación de capataces fumigadores para asegurar así el correcto desarrollo de dicha práctica (Guillem-Llobat, 2019). Un año más tarde, la recién creada Estación de Patología Vegetal de Burjassot organizó el primer curso de capataces fumigadores. Y al poco tiempo se estableció a nivel estatal que cada cuadrilla de fumigación debía incluir un capataz fumigador y que este debía disponer del título que durante muchos años solo pudo certificar el centro valenciano.

      Aquel 1912 ya se publicó, para la primera edición de estos cursos, un manual que contenía, entre otras muchas cuestiones, toda una serie de exigencias para la correcta y segura aplicación de la fumigación con ácido cianhídrico (Maylin, 1912). En general, esta fumigación, comportaba el uso de grandes lonas con las que se cubría el árbol que debía ser fumigado y posteriormente la producción del cianhídrico en la dosis adecuada bajo la lona. En un primer momento, para generar dicho cianhídrico se hacía reaccionar agua, ácido sulfúrico y cianuro potásico en un recipiente denominado generador. Cuando estos reactivos se unían el operario debía dejar inmediatamente la tienda (nombre con el que se conocía la lona dispuesta sobre el árbol) para evitar la exposición al cianhídrico, que se generaba al instante.

      Figura 2

      Entoldado de olivos antes de su fumigación. Documental Fumigación de los olivos por medio del gas cianhídrico (1914).

      Europeana. https://www.europeana.eu/es/item/08625/FILM00068074c_X

      Al iniciar la grabación del documental, en 1912, Navarro ya disponía del manual y, de hecho, elaboró aquel mismo año una memoria sobre nuevas aplicaciones de la fumigación cianhídrica que admitía partir de la experiencia valenciana en la fumigación de cítricos (Navarro, 1912; Navarro, 1924). La memoria de Navarro finalizaba con una sección de «Instrucciones para capataces fumigadores de olivos» elaborada por el ingeniero Antonio Quintanilla, agregado de la Estación de Patología Vegetal de Moncloa, que venía a reproducir, e incluso a ampliar, las medidas de seguridad prescritas en el manual de la estación de Burjassot. Pero todo parece indicar que Navarro no siempre consideró oportuno seguir en su documental las indicaciones sobre seguridad que se incluyeron tanto en el manual como en aquellas instrucciones.

      Así, por ejemplo, el manual recomendaba el uso de guantes de caucho al manejar el ácido sulfúrico y siempre que el operario tuviera algún tipo de herida en las manos también al manejar el cianuro potásico. Mientras que en las instrucciones de Antonio Quintanilla no solo quedaba recogida esta exigencia sino que se consideraba que el operario debería utilizar guantes de piel siempre que manipulara el cianuro. Y sin embargo el documental muestra en todo momento operarios que trabajan sin ninguna protección en las manos. Tanto el manual como las instrucciones, también advertían sobre la necesidad de evitar que el operario respirara los «polvillos que se desprenden al [remover los cianuros]» y evitar que pudieran caer al suelo. Pero el documental nos muestra a un operario que utiliza primero una especie de pequeña pala para pesar el cianuro en una báscula, pero que después retira con la mano parte del cianuro y la deja en un extremo de la mesa sin precaución alguna. La manera en que actúa no parece ser garantía de que no caiga parte al suelo y la exposición directa del operario es evidente.

      Tampoco se observa que los operarios sigan la recomendación de lavarse las manos antes de fumar (de hecho, en la imagen con la que iniciábamos el capítulo se muestra un operario fumando en el transcurso de la operación). Mientras que otras cuestiones que ya se citan en el manual de 1912, pero ciertamente recibirán más atención en posteriores ediciones, como es el hecho que el viento puede hacer desaconsejable la práctica de la fumigación, tampoco parecen ser coherentes con lo que nos muestra el documental. Las instrucciones de Quintanilla, por su parte, ya planteaban, en este sentido, que se deberá «suspender los trabajos cuando haya un viento superior a una brisa suave y viento borrascoso o con lluvia». Sin embargo, llama la atención en el documental la presencia de un fuerte viento que levanta las lonas y que de estar fumigando implicaría peligrosas fugas del cianhídrico.

      Todos estos elementos parecen indicar que no existe en el documental de Navarro un tratamiento adecuado de los riesgos asociados a estas fumigaciones. Tal y como indicábamos, esta cuestión no se trata de manera explícita en el documental y de hecho las actuaciones que muestra ni siquiera son coherentes con las medidas de seguridad ya exigidas en el principal manual para la formación de capataces fumigadores. ¿Qué puede explicar esta disfunción entre la peligrosidad atribuida al ácido cianhídrico en los manuales y en el documental de Navarro?

      Podemos

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