Discriminación y privilegios en la migración calificada. Camelia Tigau

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y atención médica para inmigrantes ilegales es como esperar que alimen­temos, alberguemos y cuidemos a otros niños en el vecindario que entran a nuestra casa sin permiso. No fueron invitados, no tienen nada que hacer aquí, y no tenemos la respon­sabilidad de cuidarlos”. Vinculado con lo an­te­rior, el inmigrante latino también es perci­bido como una hierba mala (weed), como si la nación fuera un jardín.

      La metáfora del inmigrante como animal implica su dependencia de los ciudadanos estadounidenses. Dice Santa Anna que los inmigran­tes son a los ciudadanos lo que los animales a los humanos. Algunas implicaciones de esta metáfora conceptual son la deshumanización de los migrantes en el discurso contemporáneo, sobre todo en el discurso público de Estados Unidos desde la década de 1860.

      Según el autor analizado, estas definiciones metafóricas fijan los límites de las identidades sociales, e implican que los inmigrantes y, por ende, los latinos, poseen menos valor humano que los ciudadanos. En este sentido, “el ciudadano” se define no en términos legales, sino culturalmente, como una persona monolingüe hablante del inglés, con orientación cultural angloamericana y que pertenece tácitamente a la jerarquía racial de Estados Unidos (Santa Anna, 2002: loc. 6475-6477).

      En el discurso común de los medios, “cada inmigrante está vinculado a movimientos de personas temerosas, por los cuales se borran la vida, la histo­ria y los sueños de este ser humano. Para contrarrestar tales procesos discursivos deshumanizadores, las discusiones públicas deben apuntar a darle al inmigrante, como persona, su rostro y su voz” (Santa Anna, 2002: loc. 6475-6477).

      En conclusión, Santa Anna postula que el discurso “hace más que representar violencia, es violencia; hace más que representar los límites del conocimiento, limita el conocimiento”. Esto significa que el discurso estereotipado, prejuicioso y racista, trátese del discurso oficial, el mediático, el científico o el legal, debe ser “rechazado, alterado y expuesto” (Santa Anna, 2002: loc. 104-108). Este tipo de lenguaje impide la integración y promueve la violencia antilatina y la discriminación abierta. En particular, los medios tienen un papel central en legitimar el racismo, al publicar calumnias sobre los migrantes latinos, que son de esta forma deshumanizados. En pocas palabras, se trata de un racismo epistemológico (Santa Anna, 2002: loc. 2314-2347).

      El cambio en la percepción sobre la comunidad mexicana en Estados Unidos, de ser “un gigante dormido” a una amenaza, una carga y un ola gigante de invasión, ha provocado reacciones violentas, más discriminación y una respuesta electoral poco favorable (Santa Anna, 2002: loc. 235-236).

      A pesar de que históricamente Estados Unidos es un país construido a partir de la migración, algunos autores consideran que muchos estadounidenses se etiquetan entre sí monorracialmente, “el matrimonio interracial sigue siendo una rareza, y las identidades grupales funcionan mejor cuando son fáciles de comprender” (Carter, 2013: 2).

      En este tipo de sociedad, ciertas minorías migrantes o de segunda generación encuentran difícil su integración laboral, a pesar de ser profesionistas. En un libro titulado Bueno no es suficiente y otras reglas no escritas para los profesionistas minoritarios, Wyche (2008) desarrolla la hipótesis de que en Estados Unidos no basta, para un profesionista minoritario, ser eficiente en lo que hace, sino que tiene que sobresalir para convencer a los empleadores de sus posibles aportaciones a la empresa o institución. Su excelencia, su pensamiento analítico y la capacidad de resolución de problemas son importantes, aprecia Wyche, no sólo para el individuo que busca empleo sino también como representante de una comunidad, como las de los negros o los latinos, de quienes se piensa que saben o pueden hacer menos que un profesional nativo. Esto es aún más cierto en el caso de las minorías de mujeres que quieren integrarse al campo laboral calificado. Como minoría, “tienes que ser lo doble de bueno”, dice Wyche.

