La organización familiar en la vejez. Ángela María Jaramillo DeMendoza
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Se supone que con las nuevas generaciones llegan nuevos comportamientos que se originan en condiciones distintas de las anteriores generaciones y permiten adquirir nuevas orientaciones simbólicas que surgen de los avances sociales acumulados. Las personas que van naciendo tienen nuevos accesos a los ambientes culturales acumulados. Los nuevos accesos se caracterizan por los modos de aprendizaje que van variando en el tiempo según las condiciones económicas, tecnológicas y afectivas de cada momento; es el proceso de apropiación, interiorización y desarrollo con lo que se tiene a disposición. La posibilidad de que cada nuevo integrante de la especie humana pueda llegar en condiciones distintas a las de sus antepasados favorece la construcción de nuevos mundos simbólicos posibles que puedan orientar comportamientos diferentes a las anteriores generaciones que modifiquen la forma de ver e interpretar el mundo. Un ejemplo son las generaciones de mujeres que nacieron en Colombia después de la segunda mitad del siglo XX. El acceso a educación, trabajo, participación política y planificación familiar posibilitaron la emancipación de su función reproductiva y doméstica, lo que resignificó su destino en la familia y la sociedad. Estas generaciones construyeron orientaciones simbólicas diferentes a las de sus madres y abuelas, para quienes la maternidad y la actividad doméstica constituían los propósitos centrales de la existencia femenina (Wenger, 1998). Para Mannheim,
la irrupción de nuevos hombres hace, ciertamente, que se pierdan bienes constantemente acumulados; pero crea inconscientemente la novedosa elección que se hace necesaria, la revisión en el dominio de lo que está disponible; nos enseña a olvidar lo que ya no es útil, a pretender lo que todavía no se ha conquistado. (1993, p. 213)
De acuerdo con el autor, los individuos que nacen son nuevos portadores de cultura; mientras que los que mueren representan la salida de los anteriores portadores del mundo simbólico. El olvido de lo que se va con las anteriores generaciones –como el recuerdo que conserva la acumulación cultural– es necesario para la reproducción y la continuidad social. Lo que se conserva se asocia con la relevancia y disponibilidad que tienen en el presente. Lo tradicional se acomoda a las nuevas situaciones mediante modelos conscientes e inconscientes según las posibilidades que brinda el presente. El conocimiento se va obteniendo a partir de la vivencia, de la experiencia. Gracias al constante rejuvenecimiento de la sociedad, es posible desarrollar nuevas herramientas, nuevos significados y sentidos de vida que se configuran en la formación de nuevos individuos, expuestos a condiciones diferenciales que muestran nuevos potenciales para el cambio social y nuevas orientaciones del comportamiento (Mannheim, 1970). Por esto, asuntos como los arreglos residenciales se transforman con el paso del tiempo, ya que, según las condiciones históricas en las que se forman los sujetos, organizan su vida familiar y residencial. Un ejemplo es la posibilidad que tienen los ancianos contemporáneos de vivir de forma independiente, distinto a sus padres y abuelos, quienes por lo general lo hicieron en grupos familiares compuestos por distintos parientes.
Con la lógica de las cohortes, la situación y la posición social experimentada en la vejez se comprenden como parte del curso de vida que se va definiendo por los acontecimientos, las decisiones y las conductas de los individuos en etapas anteriores de su trayectoria. Ello permite un acercamiento al análisis de la importancia de los cambios que se producen en la vejez dentro del contexto de la existencia evolutiva de los individuos, sus familias y sociedades, incluidos en el análisis distintas variables como la situación laboral anterior, las pautas de matrimonio y fecundidad, el nivel educativo, la ocupación, los ingresos, entre otros (Véron, 2007, citado en Jaramillo, 2012).
Las cohortes de personas mayores se suceden, pero no se parecen; cambian según sus características socioeconómicas (Légaré, Marcil-Gratton y Carrière, 1991). En ese sentido, resulta interesante establecer las diferencias económicas, sociales y culturales entre las distintas cohortes a medida que pasa el tiempo y se despliega la sociedad. Esto puede aportar evidencia para mostrar la estrecha relación existente entre estructura socioeconómica y envejecimiento, ya que “por un lado, los cambios en las estructuras sociales alteran el proceso de envejecimiento individual y, por otro, cambios en el proceso de envejecimiento individual producen cambios estructurales” (Programa de Población y Desarrollo Local Sustentable, 2007, citado en Jaramillo, 2012, p. 90). Un ejemplo es el proceso de centralización e institucionalización de la protección social, que favorece las posibilidades de independencia económica en la vejez. Asimismo, las oportunidades de continuidad laboral como una alternativa de actividad en la vejez pueden contribuir en la producción económica y avance social del país.
Consecuencias del envejecimiento demográfico
La demografía del envejecimiento es un campo nuevo que favorece la comprensión del envejecimiento y la vejez como un fenómeno dinámico y abierto que depende de la evolución social de cada grupo humano. Es una perspectiva diferente a las disciplinas de la gerontología y la geriatría que incluye el análisis de las condiciones demográficas y sus contextos. Uno de sus principales intereses es establecer las consecuencias económicas, sociales y culturales del envejecimiento demográfico (Légaré, 2004; World Health Organization y National Institute on Aging, 2011).
El análisis de la solidaridad es una de las principales implicaciones económicas, y se refiere a las personas dependientes que se encuentran a cargo de los que no lo son. En las sociedades más tradicionales, la solidaridad familiar es la encargada de asumir los costos de la dependencia; mientras que en las sociedades modernas esta función la ocupa el Estado, con el fin de asegurar a los jóvenes una formación adecuada para la vida profesional, y a las personas mayores un tiempo de descanso, luego de las labores de la vida activa (Légaré, 2004). Esto se conoce como solidaridad intergeneracional. Cada generación se convierte en un apoyo para la siguiente, pero ¿qué pasa cuando hay menos hijos? ¿Los valores o sentidos de obligación cambian? ¿Quién apoya? (Véron, 2007).
En las consecuencias sociales se destacan los modos de vida. En los países industriales de Occidente, la forma más común de vida es la pareja, que varía por los efectos de las separaciones y la viudez. Al no vivir con pareja, la corresidencia con otros es reflejo de una cierta dependencia física, afectiva o económica. Sin embargo, en regiones como América Latina y el Caribe, las personas mayores, con pareja o sin esta, viven por lo general en familias extensas, pero con el proceso de urbanización y la generalización de espacios habitacionales cada vez más pequeños se problematiza este tipo de arreglo (Légaré, 2004).
Respecto a las implicaciones culturales, se destaca la etnia y la religión como dos de las características que distinguen las sociedades. En regiones como América Latina y el Caribe, se debe afrontar un envejecimiento particular que combina la expansión simultánea de las poblaciones jóvenes y viejas, diferente a los países industrializados. Asimismo, el sexo, el estado civil y el nivel educativo hacen que la función social de las personas mayores varíe