Educación, arte y cultura. Juan Sebastián Ariza Martínez

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Educación, arte y cultura - Juan Sebastián Ariza Martínez Ciencias Humanas

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Álvarez se hizo con una beca en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, en calidad de interno; sin embargo, ese año no funcionó dicha modalidad de ingreso. Cuenta entonces:

      En los días de mis mayores sufrimientos tuve siempre un cuarto en el Colejio de Nuestra Señora del Rosario. La casa levantada por el Ilustrísimo señor don Frai Cristóbal de Torres para la juventud pobre, me dio un abrigo, ya que las circunstancias no permitían otra cosa. Encerrado en mi cuarto sufrí el terrible rigor de las necesidades físicas más de una vez. […] Los beneficios que en ese Colejio recibí son una de las razones por las cuales he procurado siempre servirlo, i pagar así mi deuda de gratitud trabajando en favor de los jóvenes pobres, pues en la desgracia aprendí a compadecerme de los desgraciados.4

      Esta suerte de agradecimiento con el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario se haría evidente durante las rectorías de Álvarez (1866-1874). Pero antes de llegar a ocupar dichos cargos, y desde sus últimos años de estudiante, Francisco Eustaquio Álvarez se articuló a diferentes espacios de sociabilidad decimonónicos, como las logias masonas y las sociedades democráticas. En 1849 Álvarez recorrió el suroccidente colombiano, donde fundó sociedades democráticas en Popayán, Buga y Palmira. En 1850 regresó a Bogotá, recibió su título como abogado y, un año después, obtuvo reconocimiento en el ámbito jurídico por el caso contra José Raimundo Russi, líder de una sociedad democrática de artesanos en Bogotá.5

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      Escudo de la sociedad “Estrella del Tequendama”, a la cual pertenecía Francisco Eustaquio Álvarez, 2010. Alberto Saldarriaga Roa, Alfonso Ortiz Crespo, José Alexander Pinzón Rivera, En busca de Thomas Reed. Arquitectura y política en el siglo XIX.

      Consultado el 15 de abril de 2020. https://issuu.com/patrimoniobogota/docs/thomas_reed_web/2

      Más allá de los detalles jurídicos, la querella contra Russi es muestra del quiebre en el interior del liberalismo colombiano. Como señala Germán Colmenares, desde las disputas de 1848 el liberalismo colombiano se dividió entre gólgotas y draconianos.6 Los primeros eran comerciantes y abogados que apuntaban a un liberalismo económico, que eliminaba cualquier tipo de proteccionismo y sentaba una postura de secularización; especialmente, en el ámbito educativo. Por su parte, el ala draconiana estaba compuesta por el artesanado que sostenía la necesidad de crear ciertos aranceles y restricciones económicas con el fin de proteger la producción interna.

      Además de esta disputa jurídica, el ejercicio de Álvarez como abogado muestra la filigrana y las tensiones que suponía construir una normativa jurídica luego de la independencia. En un sonado caso resuelto el 9 de diciembre de 1856, Mariano Pinillos llevó al Tribunal del Distrito de Bogotá a Antonio Narváez por una deuda que este contrajo como fiador de Juan Bautista Merizalde. Dentro de la defensa realizada por Narváez se señalaba que él no puede actuar como fiador, al ser soldado, y para esto se acoge las Partidas de Alfonso X, ‘el Sabio’. Es así como, para definir la legislación sobre préstamos y cobros jurídicos, se recurría a jurisprudencia creada en el siglo XIII. Al actuar como magistrado interino del Tribunal Superior de Bogotá, Álvarez cita las siete partidas para señalar:

      Hoi el mandato de la lei carecería de objeto, pues no hai quien, entre nosotros, se llame caballero de la meznada del rei; pero cuando se trata de aplicar en la República la lejislacion castellana del siglo décimo tercero, no solamente se necesita traducir una parte del lenguaje, que se ha modificado considerablemente, sino que es preciso acomodar las disposiciones de esa lejislacion, dada bajo un sistema de gobierno distinto del nuestro, de manera que en vez de buscar los mismos nombre busquemos la sustancia de las cosas para las cuales se dieron esas disposiciones, i aplicar esas leyes en su sentido, no en lo material de sus palabras, pues esto nos espondria a quedarnos sin lejislacion civil muchas vezes.7