      Más allá de la relevancia práctica de esta obra, cuyo objetivo es enseñar “las reglas del juego” para los profesionistas minoritarios, interesa la experiencia del autor como teórico y ejecutivo afroamericano y la manera en la que la retoma en este libro. Según Wyche, para un profesionista minoritario es vital participar en redes profesionales para obtener aliados:

      La verdad es que siempre habrá personas en la multitud que intentarán poner límites a lo que usted, como minoría, puede lograr, a quién puede llegar a ser y qué tan lejos puede ascender en el mundo corporativo. Estas voces le susurrarán que usted no está lo suficientemente pulido, que no se graduó de la escuela correcta, o que ni siquiera debería tratar de obtener los cargos de director, vicepresidente y, desde luego, presidente. Te animo a ignorar esas voces. En cambio, escucha tu propia voz y las voces de tus antepasados que te animaron a “atreverse a soñar” (Wyche, 2008: 439-440).

      En otras palabras, las minorías suelen luchar más que los nativos contra aspectos vinculados con la percepción, como serían los estereotipos, sobre todo cuando intentan posicionarse en puestos de mando (chief executive officers, CEO). Asimismo, las minorías en general y los profesionistas en particular tienen que estar preparados emocionalmente para enfrentar este tipo de situaciones de adversidad. Continúa Wyche: “Como minoría, uno se enfrentará inevitablemente a situaciones que lo desafiarán emocionalmente: un compañero de trabajo te apuñala por la espalda; un jefe te otorga una calificación injusta; la promoción prometida se le da a otro. Ésta es la clase de acontecimientos que no pueden evitar desencadenar una respuesta emocional, y para enfrentarlos debes estar emocionalmente preparado” (Wyche, 2008: loc. 2185-2188).

      A finales del siglo XX, la migración se planteó desde una perspectiva transnacional, con todas las esperanzas fortalecidas por la mayor facilidad en comunicaciones y transportes. En 1991, Roger Rouse observaba: “Vivimos en un mundo confuso, un mundo de economías entrecruzadas, sistemas de significado que se cruzan e identidades fragmentadas. De repente, las imágenes modernas y reconfortantes de los Estados nacionales y de las lenguas nacionales, de comunidades coherentes y subjetividades constantes, de cen­tros dominantes y márgenes distantes, ya no parecen adecuadas” (Rouse, 1991: 10).

      Para resolver la convivencia y la interculturalidad, John F. Burke (2003: 252) propone una democracia mestiza en la que las diversas culturas, filosofías y espiritualidades puedan comprometerse entre sí en formas no violentas, aunque a veces antagónicas, que culminen en una transformación mutua más que en el triunfo de una tradición a expensas de todas las demás. En la democracia mestiza de Burke, los procesos políticos se revitalizarían al enfren­tar los desafíos del multiculturalismo. Este autor basa su planteamiento teórico en la idea de una ciudadanía extraterritorial entendida como “ciudadanía en una comunidad imaginaria territorialmente ilimitada” (Burke, 2003: 10).

      Sin embargo, las propuestas previas que rechazan o disminuyen el papel del Estado en las relaciones internacionales y el movimiento transfronteri­zo de personas han considerado un reto a los recientes programas políticos que restringen la migración de todo tipo, aun la calificada, a los grandes des­tinos de la migración internacional, como Estados Unidos o Reino Unido. Si la migración es una manera de disminuir la desigualdad internacional (Milanovic, 2016), que ya no se presenta entre clases sociales en sí sino entre países, entonces a dicha fórmula la está retando nuevamente el resurgimien­to del Estado-nación. Cuando empezábamos a creer en el multicultura­lismo, el mundo ha dado un paso hacia la crisis de la globalización, las migraciones y los refugiados.

      1 La autodeterminación se refleja, en primer lugar, en la determinación del yo —la formulación de criterios para pertenecer a un pueblo—, que es el elemento subjetivo en la definición de la condición de persona. La autodeterminación también significa que cada persona tiene derecho a decidir libremente su rumbo futuro (Dinstein, 1976: 102).

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