Nuevas letras. Camila de Gamboa Tapias

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reiterada mención a la ausencia de fuerzas estatales resalta las razones por las que los sobrevivientes no intervinieron en las detenciones y muerte de sus familiares, vecinos, conocidos y demás allegados, y pone bajo la lupa el abandono en que quedaron, las drásticas consecuencias que sufrieron y la ineficacia estatal para ayudarlos, así como la impunidad en que con frecuencia han quedado dichas acciones. La población, a causa de los vínculos que por entonces existían entre paramilitares y Ejército, sufrió una doble victimización. Es prudente mencionar que tiempo después de que ocurriera la masacre de El Salado los medios de comunicación escucharon las voces de los victimarios y de las instituciones estatales, los cuales manipularon las versiones de los hechos a su beneficio. Por lo anterior, es esencial el proceso de reconstrucción de memoria histórica en aras de que las víctimas puedan narrar lo sucedido a través de talleres didácticos propiciados por el Grupo de Memoria Histórica, con esto se podrá reconocer lo sucedido y se generará una solidarización y movilización hacia la justicia, la verdad, la dignificación y la reparación de las víctimas (Grupo de Memoria Histórica, 2009a).

      A su vez, en el departamento del Chocó se vivió una masacre el segundo día del mes de mayo del año 2002, la cual dejó marcado por siempre a la población chocoana y en general a todos los colombianos. Esta masacre ocurrió en el municipio de Bojayá, en la zona conocida como el Medio Atrato, cuya locación es de gran importancia para la dominación del conflicto interno. Lo que allí sucedió fue un enfrentamiento por el control de la zona entre guerrilleros y paramilitares, cabe resaltar que antes de este enfrentamiento la presencia del Estado fue nula, aun sabiendo que la Procuraduría Nacional y la Oficina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos le habían advertido al gobierno nacional de un posible enfrentamiento. La falta de presencia estatal fue una de las razones que incentivó a los dos grupos al margen de la ley a enfrentarse en este departamento (Grupo de Memoria Histórica, 2010).

      En el año 2000, el panorama cambió para la población de Bojayá debido al ingreso de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) al municipio de Vigía del Fuerte, situado en las cercanías del pueblo bojayaseño. En 2002 las FARC se ubicaron antes de un puente colgante que unía a un barrio llamado Pueblo Nuevo y la cabecera municipal donde se encontraba la iglesia, lugar que acogió la gente para refugiarse de los tiroteos de ambos grupos. El grupo paramilitar ubicado en la cabecera municipal del pueblo usó de escudo a los bojayaseños, pues estos se encontraban detrás de la iglesia que los refugiaba. A medida que el día transcurría los combates se hicieron más intensos y es entonces cuando la guerrilla decidió lanzar un artefacto de uso no convencional, el cual consiste en cilindros llenos de metralla; y aunque su explosión tiene gran alcance, solo funciona si el blanco está inmóvil. Este hecho afectó a los bojayaseños, pues las AUC estaban en constante movimiento, mientras que los habitantes de Bojayá permanecieron resguardados en la iglesia del pueblo. Al lanzar el cilindro bomba, este cayó en la iglesia, ya que para ese momento los paramilitares se ubicaron detrás de esta, y la explosión fue inminente para los resguardados. El horror comenzó y con ello un gran número de muertos y heridos, en los cuales se presencia desmembramiento de los cuerpos y desfiguración en los rostros. Los heridos no reciben pronta ayuda y no hay escapatoria, puesto que el enfrentamiento aún continúa. Al caer la tarde, los grupos al margen de la ley se comunican por radio y deciden parar el enfrentamiento por el día, y ese es el momento que los habitantes de Bojayá usan para escapar por el río dejando a su familia y sus pertenencias atrás (Grupo de Memoria Histórica, 2010).

