La organización familiar en la vejez. Ángela María Jaramillo DeMendoza

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La organización familiar en la vejez - Ángela María Jaramillo DeMendoza

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a las sociedades en las que la función social de mujer todavía se encuentra centrada en las actividades domésticas (Légaré, 2004).

      Los efectos mencionados muestran que el envejecimiento y la vejez son asuntos de interés para las ciencias sociales, pues replantean las nociones de tiempo y edad como categorías universales, abstractas y objetivas, que determinan el sujeto cronológica y fisiológicamente. Se reconoce una “temporalidad” que introduce una concepción cualitativa de los tiempos sociales ligados a las actividades humanas que permite estudiar los tiempos concretos y heterogéneos de los modos de vida, así como las transformaciones en las formas de organización social (Membrado, 2010). El estudio de los arreglos residenciales de las personas mayores permite conocer la influencia del envejecimiento en la dinámica y desarrollo de la sociedad, así como las formas en las que las personas responden a las tensiones que implica este cambio social.

      Al hablar de las familias de los ancianos, es importante distinguir entre hogar y familia. Aunque pueden ser equivalentes, la diferencia se halla en su particularidad: mientras que la familia se refiere a una unidad biológica natural,3 el hogar es unidad económica y residencial (Marc, 2004; Ruiz y Rodríguez, 2011); pero su interpretación no se puede reducir a estos rasgos, ya que el significado y sentido varía según las condiciones sociales e históricas. Su carácter diverso hace que la comprensión de la familia y el hogar no tenga valor, sino una vez definidos en un contexto preciso.

      La familia se puede analizar en cuanto a su estructura, funciones y dimensiones relacionales y transaccionales (intrafamiliar y con el exterior). Entre tanto, la noción de hogar la concibieron los estadísticos y los demógrafos en las sociedades occidentales en búsqueda de una unidad estadística de observación operacional que permitiera contar los individuos sin omisión, ni doble registro, en los censos y encuestas. Su objetivo no ha sido, ni es, el estudio de la familia. Sin embargo, esta noción es la que ha orientado el estudio de las formas de la familia (Pilon, 2004).

      La pertinencia del hogar ha sido muy discutida (Netting et al., 1984; Amira, 1987; Lacombe y Lamy, 1989; McDonald, 1992; Burch, 1993; Sala Diakanda, 1988, citado en Pilon, 2004). Es posible cohabitar con alguien sin ser pariente, especialmente en las ciudades; pero también se puede ser pariente y vivir separado. Un ejemplo son las ciudades africanas, donde es relativamente común la no corresidencia entre esposos y niños dependientes, en parte debido a la poligamia. Por otra parte, la unidad residencial no coincide necesariamente con las unidades de producción y de consumo; pueden ser distintas, con una formación conducida por los distintos valores de cada sociedad. Es posible que varias formas de producción y consumo coexistan en el interior de una sociedad (Pilon, 2004).

      El hogar no es un hecho que se da al azar. Es una de las formas de agrupamiento de los individuos que, independiente de sus lazos familiares, se reúnen en un mismo lugar para vivir cotidianamente durante algún tiempo. Es el reflejo de una realidad social y una vivencia personal. Por lo general, los lazos familiares conducen y condicionan los arreglos residenciales. En ese sentido, el hogar es una situación que puede coincidir con la familiar y económica. Allí se encuentra su utilidad para el estudio de la familia, como una variable indirecta (Marc, 2004; Pilon, 2004; Ruiz y Rodríguez, 2011).

      Como lo menciona Pilon (2004), las teorías acerca de la evolución de la familia han sido objeto científico desde la segunda mitad del siglo XIX (con Comte, 1851; Engels, 1884; Le Play, 1887; Durkheim, 1888), sobre todo a partir de 1920, bajo la influencia de los sociólogos americanos de la escuela del interaccionismo de Chicago. Después de la Segunda Guerra Mundial se vio la emergencia de una teoría general del cambio social: la teoría de la modernización, a la que se articula la teoría de la transición demográfica y aquella de la nuclearización de la familia. Talcott Parsons mostró la convergencia de los sistemas familiares hacia el modelo nuclear. Según su teoría, el proceso de modernización a través de la industrialización y la urbanización contiene el paso de la familia extensa, tradicional, a la familia nuclear, moderna. Esta evolución expresa, a la vez, un cambio de estructura y funcionalidad de la familia, así como de los roles masculinos y femeninos internamente. La familia nuclear–desconectada del resto de los parientes– se presenta como el modelo familiar más adaptado a las condiciones económicas de la sociedad americana contemporánea (Pilon, 2004).