      Luego de una larga disquisición histórica, Álvarez concluye que la referencia jurídica a los caballeros de la mesnada del rey se puede entender como los soldados de la república, y que, por lo tanto, la deuda no existe, pues un soldado que contrae este tipo de relaciones pone en riesgo las arcas del gobierno. A pesar de que Álvarez fue sancionado económicamente por dictar dicha sentencia, el caso de Narváez muestra la forma como la jurisprudencia operaba igual que un territorio de disputa, por cuanto en la práctica era necesario crear un nuevo lenguaje acorde a las apuestas republicanas, pero se seguían dictando sentencias y dándose querellas a partir de la legislación castellana.

      Además de las disputas jurídicas, la segunda mitad del siglo XIX fue el escenario de múltiples disputas de orden político, que fueron caldo de cultivo para guerras civiles que terminaron por perfilar las posturas y las diferencias entre draconianos, gólgotas y conservadores. Ahora bien, tales posturas, marcadas en orillas específicas, tuvieron su correlato en las disputas filosóficas en Colombia. Como lo ha demostrado recientemente la historiografía, uno de los procesos históricos neurálgicos del siglo XIX colombiano fue la configuración del campo epistémico moderno.8 Los debates entre distintas corrientes filosóficas a lo largo del siglo XIX generaron diversas posiciones entre los intelectuales colombianos y terminaron por configurar una noción de lo que era la filosofía moderna y cómo esta debía de ser enseñada.

      Este largo proceso histórico comenzó en 1826, con la Ley de Instrucción Pública y el Plan General de Estudios, propuestos por Francisco de Paula Santander. En dicha propuesta era central la filosofía utilitarista, y la columna vertebral eran los textos de Jeremy Bentham. Sumado ello a diferencias políticas y personales expresadas en la conspiración septembrina, la propuesta de Santander fue rechazada por varios de sus opositores; especialmente, por Bolívar, ya que la filosofía utilitarista se veía alejada de la verdad y como una forma poco efectiva para instruir a los ciudadanos de la república. Las apuestas políticas se ataban, por supuesto, a las propuestas pedagógicas, ya que los ciudadanos se forjaban en las aulas.

      En 1870, aparentemente, iba a ocurrir una nueva versión de la querella benthamista, cuando Ezequiel Rojas propuso ante el Congreso de los Estados Unidos de Colombia el uso obligatorio del libro Elementos de Ideología, de Destutt de Tracy, como guía de las cátedras de filosofía. Según señala Oscar Saldarriaga, esa disputa supuso en Colombia la emergencia del sujeto moderno y, por lo tanto, la reconfiguración del campo científico y el pedagógico.9 El debate, conocido como La cuestión de textos, comenzó como parte del funcionamiento de la Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia, ya que los Consejos de las Escuelas formaban los programas de enseñanza, y estos deberían ser aprobados por la Junta de Inspección y Gobierno. En el interior de la Escuela de Filosofía y Letras, la cátedra de filosofía fue ocupada por Álvarez, quien propuso utilizar como texto de curso el libro de Destutt de Tracy, por lo cual el rector encargado, José Ignacio Escobar, citó a una comisión para revisar el caso. Afirmaba Escobar:

      La Universidad nacional, en su calidad de cuerpo docente, que busca i enseña la verdad, no tiene para qué indagar si tal o cual doctrina es o no conforme con alguna creencia relijiosa o política: la ciencia no tiene para qué mezclarse en cuestiones de pura fe, que son i deben ser el dominio de la conciencia individual. Por lo tanto, la comision que examine los textos de Filosofia debe limitarse a indagar si las doctrinas que contienen están de acuerdo con las verdades que la ciencia tiene establecidas, i si como tales son adaptable a la enseñanza de la juventud [sic].10

      Los profesores citados a la comisión fueron Manuel Ancízar, Miguel Antonio Caro y Francisco Eustaquio Álvarez; cada uno, desde una postura filosófica distinta. Álvarez, discípulo de Rojas, se inscribía en la filosofía sensualista, según la cual la sensación es el principio del pensamiento, y esta debe ser entrenada de manera progresiva, comenzando por la ideología, que se refería al estudio del origen de las ideas.11 A la defensa realizada por Álvarez se opuso, en primer

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