Nuevas letras. Camila de Gamboa Tapias
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Finalmente, es menester destacar el papel que juega la memoria histórica dentro del marco de la no repetición. La Ley de Justicia y Paz no solamente establece un marco bajo el cual las víctimas y en general la población tendrá acceso a la verdad y los diversos archivos que puedan generarse para esto, sino que define una serie de medidas para la reparación integral de las víctimas y la garantía de no repetición, dentro de las cuales se encuentran “el reconocimiento público de haber causado daños a las víctimas, la declaración pública de arrepentimiento, la solicitud de perdón dirigida a las víctimas y la promesa de no repetir tales conductas punibles”; “la colaboración eficaz para la localización de personas secuestradas o desaparecidas y la localización de los cadáveres de las víctimas”; la búsqueda de los desaparecidos y de los restos de personas muertas, la ayuda para identificarlos y volverlos a inhumar según las tradiciones familiares y comunitarias, todas las anteriores orientadas a resarcir las víctimas y generar un verdadero proceso de paz mediante la reparación y memoria colectiva.
Luego de haber hecho un breve recuento histórico sobre la situación, es pertinente ahora desarrollar la labor y funcionamiento del Grupo de Memoria Histórica, que, al ser creado en 2005 con el objetivo de emprender una búsqueda a través de la elaboración de un trabajo narrativo sobre las razones del surgimiento y de la evolución del conflicto armado en Colombia, busca promover la documentación de las memorias que se han gestado en medio del conflicto armado, en donde el eje central gire en torno a las víctimas como sobrevivientes a la crueldad (Grupo de Memoria Histórica, 2013).
Mucho se ha comentado de las víctimas, pero ¿qué denota la palabra y cuál es su trascendencia? Víctima se puede definir como el reconocimiento de un rol social de una persona afectada en sus derechos fundamentales, que puede degenerar en un ser pasivo y doliente, o que puede, por el contrario, sobresalir al ayer y convertirse en un móvil para la transformación y reconstrucción de la comunidad (Grupo de Memoria Histórica, 2013).
Teniendo presente lo expresado, el Grupo de Memoria Histórica pretende que las voces, las interpretaciones y los conocimientos de las víctimas acerca del pasado tengan preponderancia en las narrativas, y que se desarrollen dentro de un ámbito de confianza y confidencialidad, en donde ellas elijan el método más cómodo y acorde para plasmar sus historias. Es a través del relato de los aciertos, de los errores y de las experiencias perturbadoras del pasado como estas se van a identificar y a ubicar en la nueva sociedad (Grupo de Memoria Histórica, 2009b, 2013).
Es primordial crear una memoria de las víctimas que pretenda sentar las bases de un futuro más democrático y participativo, dirigido a la búsqueda de soluciones a los problemas a los cuales se enfrentaban desde sus orígenes. Para lograr crear la memoria de las víctimas, se deben emprender métodos diferentes con cada una de ellas, que respondan a los presupuestos de la fenomenología, puesto que el universo de estas es heterogéneo y sus modos de enfrentar la violencia o procesar las pérdidas y los daños son muy variados dependiendo de su género, raza, edad, clase y demás; un ejemplo claro de lo anotado es la violencia sexual de la cual generalmente las mujeres son las principales afectadas, y que requiere de un proceso especial y diferenciado (Grupo de Memoria Histórica, 2009b, 2013).
2.3. Análisis desde las tres masacres: Trujillo, El Salado y Bojayá
Es necesario recordar que el departamento del Valle del Cauca ha sido uno de los más golpeados por la violencia desde la época del conflicto entre liberales y conservadores —no olvidemos que León María Lozano controló este departamento y el Eje Cafetero—, desafortunadamente todas estas acciones han caído en el olvido no solo de los vallunos, sino también a nivel nacional. Para 1988 los grupos paramilitares consolidan su presencia en la región y hasta 1994 los habitantes de Trujillo fueron víctimas de crímenes de lesa humanidad, entre ellos la tortura y la desaparición forzada; dichas acciones se dieron con la complacencia de agentes estatales, Ejército y Policía, quienes permitieron la realización de un gran número de masacres por parte de los paramilitares; algunos de los sobrevivientes narran cómo eran llevados a las afueras del pueblo cerca al batallón del Ejército y en un improvisado coliseo eran enjuiciados, sentenciados y luego torturados1 de formas que harían pensar si sus ejecutores tenían un poco de humanidad (Álvarez, 1985). La impunidad permitió que los sobrevivientes y los familiares de las víctimas sufrieran una doble victimización al no conseguir justicia por sus familiares y por el silencio que debían conservar, aumentando el enorme dolor de la pérdida de sus seres queridos. Una de las muertes que más marcó el municipio fue el asesinato del párroco Tiberio Fernández, quien fue torturado y posteriormente asesinado, a tal punto de que su cuerpo quedó irreconocible; y el subsecuente asesinato del campesino que mostrando un poco de humanidad decidió sacar del río el cuerpo del párroco. Las masacres se hicieron cada vez de mayor envergadura y en los años noventa, junto con los señores de la droga, sirvieron de plataforma para acrecentar las existentes dinámicas de tortura y terror que eran implementadas en la región (Grupo de Memoria Histórica, 2008).
Trujillo es, por lo tanto, un municipio emblemático por la interminable lucha de los guardianes de la memoria, una lucha por la organización y movilización de documentos, pruebas y actas que permitan un esclarecimiento de la verdad. Es preciso aclarar que se ha vivido en Trujillo un proceso de memoria amenazada, una reconstrucción de los hechos que se ve atentada por actos contra los símbolos y procesos de memoria histórica, como la construcción del Parque Monumento, y que localizan a la población en un profundo silencio, en una desvinculación con la memoria, impidiéndoles avanzar y salir de los laberintos de los horrores vividos, esto sumado a la grave indiferencia estatal y de la sociedad civil. El programa de reparación de víctimas, por su parte, solo se realizó parcialmente, no contó ni con los recursos ni con las instituciones necesarias y dejó en muchos de los casos, según lo establece el Alto Comisionado de las Naciones Unidas, muchos puntos inatendidos o hizo uso inadecuado de los fondos. Vemos cómo el proceso de memoria y reparación en Trujillo ha sido complejo y cómo este turbulento proceso ha impedido que el municipio prospere y se reconstruya adecuadamente (Grupo de Memoria Histórica, 2008).
El municipio de El Salado, por su parte, ha sido también víctima de la crueldad y la masacre, entre 1999 y 2001, situado en la región de los Montes de María y gracias a sus presuntos nexos con guerrilleros, lo que llevó a que se estigmatizara a la población campesina bajo el rótulo de “guerrilleros de civil” por su ubicación estratégica, fue partícipe de la conocida política de limpieza social que ostentaban los paramilitares. Seis días de horror y de violencia marcaron la historia de dicho pueblo por siempre, 42 masacres fueron propiciadas y 342 vidas fueron arrebatadas, muchas de ellas ejecutadas en la plaza pública con la intención de que todo el pueblo presenciara el espectáculo (Grupo de Memoria Histórica, 2009a).
Un pueblo donde el terror se caracterizó por la impunidad conjugada con la destrucción del patrimonio cultural y los sangrientos asesinatos y violaciones. Los relatos de los sobrevivientes evocan los lugares y las personas, describiendo a la perfección la topografía del terror, y, además, buscan reclamar todo lo que les fue arrebatado. Al recordar estos lugares se reclama que tales espacios tenían un valor