La organización familiar en la vejez. Ángela María Jaramillo DeMendoza
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Recientes posturas psicoanalíticas han mostrado que es posible dominar y tolerar los dolorosos sentimientos de angustia por la separación mediante un trabajo terapéutico en el que se intenta hacer conciencia sobre el dolor de ser un individuo separado y solo. La aceptación de esta condición humana puede abrir paso a los potenciales y riquezas de esta condición, en especial los relacionados con la creatividad e identidad, en la que el sujeto descubre sus particularidades y las de los otros. Es una posibilidad para el autoconocimiento y el de los otros, con mayor autenticidad, ya que el sujeto se expresa desde su particular forma de ver y existir. Puede pasar de ser una irreversible condición de vida a una oportunidad de cambio personal y social (Quinodoz, 2015).
Otros enfoques han mostrado cómo la forma en la que se experimentan las pérdidas varía según los recursos personales y sociales que tengan los individuos. Estos se conocen como mecanismos protectores, se utilizan para la resiliencia personal y facilitan la adaptación al evento traumático. Una de las características personales que se destacan es el sentido del optimismo, aun cuando se reduce con los eventos de ruptura, que constituye un recurso importante para la recuperación del equilibrio de la persona, ya que le permite a la persona creer que es una experiencia que se puede transformar. El optimismo se encuentra más presente en las personas casadas y en las separadas, que en las viudas (Ben-Zur, 2012).
El mayor predictor de la soledad en la vejez es la salud mental pobre, especialmente la depresión. La soledad y la depresión se condicionan mutuamente; es probable que la soledad crónica lleve a la depresión, pero también es posible que la depresión deteriore las relaciones de la persona y la lleven a la soledad. En este sentido, las causas y los efectos de la soledad son bidireccionales (Peplau y Perlman, 1982). Las terapias que se puedan hacer desde la niñez, adultez y vejez a los que tengan procesos de deterioro mental pueden ser muy valiosos para evitar el aislamiento social y el deterioro de la calidad de vida (Cattan, White y Bond, 2005).
Un aspecto central de los seres humanos es el deseo de conexión con los otros. El cerebro se desarrolla en conexión con los otros, y la experiencia de sentirse en relación con los demás es central para sobrevivir en las edades iniciales del ser humano, pero también para el adecuado desarrollo cognitivo. Sentirse conectado con los otros no es solo un deseo, sino una necesidad (Robinson, 2013). La desconexión de los otros y la ausencia de un propósito pueden derivar en sentimientos de miedo, dolor y rabia, con consecuencias desagradables para las personas y sus colectivos, ya que se favorecen condiciones de desintegración social, así como el incremento de los conflictos y el deterioro de las relaciones (Allen, 2014).
Peplau y Perlman (1982) Robert Weiss intentó integrar la perspectiva psicológica y la sociológica, ya que consideraba que la soledad no es un problema que dependa de los rasgos de la personalidad o de las situaciones. Es la interacción entre las vulnerabilidades personales y las condiciones sociales la que produce la soledad, la cual clasifica en dos tipos: la emocional, asociada a la ausencia de un vínculo íntimo que proveen los padres, esposos o amigos íntimos, y la social, que responde a la carencia de sentido de las relaciones sociales asociadas con un grupo de amigos o colegas (Peplau y Perlman, 1982).
Según Carl Rogers (citado en Peplau y Perlman, 1982), los roles y expectativas sociales se vinculan con los sentimientos de soledad, a partir del concepto del sí-mismo y la identificación de lo que exista con lo esperado socialmente. Define la soledad como la expresión de un ajuste inadecuado entre el sujeto y la sociedad, que está asociado a las expectativas de los otros y a los sentimientos de rechazo. En 1957, una encuesta sobre el comportamiento de los americanos mostraba que más de la mitad de los encuestados respondió que las personas solteras eran enfermas, inmorales o neuróticas, y una tercera parte los veía de forma neutral. En 1976, solo la tercera parte tenía una percepción negativa y la mitad era neutral (Klinenberg, 2012).
Ocupación
La ocupación es otro aspecto que influye en el tipo de residencia. En la mayoría de los países europeos, los pensionados son las personas que tienen más probabilidades de vivir solos, y ello hace parte de los efectos del mejoramiento de las condiciones materiales de las sociedades industriales. En pocos países como Hungría y Rumania se presenta una situación distinta: la población que sigue trabajando después de los 65 años tiene mayores probabilidades de residir sola (Zueras y Gamundi, 2013). Esto plantea distintas situaciones económicas que pueden condicionar la residencia unipersonal, ya que no es lo mismo vivir solo, dependiendo del trabajo, que hacerlo con la seguridad económica de una pensión. Es posible que las personas que trabajan, en especial en los países con economías débiles y alta desigualdad, lo hagan como una obligación para sobrevivir y no por el gusto de seguir activos laboralmente, lo que puede hacer del trabajo algo estresante e injusto, respecto a las personas que tienen una pensión y trabajan porque lo desean.
En estos casos, el trabajo se convierte en una fuente de injusticia, dependencia y desigualdad para las personas mayores; sin embargo, la población pensionada enfrenta otros problemas respecto al trabajo ya que, en estos casos, es posible que la persona quiera seguir laborando y, por la edad, no se le permita. Es importante tener en cuenta que el trabajo, además de ser la base para el sostenimiento de la vida material, representa una forma de sentirse parte de la sociedad, en general, y de un grupo, en particular. Es una forma de recibir motivación social, de sentirse útil y funcional. Una de las principales preocupaciones de la soledad en la vejez es la desconexión social que se relaciona con los sentimientos de desvinculación, no pertenencia e inutilidad, lo cual deteriora la calidad de vida de las personas. El sentido de soledad en los mayores puede ser muy profundo, y se puede convertir en patológico. El retiro laboral y la pérdida de un rol social, así como la habilidad de ser útil y el vacío de pasatiempos, son las principales causas de los estados depresivos en los mayores. Adicionalmente, la pérdida de habilidades cognitivas puede ir reduciendo los logros que podían obtener en el pasado (Romeo, 2013).
Educación
La educación es otro factor asociado con la residencia unipersonal. En Europa, un mayor nivel educativo se asocia con una mayor independencia residencial (Palloni, 2001; Bongaarts y Zimmer, 2002). Sin embargo, en las sociedades con mayores desigualdades socioeconómicas, la residencia unipersonal no se observa como un resultado de acumulación de recursos sociales y económicos, sino que puede resultar del debilitamiento de la red familiar, así como del fallecimiento de familiares y amigos. Es decir, es posible que, en la mayoría de los casos, la soledad no sea una búsqueda racional y anhelada, sino algo impuesto por los acontecimientos. Ello puede llevar a un gran malestar si no se ha desarrollado la capacidad de estar solo que puede ser una habilidad cognitiva importante que facilita el reconocimiento de los sentimientos propios, el desarrollo de la imaginación creativa y la capacidad de lidiar mejor con las pérdidas. Esto requiere un aprendizaje temprano desde la infancia, en la que la felicidad