Educación, arte y cultura. Juan Sebastián Ariza Martínez

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Educación, arte y cultura - Juan Sebastián Ariza Martínez Ciencias Humanas

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historia considerada la primera novela publicada del siglo XIX en el territorio neogranadino.14 Esta obra continuó su publicación, en 1841, en otro de los proyectos del periodista: el periódico semanal El Cóndor. Además de su orientación literaria, este semanario sentó su postura frente a la situación política del momento. Las páginas del impreso circulaban, al son de la guerra de los Supremos, un conflicto que consolidó los poderes regionales y locales de la Nueva Granada, y que, además, derivó en la conformación de los partidos políticos.15

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      Fragmento de portada de la publicación “La guirnalda: Colección de poesías y cuadros de costumbres”, 1855. Publicación impresa: José Joaquín Ortiz Rojas. Imprenta de Ortiz y Compañía. Colección de la Biblioteca Digital de la Biblioteca Nacional de Colombia.

      Bajo el gobierno de José Ignacio de Márquez, la guerra de los Supremos, que abarcó de 1839 a 1842, se caracterizó por el desarrollo de varias rebeliones en el país que, en principio, se produjeron ante la supresión de varios conventos menores para convertirlos en escuelas; sin embargo, las tensiones por el control territorial se posicionaron como los antecedentes de esta guerra civil. José Joaquín Ortiz, quien para entonces era un “hombre de una pieza como conservador neto y católico sin adjetivos”,16 se unió a las filas de Bogotá, por la defensa del centralismo y la religión católica: “José Joaquín, que empuñó las armas en 1840 sin cobrar sueldo alguno, formó en la milicia cívica encargada de la custodia de la ciudad, que en su calidad de guardia de reserva debía batirse en el último caso”.17 Su convicción por esta causa se legitimaba bajo un discurso patriota sustentado en un deber moral emanado de los preceptos religiosos. Desde El Cóndor escribió: “I si Dios corona de triunfo nuestras banderas, el nombre del héroe que haya tranquilizado la nacion, será eterno; i los granadinos le levantarán altares en sus corazones. Pero si la suerte nos quita la victoria, acabarémos de una vez hundiendo en nuestra sepultura, con nuestros cadáveres i nuestras desgracias, el nombre de República de la Nueva Granada” [sic].18

      La victoria favoreció al sector del conservatismo y dio paso a la promulgación de la Constitución de 1843. En ella se proclamaba a la religión católica como única religión reconocida en la república19 y daba a la Iglesia católica una mayor influencia en el manejo del poder dentro del Estado, hecho que daría paso a las subsiguientes guerras civiles.20 Dicha institución se consolidó como un pilar de la construcción nacional, a la vez que supuso un factor de polarización, pues muchos de sus proyectos estuvieron motivados políticamente y buscaron un resultado político;21 sin embargo, el nuevo ambiente comulgaba con las convicciones políticas de José Joaquín, quien, además, contrajo matrimonio por esa misma época con Juliana Malo, “sobrina del general José María Ortega y de D[on] Antonio Nariño, ilustre fundador de la República”.22 De esta relación nacieron once hijos.

      La mitad del siglo XIX en la vida de José Joaquín fue un periodo fecundo para sus publicaciones. A lo largo de la consolidación de los partidos políticos, el periodista redactó, en 1847, otro periódico: El Conservador. Esta publicación tenía por objetivo instruir al pueblo en religión y moral, para afianzar el catolicismo dentro del territorio.23 Además, publicó el primer tomo del Parnaso Granadino, obra que recopilaba poesías de varios personajes granadinos para reivindicar, a juicio de Ortiz, la pluma del territorio nacional. El también poeta sostenía que la Nueva Granada tenía un gran atraso en la literatura, y atribuía tal situación al descuido de aquellas personalidades que tenían potencial para las letras.24 A partir de esta posición puede identificarse en los poemas de Ortiz una exaltación patriótica relacionada con un protonacionalismo alimentado por un sustrato moral proporcionado por el catolicismo.

