El último genio del siglo XX. Yuri Knórosov . Galina Ershova

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El último genio del siglo XX. Yuri Knórosov  - Galina Ershova Akadémica

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educación de todos los niveles, los internados especiales para los niños de familias nómadas, la movilidad social, la liberación del reclutamiento, etcétera. Y de repente… ¡una prohibición de la supervivencia! Seviyan Vainshtein decidió escribir una carta «a la persona principal después de Stalin en el país –Malenkóv». La administración de la mgu reaccionó de inmediato: Seva fue expulsado del Komsomol e incluso le prohibieron asistir a clases. El estratega Tolstóv tuvo que hacer muchos esfuerzos increíbles para lograr que los «de arriba» revisaran oficialmente la situación con los quetos. Los resultados de la revisión le dieron completamente la razón a Seva. ¡Y fue restituido!, tanto en Komsomol como en la Facultad. Además, Tolstóv envió nuevamente a Seva con los quetos. Más adelante, los materiales de la expedición fueron presentados en el Instituto de Etnografía, en el grupo Sever (Norte) de M. G. B. Levin, en la sección de chamanismo. Por orden personal de Tolstóv, el informe de Vainshtein se publicó en Mensajes breves del Instituto de etnografía, en 1950.

      Sorprendentemente, según los recuerdos de Aleksandr Plunguyán, el papel de Seva Vainshtein en las relaciones con Knórosov es comparable con el papel de Tolstóv o Tókarev en su vida. Tiempo después, el propio Seviyan Izrailevich Vainshtein se acordaba de aquellos tiempos y decía: «Mi vecino era Yura Knórosov. Él se entregaba por completo a la ciencia, recibía su beca e inmediatamente compraba libros, y luego pedía prestado a todos. Se alimentaba con agua y pan. Se dedicaba al desciframiento de la escritura maya…» Ambos eran verdaderos científicos y ambos eran muy dedicados; por lo tanto, apreciaban mucho estas cualidades en los demás…

      Mientras tanto, la vida de todos los estudiantes (o, en dado caso, de casi todos, excepto aquellos que habitaban dentro de los muros del Kremlin), y no solo de los estudiantes de esos tiempos, no era nada fácil. El hambre los perseguía constantemente. Cada uno debía tener sus tarjetas para los productos y para el pan. Sin ellas, según los recuerdos, se podía comprar solamente una masa extraña de soya llamada syrki («quesos»). Algunos estudiantes astutos adquirían en la farmacia el aceite de pescado que se podía recibir únicamente con receta médica. Luego, con este aceite apestoso se freían aquellos syrki incomibles; de lo contrario, era imposible llevarlos a la boca, aun muriendo de hambre. La misma receta para el aceite de pescado se podía presentar en la farmacia varias veces, mientras el papel gris no se desgastara por completo. Por eso era necesario borrar y falsificar constantemente la fecha de emisión de la valiosa receta, que se recibía una sola vez y por puro milagro. Yura Knórosov no solo sabía dibujar a la perfección, sino que también tenía una letra caligráfica. Probablemente desde entonces apreciaba mucho en sus colegas la capacidad de falsificar las firmas. Mucho más tarde, cuando yo necesitaba enviar urgentemente a alguien una carta de poca importancia en su nombre, la firma «Y. Knórosov» la escribía mi hija Anna Ovando, que en aquel entonces era una escolar que también tenía una hermosa letra y capacidades para la pintura. Yuri Valentínovich apreciaba mucho su talento, pero, pensativo, y al parecer sin sombra de humor, también añadía: «La firma es algo fácil. Hay que aprender a falsificar los sellos…» Nosotros nos reíamos de esta «broma», y nunca nos pasó por la cabeza que detrás de esto, como siempre, se ocultaba una cierta verdad que al parecer era bastante severa.

      Siendo una persona extraordinaria, ya desde esa época Knórosov causaba un gran impacto en las personas. Según los recuerdos de Mira Gueffen, cuando Yuri aparecía en la cátedra y comenzaba a hablar, el público guardaba silencio inevitablemente. Algunos se sorprendían, otros se reían, pero la mayoría lo escuchaba con mucha curiosidad. El estudiante Knórosov era percibido como un científico independiente hecho y derecho. Así lo percibían tanto los estudiantes como los profesores; principalmente Tókarev y Tolstóv, que desde el principio lo valoraban mucho.

      Además, a pesar de que Yuri no hubiera participado en combates, había probado lo peor de la guerra, y por ello los escolares recién graduados lo incluían en el grupo de los estudiantes adultos de cursos mayores que pasaron por la Gran Guerra Patria y eran soldados u oficiales desmovilizados.