      De acuerdo con Ruggles (1987), tanto los funcionalistas estructurales como los teóricos de la modernización afirmaron que el desarrollo económico explicaba el cambio de la familia extensa a la nuclear. Para los primeros, la familia extensa era el centro de la actividad productiva en el mundo preindustrial. En ese momento, todos los miembros de la familia, incluidos los mayores, tenían un rol económico en la familia. Tal organización la destruyó el paso a la industria. La familia nuclear sobrevivió al cambio, porque era funcional a estas nuevas condiciones. En tal sentido, las personas mayores perdieron su rol productivo y fueron desvinculadas por la familia y la sociedad. Para los segundos (los teóricos de la modernización), la influencia económica es menos directa, ya que hace parte de un conjunto de condiciones como el crecimiento económico, las migraciones, la individualización o la desvalorización de las costumbres, que redujeron el valor de los lazos extensos. Estos cambios hicieron que se revaluara la utilidad de las personas mayores, lo que facilitó la desintegración de la familia extensa. Ambos enfoques consideran que la familia extendida se asocia con la utilidad de los parientes, con sus costos y con beneficios. Su expansión, y posterior transformación hacia la nuclearización, se explica exclusivamente como una adaptación de las familias y la sociedad a las condiciones económicas. Este tipo de enfoque ha ocupado un lugar central en la comprensión de la formación de la familia.

      La idea de la relación entre los desarrollos económicos y las formas de organización residencial comenzó a mediados del siglo XIX, con Le Play,4 cuando observó que con el crecimiento de la manufactura se crearon las posibilidades para que las familias compuestas por la pareja y sus hijos solteros vivieran separados de las generaciones más viejas (Nisbet, 2009).

      En oposición, se encuentran perspectivas relativistas e históricas que desde 1970 cuestionan la teoría de la nuclearización, mostrando que la familia extensa fue un modelo dominante, pero no exclusivo de la familia antigua, y que la familia nuclear no es la forma definitiva y universal de la familia moderna. El desarrollo de los trabajos de demografía histórica desde 1950 contribuyó a mejorar el conocimiento de la dinámica y evolución de las familias en los países europeos. Ello permitió revelar imágenes distorsionadas sobre el pasado y cuestionar el mito de la familia extensa como soporte de una fecundidad elevada, así como cuestionar la teoría de la nuclearización (Pilon, 2004).

      La investigación de Ruggles (1987) sobre el crecimiento de la familia extensa en el siglo XIX, en Inglaterra y América, demuestra que la explicación económica es insuficiente y poco acertada para comprender los cambios en las formas de organización residencial. El autor critica el enfoque económico, porque homogeneiza la familia extendida de los siglos XIX y XX, utilizando el supuesto de que si los insumos crecen, las familias también, sin considerar que no son las mismas familias, en términos económicos, las que tienen la composición extensa en los siglos XIX y XX. Su estudio demuestra la influencia de la cultura y la demografía en la formación y generalización de la familia extensa del siglo XIX. Al contrario que en el siglo XX, la familia extendida no era una respuesta adaptativa a la pobreza;5 era la expresión de un lujo de los que gozaban las familias de clase media y alta, entendidas como aquellas que tenían sirvientes, y su ocupación se ubicaba en la burguesía. Para ese momento, hacerse cargo de alguien no era una estrategia para sobrevivir económicamente, sino la obligación de una carga adicional. En este sentido, la generalización de la familia extensa no es una adaptación funcional a las nuevas condiciones sociales, sino una de las consecuencias indirectas de los cambios en las condiciones sociales.

      Según Ruggles (1987), la comprensión de los cambios en las

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