      Así, en 1852 Ortiz fundó el Instituto de Cristo, un espacio destinado para enseñar a aquellos personajes interesados en las letras; además, José Joaquín concebía la educación como una herramienta de instrucción para el progreso, siempre y cuando se cimentara sobre los preceptos religiosos: “La educacion reposa sobre la Relijion, cual sobre base amplísima i segura; como quiera que no hai civilización verdadera sin relijion […]. La ilustracion puede ir sola ciertamente, como caminan los grandes incendios dejando atras las ruinas de las inmensas selvas”.25 Su institución hacía frente al proyecto nacional instaurado con la presidencia de José Hilario López, en 1850, el cual modificó las relaciones con la Iglesia, al concebir que dicho poder no engranaba en el proyecto nacional, que abogaba por una modernización del país bajo el mandato liberal;26 además, se buscaba romper con una herencia colonial que impedía, a juicio de los nuevos gobernantes, la idea de progreso. En la barrera política, Ortiz ejerció oposición a dicho gobierno desde su cargo como diputado por el Estado de Cundinamarca en la Cámara de Representantes.

      Más adelante, en 1855, el poeta logró adquirir una imprenta por ocho mil pesos “para dar á luz un periódico de grandes dimensiones que hiciera frente al Tiempo, y defendiera los más caros intereses de la sociedad y de la familia, atacados furiosamente por los secuaces de la escuela llamada radical ó gólgota”.27 Fue así como fundó varios periódicos, incluyendo El Porvenir y El Catolicismo;28 así mismo, publicó su obra La Guirnalda, un compendio de poesía con un marcado patriotismo, y que tenía por objeto proseguir con la promoción de la literatura granadina. Fundó, además, el Liceo Granadino,29 corporación dedicada a formar en la literatura a todo aquel que tuviera inclinación por dichas artes. Su marcado sentimiento patriótico y católico puede ser un indicio de los valores sobre los cuales se concebía la construcción de la República, y que se integraban a los sectores más tradicionalistas de la política; por lo tanto, cualquier filosofía o idea contraria a la religión era asociada a una degradación moral de la gobernanza. Tal fue el caso de la oposición que ejerció Ortiz ante la enseñanza de la doctrina benthamista en las aulas del país.

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      Uniformes de los batallones Cívicos y Alcanfor (Revolución de 1876), 1876. Acuarela: Ramón Torres Méndez (1860-1910). Papel, 26,4 × 37,3 cm. Colección de Arte del Banco de la República, Colombia.

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      Vista panorámica de Tunja. Libro azul de Colombia: Bosquejos biográficos de los personajes más eminentes, historia condensada de la República, artículos especiales sobre el comercio, agricultura y riqueza. New York: The J. J. Little and Yves Company, 1918, p. 304. Consultado el 4 de mayo de 2020. https://archive.org/details/libroazuldecolom00posa/page/312/mode/2up

      Las ideas de Jeremías Bentham, abrazadas por algunos sectores en la Nueva Granada desde las primeras décadas del siglo XIX, apelaban a un cambio del sistema legal del antiguo régimen por uno de corte liberal. Este cuerpo de doctrinas llegaba al territorio en un periodo en el que la tecnificación del Estado se encontraba en marcha, a raíz de los procesos independentistas. Los dirigentes criollos, como lo estipuló Jaime Jaramillo Uribe, requerían un orden legal que prescindiera de las distinciones de grupos, privilegiara el uso racional de la propiedad y favoreciera la expansión de los proyectos económicos de sectores privilegiados.30 Por lo mismo, el benthamismo articulaba una serie de valores, como lo eran la sencillez, la parsimonia, un espíritu cívico y una religiosidad individual; no se conciliaba la religión dentro del proceso de formación del Estado. Esta doctrina, suprimida en 1842 con el triunfo del conservatismo, se reavivó con la instauración del liberalismo radical en la década de 1860. En la Nueva Granada fue Ezequiel Rojas, uno de los fundadores del Partido Liberal, su máximo exponente en las aulas. A la par, se consolidó un sector reaccionario integrado por personajes como José Eusebio Caro.

      José

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