      Para entender el impacto de este crimen de guerra, es preciso demostrar que las pérdidas de los habitantes de Bojayá abarcan más que pérdidas económicas, ya que el horror que se vivió el 2 de mayo de 2002 se ve reflejado en la ruptura que se da en la vida de los bojayaseños, dado que vivir un ataque sin siquiera haber disparado un arma es un hecho injusto, que refleja la ‘guerra sin límites’. Por un lado, hay que tener en cuenta la destrucción de un símbolo religioso como lo es la iglesia, lo cual genera un sentimiento de desilusión, ya que este es un lugar sagrado en el cual la guerra no se tiene por qué presentar; sin embargo, a las FARC y a las AUC no les importó el valor que tiene la religión en el pueblo de Bojayá y destruyó por completo a la población (Grupo de Memoria Histórica, 2010).

      Se nos plantea aquí una nueva visión del terror, un análisis diferente de la violencia, que busca eliminar la tajante diferenciación implantada entre víctima y victimario. Para esto, es necesario entender a su vez que existe una marcada distinción entre las acciones heroicas y las virtudes cotidianas, y, si bien en situaciones extremas como los campos de concentración o exterminio se dan actos heroicos, muchas de las actitudes a las que se hace alusión como ‘heroicas’ son en realidad las virtudes cotidianas.

      Virtudes cotidianas como la dignidad parten de la autonomía, del autogobierno, de mantenerse limpio, de ser capaz de decidir por uno mismo. Otra virtud cotidiana de gran importancia es el cuidado, que consiste en esa serie de gestos dirigidos a otros seres humanos, que en esencia puede ejemplificarse como ser capaz de arriesgarse de darlo todo por alguien más, compartir la comida o el abrigo, morir con la familia (Todorov, 1993). Por otro lado, es importante entender que los victimarios son, al igual que las víctimas, “gente común”, no son patológicamente enfermos; en su mayoría no son personas sádicas, sino que, por el contrario, son conformistas, son burócratas que se limitan a aplicar las normas y seguir las órdenes establecidas, no disfrutan de la masacre ni del dolor, solamente se satisfacen con cumplir su deber y seguir órdenes (Todorov, 1993). Los guardianes y en general todos los que formaban parte de las burocracias son dotados de una nueva moral, un adoctrinamiento que les permite comportarse como gente común y, al mismo tiempo, cometer atrocidades (Todorov, 1993).

      Los testigos, por su parte, también juegan un rol en muchas ocasiones de responsabilidad. El primer círculo de testigos se encuentra conformado por la familia y los parientes de los criminales, quienes podían haber evitado los crímenes pero decidieron callar por el temor; en segundo lugar, tenemos el círculo de los compatriotas, quienes negligentemente decidían ignorar lo que por entonces sucedía; como tercer grupo, están los países sometidos, que tienen diversas actitudes frente al conflicto; y, finalmente, los países libres, que por miedo a llenarse de migrantes conservan una postura cómoda (Todorov, 1993).

      Ahora pues, es importante que toquemos dos fenómenos que atañen a la personalidad y moralidad de los individuos en situaciones extremas. La fragmentación es básicamente una defensa contra el mal, nos permite mantener las partes esenciales de nuestra vida moralmente reservadas, intactas, es, de una forma u otra, una manera para la disminución del mal, pues el tener separada la esfera pública y privada, la coexistencia de la bondad y la maldad en un individuo posibilitan un punto medio. La despersonalización es un fenómeno que se da tanto en víctimas como en victimarios: los primeros al verse comparados con animales, al perder todo estatus humano, al no poseer un nombre, sino un número; los segundos, para poder lidiar con su situación generan una sumisión completa a las órdenes, pierden todo sentido de autonomía o responsabilidad, se convierten en una rueda de la máquina del terror (Todorov, 1993).

      Finalmente, es preciso que nos concentremos en la me-moria, pues es el tema que aquí nos ocupa; debemos entender que no existe una discontinuidad entre ellos y nosotros, que no hay una división marcada entre víctimas y victimarios, y que, por ende, no debemos satanizar a los culpables ni santificar a los sobrevivientes. Y aunque gran parte de las personas externas se rehúsan a leer o escuchar los relatos de quienes tantas torturas han sufrido, es nuestro deber divulgarlas, hablar de ello. Debemos como ciudadanos y como hombres entender que la memoria se forja a través de la recolección de hechos, la justicia y la comprensión. No queda más que ponernos

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