La organización familiar en la vejez. Ángela María Jaramillo DeMendoza
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La aceptación del sentimiento de soledad facilita explorar los propios recursos personales, en la medida en que las dificultades que hacen parte de la experiencia de soledad son las que hacen posible el aprendizaje de la autonomía y el amor propio:
De forma general, las personas que pasaron solos buena parte de su infancia, al haberles permitido desarrollar sus capacidades de observación, tienen más posibilidades que otras de desarrollar capacidades creativas y se inclinarán preferentemente a actividades que exijan concentración e imaginación. Estas mismas personas, ya adultas, no sentirán una constante necesidad de presencia del otro y antepondrán su actividad creativa a su vínculo amoroso o conyugal. (Hirigoyen, 2013, p. 181)
En este sentido, la soledad puede ser una experiencia de aprendizaje que, según la forma como se viva, prepara para la autonomía y la madurez cognitiva, que reconoce la necesidad de valerse por sí mismo como para la adecuada adaptación al mundo moderno, masivo y despersonalizado.
El aprender a estar solo puede fortalecer a los sujetos frente las separaciones y duelos que hacen parte de la vida. La negación o evitación de la soledad es un indicador de dependencia aprendida desde la infancia, que en la adultez y la vejez puede incrementar los sentimientos de dolor, frustración y abandono (Hirigoyen, 2013). La aceptación de la soledad como condición humana implica para las personas y la sociedad otra forma de ver y entender el mundo; requiere habilidades cognitivas que le permitan al sujeto disfrutar de su propia compañía y encontrar en la soledad una fuente de autoconocimiento y creación. Cognitivamente, la atención de los sujetos ha pasado de estar centrada en los otros para estar referida a sí mismo. Moustakas (1961 y 1972, citado en Peplau y Perlman, 1982) propone una mirada existencial de la soledad, en la que la entiende a modo de una fuerza creativa, una oportunidad para que las personas aprendan de ellos mismos para avanzar en sus vidas.
Solidaridades/redes
Uno de los aspectos que más influyen en que la residencia unipersonal sea una experiencia social satisfactoria, y no de aislamiento social, son las redes de apoyo. Estas son de tipo familiar o institucional, pero son centrales en la medida en que constituyen los soportes para enfrentar la cotidianidad, pero especialmente los momentos de adversidad, como la enfermedad o las dificultades económicas. En este sentido, las solidaridades constituyen un apoyo fundamental para que la residencia unipersonal no sea una forma de exclusión social, de soledad.
Los hijos, los amigos y los vecinos son parte fundamental en la experiencia de la soledad. La relación de pareja o el matrimonio y la familia son las mejores formas de pertenencia a los grupos sociales más amplios. La relación con una iglesia, la participación en la fuerza de trabajo, el trabajo voluntario y ser miembro de asociaciones de voluntariado son otras estructuras que integran a los sujetos en la sociedad. Adicionalmente, brindan cohesión, sentido de pertenencia y son protectoras contra la soledad subjetiva (De Jong Gierveld, 1998).
Desde la perspectiva cognitiva, Peplau y Perlman (1982) definen la soledad como “una experiencia desagradable que se presenta cuando las redes sociales de las personas son deficientes, en términos cualitativos o cuantitativos” (p. 5; traducción de la autora). Esta definición incluye tres aspectos: 1) la diferencia entre la soledad objetiva y la subjetiva, 2) se relaciona con un déficit en las relaciones sociales que se define a partir de la diferencia entre las relaciones actuales y las que desea la persona y 3) es aversiva, y se relaciona con sentimientos de depresión, ansiedad, vacío y desesperación. En este sentido, los estándares personales que se concretan en la evaluación y valoración de sus relaciones influyen en la soledad. La percepción de los déficits relacionales puede ir en detrimento de la salud mental.