      ¡Qué cosa tan increíble es la memoria! Ella pasa a través del tiempo y como una confesión manifiesta toda la esencia de la persona por más que la persona trate de embellecerla o de justificarla. La misma época, el mismo lugar, los mismos acontecimientos, pero todo se realiza a su manera… Si juzgamos según los recuerdos israelís de una tal psicóloga Alexandra Katáieva, que vivía en la misma residencia en la calle Stromynka aproximadamente en el mismo periodo que Knórosov, las estudiantes se dedicaban únicamente a sus problemas sexuales, combinándolos con la lectura de poemas liberales. Todos los estudiantes, según ella, se dividían en dos grupos: aquellos que «se oponían al régimen» (desde luego, eran buenos) y los que servían al poder soviético (eran malos). «Los buenos» fueron engañados y enviados para ayudar en los hospitales militares, lo cual la autora de estas memorias no pudo perdonarle a las autoridades hasta la mismísima muerte. Está claro que Katáieva pertenecía a los especiales («los elegidos») que inevitablemente se oponían al «régimen sangriento» y de paso, por lo visto siendo mujeres celestialmente hermosas, tenían miedo de los acosos sexuales de parte del ubicuo Lavrentiy Beria. Era simplemente imposible que una chica honrada pudiera evitar acercarse a su casa en Moscú. Además, al parecer todos sabían dónde se encontraba la maldita casa que las atraía como un imán. Y, todavía para darle más colores, se mencionaban unas ratas gordas en la cocina que la autora logró introducir en cañamazo de lucha contra el régimen. Aparentemente, ninguna de las aficiones científicas o grandes pensamientos de aquellos estudiantes de la mgu le interesaron nunca a la gran psicóloga. Y es una lástima, porque de lo contrario probablemente se hubiera acordado del genial Yuri Knórosov, del honesto Seviyan Vainshtein, de Aleksandr Plunguyán, de Anatoly Chernyaev, de Michail Gefter y de muchos otros voluntarios del mifli y la mgu que vivieron la guerra y posteriormente se convirtieron en científicos mundialmente conocidos, y le dieron fama a la ciencia nacional. Pero, por lo visto, como no se opusieron al régimen, debían pertenecer unívocamente a «los malos». En pocas palabras, recurriendo a la terminología profesional de la autora, las memorias mencionadas son un clásico ejemplo de la percepción selectiva en una serie de alteraciones cognitivas…

      Después de la desmovilización en 1945, al regresar de la escuela militar y reintegrarse finalmente al tercer año, Knórosov encontró nuevos compañeros. En particular, se hizo buen amigo de Sasha Plunguyán, que era solo dos años más joven, a finales de 1944 había regresado de la evacuación en Yelábuga, donde terminó la escuela secundaria, y luego ingresó en la Universidad de Vorónezh. Con el permiso del decano S. Tolstóv, Sasha Plunguyán pasó de la Universidad de Vorónezh a la mgu. Allí coincidió con Yuri Knórosov en la Facultad de Historia, donde cada uno de ya estaba escogiendo su cátedra y su asesor para trabajar en sus respectivas investigaciones. Según los recuerdos de Plunguyán, la cátedra de historia rusa era «la más numerosa y común».

      Los etnógrafos, arqueólogos y anticuarios se diferenciaban por el espíritu de elitismo y hermandad, determinación y motivación, por conocer idiomas, por su autonomía, por los complejos cursos especiales y los seminarios, y también por la composición de los profesores: se iban a este departamento los estudiantes más dotados y más independientes. Las cátedras de etnografía y arqueología se diferenciaban por su peculiar espíritu de cercanía con los profesores: Serguei Pávlovich Tolstóv seleccionaba detalladamente a los estudiantes y los enviaba a expediciones científicas dirigidas por distinguidos científicos. No es casualidad que muchos hayan llegado a ser famosos investigadores. En cuanto a la metodología de la docencia, la cátedra de etnografía no le cedía nada a las cátedras extranjeras.

      Según las memorias, Knórosov se destacaba incluso entre los mejores como un estudiante egiptólogo dotado que constantemente hacía preguntas complejas sobre la lengua egipcia a los profesores V.V. Struve y V.I. Avdiev.

      Entonces, el conocimiento y la amistad entre Knórosov y Plunguyán habían comenzado precisamente desde la cátedra de etnografía a principios de 1946. En aquel entonces alguno de los compañeros le había contado a Sasha Plunguyán que Yura Knórosov, de la cátedra de etnografía, estudiaba la escritura maya. Plunguyán contestó

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