Hay otro enfoque de tipo cognitivo multidimensional que considera, adicionalmente, las normas y estándares de vida que condicionan a las personas que hacen parte de esa sociedad. En esta aproximación se tienen en cuenta tres aspectos: 1) los sentimientos asociados a la ausencia de una unión íntima, de vacío o de abandono; 2) la perspectiva de tiempo, en el que las personas consideran que es posible cambiar la situación y no culpan a los demás o a ellos mismos de esto, y 3) los distintos sentimientos de dolor, tristeza, frustración y desesperación. Una de las principales diferencias respecto a la perspectiva de Peplau y Perlman es la posibilidad que tiene el sujeto de actuar para transformar su soledad en la medida en que incluye una perspectiva temporal y de responsabilidad consigo mismo (De Jong Gierveld, 1998).
Las redes se reconocen como una de las formas de enfrentar adecuadamente el estado de separación y aislamiento del ser humano. Para algunos, las amistades, así como el entretenimiento, los viajes, la filantropía, el sexo, la erudición, etc., pueden ser formas de manejar la soledad, ya que distraen y facilitan el olvido (Mijuskovic, 2012). Sin embargo, hay posturas que privilegian los amigos cercanos y el grado de intimidad en las relaciones románticas, más que las actividades sociales (Russell, Cutrona, McRae y Gómez, 2012). Se considera más importante la calidad de las relaciones que la cantidad respecto al sentimiento de soledad, por lo que no es suficiente con estar rodeado de personas; hay que sentirse conectado con al menos una de ellas. La soledad no es sinónimo de sentirse solo. Es importante analizar el contexto y las relaciones socioafectivas de las personas que viven independientes. Esto amplía la pregunta por la soledad, ya que es posible que muchas personas que viven solas no se sientan aisladas, y que muchos viejos que viven acompañados se sientan aislados.
Otra característica importante de la red es su composición heterogénea, ya que permite establecer relaciones de diferentes tipos y niveles. Como las de parientes (hijos, hermanos, sobrinos...) y no parientes (amigos, vecinos, colegas, etc.). La diversificación de los apoyos emocionales e instrumentales muestra la funcionalidad y capacidad de cohesión de la red. Dependiendo de las situaciones, el apoyo emocional puede ser relevante; mientras que en otras es el instrumental. Uno de los aspectos que participa en la terminación de las relaciones es la reciprocidad. En la vejez esto puedo aumentar los riesgos de soledad, por ejemplo, cuando los hijos o familiares no brindan ningún tipo de soporte y la persona mayor sigue apoyando en términos materiales o afectivos la vida familiar (De Jong Gierveld, 1998).
Las redes se convierten en un asunto cada vez más importante, si se considera que los tamaños de las familias han venido en un progresivo descenso, lo que afecta la cantidad de relaciones disponibles para las personas. Adicionalmente, con el tiempo, las relaciones más íntimas, como esposo(a) y padres se van perdiendo. Las posibilidades de actualizar y agrandar las redes sociales en la vejez se reducen, ya que las personas han salido de algunos contextos de socialización como el trabajo. Otros aspectos personales, como la timidez, las habilidades sociales, la asertividad y el concepto del sí mismo pueden limitar o facilitar la actividad social de las personas mayores. Esto depende de la evaluación subjetiva de la red, así como las normas y valores sociales que orientan la interpretación que las personas hacen de su situación de soledad, valorándola como algo positivo o negativo que se puede transformar o no (De Jong Gierveld, 1998).
Los hogares unipersonales en la vejez, contexto internacional
En octubre del 2013, el secretario de Salud de Inglaterra, Jeremy Hunt, mencionaba en una conferencia que cerca de cinco millones de personas consideraban la televisión su mayor compañía. Cerca del 46 % de las personas mayores de 80 años reportaba sentimientos de soledad permanentes o frecuentes. Para la salud de las personas, comparaba el vivir solo con los efectos negativos que puede tener el cigarrillo o el alcohol en exceso, y cómo el riesgo de institucionalización o enfermedad en la vejez aumenta con la soledad subjetiva. En su discurso rescataba el contrato social de sociedades como las asiáticas, en las cuales se reverencia y respeta al viejo, así como el cuidado que se le brinda en el hogar. Por lo que uno de los desafíos de las sociedades envejecidas es restaurar y revitalizar